TAL y como se esperaba, el movimiento chavista en Venezuela se fortifica en la posesión total del poder político. El resultado ya estaba decidido ante la negativa, por parte de la oposición, a participar en las elecciones para el poder Legislativo. Para estas fuerzas políticas, las apuestas gravitaban en torno a la abstención y eso se ha obtenido, pero la consolidación de Maduro y quienes lo apoyan es indiscutible.
Ahora ese chavismo fortalece su dominio en las instancias de toma de decisión nacional. Lo hacen sin necesidad de mayores espavientos ni de formales procederes. Abiertamente las fuerzas que desde febrero de 1999 -hace 22 años, quién lo dijera- controlan el Ejecutivo, mandan en el país y apuntalan sus posiciones.
En los pasados 10 años Venezuela ha perdido cerca del 70% del total de su producción. Dos décadas para desbaratar un país. Para sucumbir ante la “maldición de los recursos naturales”, para extraviar la gestión de una nación entera, para afianzar el poder real en la sociedad. Lamentablemente esto corre en contra de la esencia del desarrollo sostenible y sustentable: ampliar las capacidades de la población, aumentar sus oportunidades -vía emprendimiento y empleo- además de fomentar la competitividad que se desearía en todo país, como medio para mejorar las condiciones de vida.
El chavismo reafirma su control integral en todas las instancias institucionales, en la que fuera una vez la potencia petrolera latinoamericana. Y la contundencia de las amenazas se encuentra a la orden del día. Al parecer la consigna es no tomar prisioneros: “Hay crímenes que no pueden ser perdonados” ha recalcado prepotente el nuevo presidente del Legislativo, Jorge Rodríguez (1965 -), hermano de quien ocupa desde 2018, la vicepresidencia del país Delcy Rodríguez (1969 -).
Como ocurre con los fenómenos sociales en general y políticos en especial, las cosas no surgieron, ni mucho menos, de pronto. Ha sido un largo trasegar por parte de chavistas y opositores. Entre actores internacionales que apoyan a Maduro y quienes aún apuestan por respaldar a Juan Guaidó como presidente interino. Entre los sectores populares que tenían esperanzas, hasta quienes padecen y quienes se benefician de la realidad actual venezolana.
Es evidente. La estrategia del chavismo es hacerlo todo legalísimamente legal. De esa manera hay respeto formal por las instituciones. Se hacen leyes y disposiciones a la medida. De esa manera fue como, a mediados de 2020, importantes decisiones se tomaron por parte de los tribunales. Se llegó a detener a opositores, se declararon ilegales a varios partidos, se impidieron inscripciones, se conformó con allegados, los tribunales, las instancias de apelación, los cuerpos electorales.
Ante la elección de un poder legislativo en manos de la oposición, se procedió a crear una instancia parlamentaria paralela. Cuando pierdo arrebato ¿y qué? Trumpismo tropical, el que ya quisiera poder tener el derrotado mandatario desde Washington y sus irascibles seguidores.
Sin embargo, las cifras y los hechos crudos y duros se resumen en que ya para este martes 5 de enero de 2021, el chavismo recuperó el control de la Asamblea Nacional de Venezuela. El poder que le quedaba por copar. El régimen se ha hecho con el control del 90% de los 277 escaños de la legislatura. Eso es incuestionable.
Por supuesto quedan matices. Hay países -Estados Unidos y otros tantos- que no aceptan los procesos de elección que llevaron a tal estado de cosas. La oposición liderada por Juan Guaidó, tratando de tomarle el pulso a Maduro, tomó posesión en una sesión por demás simbólica, como presidente de una cámara legislativa paralela.
En medio de todo, la población. Los grandes sectores que están ahora al pie de la pared. Mientras la polarización continúa y el choque se hace evidente entre el chavismo afianzado en el poder y la oposición fragmentada, la ciudadanía padece las consecuencias. Es un juego político de humos y espejos, una democracia de fachada. Evidenciando lamentables comparaciones, son realidades que se imponen también en otros países.
Las democracias heredadas del Siglo XVIII, del Siglo de las Luces, de la Revolución Francesa y la Ilustración se fundamentan, entre otros pilares, en la educación. Precisamente en la ilustración de la ciudadanía. Y vemos que eso es un anhelo, una aspiración que responde muchas veces a tratar de razonar con el deseo de cómo deberían ser las cosas, en la lógica del “hello Kitty planet”.
La ciudadanía, constituyendo parte esencial de la democracia como poder del, por y para el pueblo, como lo recordaba Lincoln desde Gettysburg el 19 de noviembre de 1863, debe tener información, tener participación, tener criterios y elementos de juicio. Capacidad de pensamiento crítico, es decir de ejercer criterios, tal y como lo postulan los fundamentos de la lógica, del kantismo, del hegelianismo. Lamentablemente, eso de la educación y el compromiso ciudadano está muy lejos de alcanzarse en muchos de nuestros países.
En esta era de entretenimiento banal, efímero e imparable, en donde algunos extremadamente limitados aspiran a que su ignorancia sea “digna de admiración”, es donde encontramos los extremos lacerantes que conlleva la carencia de oportunidades. Desde luego es de reconocer que el pueblo que en diciembre de 1998 encumbró al chavismo, le apostaba, sin lugar a duda, por una mejora en sus condiciones de vida.
Por ahora trágicamente, la esperanza parece diluirse. Ronda el espectro de la anáfora que escribió Dante Alighieri (1265-1321) en el Canto Tercero, de la Divina Comedia (1304-1321). Luego de referirse al castigo a los indiferentes, puntualiza la inscripción: “Perded toda esperanza los que entráis aquí”. Trágico es incluso reconocerlo, pero la complicación venezolana parece creciente. Se requiere de agendas para encarar los problemas, de agendas viables e inclusivas, se requiere solidaridad, de voluntad política, se demanda una oposición con propuestas. Una oposición creativa, que al menos no se encuentre dividida.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
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