¿Amanecedero o club? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Febrero de 2018

Ante  los tristes sucesos que hoy son materia de investigación y que le quitaron la vida a María Andrea Cabrera, se pone al descubierto una situación que hace mucho tiempo viven las ciudades capitales del país, y que les ha costado muchos dolores de cabeza, tanto a padres de familia como a las autoridades de policía.

Los códigos de policía y reglamentos fijan una serie de condiciones para el funcionamiento de establecimientos dedicados al expendio de bebidas embriagantes, normas que buscan controlar esta actividad tan proclive al desorden y anarquía, producto de los excesos etílicos o euforia juvenil,  en mucho caso mezclada entre veteranos y adolescentes reunidos en juergas poco controladas, con todas las arandelas que en su ejercicio arrastran, sin importar la molestia o malestar que puedan generar entre los mismos contertulios, vecinos o transeúntes, tales como danzas, música a alto volumen, expendio de licores a menores de edad, comercio de drogas e inclusive prostitución en todos sus aspectos.

Para los dueños y administradores de estos lugares lo más importante es la venta, las ganancias están por encima de cualquier otra consideración, posición que   conduce a excesos y falta de compromiso  de los dependientes con su clientela; dicho comportamiento demuestra la falta de profesionalismo para administrar y operar aquellos establecimientos; razones suficientes para impeler las autoridades a tomar medidas preventivas y de control que encausen, vigilen, armonicen y atemperen el ambiente, conduciéndolo hacia una actividad desarrollada con mesura y compromiso de los asistentes.

Para lograr un mínimo control sobre estos lugares, las autoridades han fijado horas límites de funcionamiento, disposición que poco gusto a los dueños y administradores, que ven frustrado el consumo desaforado de licor y por ende sus ingresos. Pero ¡bingo!, descubrieron o se inventaron una salida que les favorece y permite burlar las disposiciones de autoridades competentes, consistente en  etiquetarse como club privado y de esta forma evaden controles de toda índole. Para muestra tenemos el  Mint Social Club, eje de toda la situación que rodea la muerte de nuestra querida María Andrea.

No puede ser posible que se siga teniendo las autoridades como rey de burlas, no es posible que estos sitios  logren licencias de funcionamiento como club cuando a ojos vistos no lo son; no es posible que no se pueda demostrar el fraude a las normas con este rótulo, no es posible vivir de espaldas a la realidad y urge tomar medidas sobre un tema tan vergonzoso. Los requisitos de funcionamiento para un club social son severos y puntuales, tenemos actas de juntas, libro de socios y un sinfín de exigencias que no creo cumpla los lugares de que hablamos. No vayamos muy lejos, simplemente indaguemos las  medidas tomadas por las autoridades con el Mint Social Club,  para corroborar mi dicho.