El mundo está cambiando. Las mujeres y los niños están ganando espacios que reivindican sus derechos e imponen límites a lo que pueden hacer los hombres o los adultos con ellos. Así se crean los verdaderos derechos. No con leyes que nada cambian, sino con los fenómenos sociales donde como por arte de magia se ilumina aquello que no está bien, y que sin embargo ha venido sucediendo. Esa luz muestra que lo que estaba mal tiene que cambiar, sin importar lo habitual que era.
Los recientes escándalos de abuso de poder y violencia sexual contra las mujeres han servido para avivar el sentimiento de que ocurrieron hechos, situaciones, que si se denuncian sirven para cambiar el mundo. Esas ansias de que lo que ha ocurrido no vuelva a pasar, ha impulsado a miles de mujeres a denunciar.
Deberían, en mi opinión, hacerlo con nombre propio, para animar a otras que tal vez tuvieron la misma experiencia, con la misma persona, a decir: yo también. Colombia está haciendo el ejercicio pero lo hace sin nombres. Y eso hay que respetarlo, porque no se puede forzar a nadie a decir lo que no está listo para enfrentar. Ese caso es el de mi mamá. Me contó y me pidió que lo hiciera público, lo siguiente.
En las circunstancias de su vida, como una mujer joven, divorciada, que enfrentaba un mundo donde los espacios para las mujeres eran restringidos, buscó la ayuda del Procurador General de la Nación. No sé de cual se trata, pues me dice, que es un hombre poderoso y siente miedo de enfrentarlo. Mi mamá le pidió ayuda en la defensa de sus derechos. El Procurador se mostró receptivo y amable. Avanzada la conversación la invitó a pasar a un salón contiguo al de su oficina. Había, me dijo, un sofá amplio, como una cama. Un bar con whisky y hielo. Luz tenue. Le ofreció un trago. Ella lo rechazó. Le dijo que la ayudaría. Le puso la mano sobre la pierna y trato de acariciarla. Mi mamá recuerda que en un marco alcanzó a ver la foto de una pequeña bebé, la del Procurador. Ella se puso de pie. Asustada y perpleja dijo que ya no necesitaba que el Procurador la defendiera. Se fue. Por supuesto, ni el Procurador la defendió, ni nadie la defendió del Procurador.
Me cuenta que luego oyó muchas cosas sobre ese Procurador. Se hablaba de una cama donde cursaron todos los ascensos de la entidad, los servicios que prestaba la entidad. Sí, ¡una cama! Ya sé por mi mamá que la cama existió, faltan las mujeres que cuenten lo qué pasó.
Espero que mi mamá decida enfrentar la gravedad de estos hechos, dando el nombre del agresor. La verdad es la única que protege y la verdad es la única que condena. La especulación que daña a otros y que empieza a teñirse de matices políticos, destruye el buen nombre de hombres inocentes y también daña el proceso de reivindicación de las mujeres.