Hace poco más de 20 años, exactamente en 1998, durante el discurso de graduación de la primera promoción de alumnos virtuales de Iberoamérica, manifesté una serie de cambios y necesidades que los sistemas educativos deberían hacer para adaptarse a los nuevos tipos de profesionales que la sociedad necesita.
Insistía en la importancia de construir currículos diseñados de acuerdo al proyecto de vida de los estudiantes y que respondieran a los avances tecnológicos, esos mismos que actualmente tienen en jaque a los modelos educativos y que dejan en desuso la mayoría de las competencias y habilidades que tienen los futuros profesionales.
Hoy, pese a que han pasado más de dos décadas, los cambios en la educación superior han sido poco relevantes y este sector atraviesa una crisis por cuenta de la falta de matriculados que parece no tener tregua. La razón: las carreras tradicionales se quedaron relegadas frente a la innovación que exige el entorno, la oferta académica no responde a las necesidades de los jóvenes y los estudiantes desean una formación más flexible, económica, que dure menos tiempo y que esté a la vanguardia.
Los números no mienten. Según el más reciente informe del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (Snies), en 2018 la matrícula total en las universidades del país fue de 2’408.041 estudiantes, evidenciando una disminución del 1,5 por ciento frente a 2017 (38.000 alumnos menos).
De acuerdo al Ministerio de Educación Nacional (MEN), la principal afectación se concentra en el nivel de educación tecnológica, lo que explica una drástica reducción del número de jóvenes atendidos por el Sena (36 mil menos).
Esta desaceleración también se confirma con el bajo nivel de crecimiento de las matrículas de las instituciones oficiales que, según el Ministerio, en 2017 aumentó en 10.000 estudiantes, pero en 2018, este indicador llegó solo a 4.700 (53 por ciento menos).
En el caso de las universidades privadas, la tendencia igualmente sigue a la baja. Según el Snies, hasta el 2016 el incremento de matrículas oscilaba entre 50.000 y 70.000 estudiantes cada año, pero hoy esta cifra se ha disminuido un 0,6 por ciento.
Estos preocupantes números además tienen en riesgo la meta que el gobierno Nacional se ha planteado en términos de cobertura en educación superior, la cual está actualmente en 52 por ciento (solo 5 de cada 10 jóvenes que terminan el bachillerato ingresan a la universidad), pero esta administración pretende subirla al 57 por ciento en los próximos cuatro años.
Pero más allá de los fríos indicadores, hay un dato revelador que genera esperanza y que evidencia el interés de los jóvenes por un modelo educativo diferente: la virtualidad.
Esta modalidad ha tenido un crecimiento acelerado y sostenido de matriculados en los últimos años, que para 2018 representó poco más de 200.000 estudiantes y para 2019 se espera que supere los 250.000 en todas las ciudades del país. Solo en la última década, según el Snies, creció en número de alumnos un 1.195 por ciento y a la par, de acuerdo al MEN, la tasa de graduación de profesionales que eligieron la virtualidad aumentó un 169 por ciento durante este mismo periodo.
Las cifras evidencian que estamos en el siglo del saber, de la racionalidad científica y tecnológica, en una era que trae nuevos retos y desafíos en el campo de la educación. Hoy, las nuevas generaciones de millennials y centennials exigen un modelo educativo que potencie las diferentes inteligencias múltiples, con el desarrollo de competencias y habilidades que les permita cumplir con oficios que tienen un creciente contenido técnico y una mayor demanda de tecnología.
Ya no es suficiente hablar de una profesión como Ingeniero o Administrador, sino que se necesitarán Ingenieros Administrativos de Sistemas, Administradores de Política de Productos y así sucesivamente. Las industrias cada día son más dinámicas y la tendencia nos lleva hacía la biotecnología, la informática, la microelectrónica, las telecomunicaciones, la robótica y la aviación civil, entre otras.
Ante esta realidad la educación debe cambiar sus objetivos, sus metas y sus competencias a fin de responder a las necesidades crecientes y actuales de los futuros ciudadanos. Para lograrlo, se deben actualizar las habilidades y competencias, y modificar la metodología que hemos usado con el fin de formar alumnos más críticos, independientes, autónomos, creativos e innovadores.
Las carreras de diez semestres tienden a desaparecer, pues los jóvenes necesitan estudiar en menos tiempo y salir a producir más rápidamente. La apuesta de la oferta académica debe apuntarle a formar más fotógrafos; expertos en videos, multimedia y videojuegos; influencers y youtubers, personas que, de algún modo, han logrado destacar en los canales digitales, especialmente en las redes sociales, como Facebook o Instagram, y en plataformas de vídeo como YouTube.
Parafraseando a nuestro Nobel Gabriel García Marquez: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar, quiénes somos en una sociedad que se quiere a sí misma. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero que soñamos al alcance de los niños”.
*PhD. Licenciado en Educación. Referente y pionero en educación virtual en Colombia