Se dice fácilmente | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Febrero de 2018

Todo el mundo está de acuerdo en que algo hay que hacer en relación con Venezuela.  En ello coinciden no sólo los sinceros defensores de la democracia y la libertad, sino incluso algunos oportunistas que, por diversos motivos (los electorales incluidos) se desdicen de sus propias palabras del pasado (aunque en el inescrutable fondo de sus corazones, sin duda, las sigan suscribiendo).  Menos acuerdo hay, sin embargo, sobre las medidas concretas que sería necesario tomar.  Se dice siempre fácilmente que hay que hacer algo, como en este caso; pero definir el qué y el cómo, y luego hacerlo, suele ser mucho más difícil.

En el meollo del asunto está el hecho de que no obstante sus palmarias repercusiones transfronterizas e implicaciones internacionales (desde la íntima conexión La Habana-Caracas hasta la cultivada simpatía de rusos y chinos por el régimen de Miraflores), nada de lo que se haga “desde afuera” tendrá verdaderos efectos -en el sentido de conducir al restablecimiento de la democracia y el inicio del previsiblemente largo proceso de reconstrucción social y económica- a menos que también se haga la tarea necesaria e irremplazable “desde adentro”.  Esa tarea sigue por hacerse.  Mientras las fuerzas democráticas internas no logren consolidar su convergencia, mantenerla en el tiempo, definir una estrategia de largo aliento (en lugar de dar palos de ciego en cada coyuntura), y diseñar una hoja de ruta para el “día después”, entre otros, cuanto se haga desde afuera -sanciones inteligentes y selectivas, suspensión y exclusión de foros multilaterales, bloqueos diplomáticos, investigaciones independientes, etc- no serán sino paños humedecidos en el agua tibia de las buenas intenciones.

Lo anterior no significa resignarse “desde afuera” a esperar el colapso del régimen -que a estas alturas nadie sabe cuánto puede llegar a tardar, y que puede ser sumamente estrepitoso-, entre otras cosas porque la dimensión humanitaria de lo que ocurre en Venezuela, dentro del país y a través de sus fronteras, demanda respuestas urgentes cuya eficacia depende, en buena medida, del concurso y participación de eso que suele llamarse (y autodenominarse) “comunidad internacional”… Lo cual también, por otro lado, es más fácil de decir que de hacer.

Lo que definitivamente no debería decirse con la facilidad con que algunos lo dicen es que una intervención “desde afuera” ofrece la salida para Venezuela y constituye la clave para desatar el nudo gordiano de su incierto futuro y para que el país pueda recuperar el rumbo de la democracia y el progreso, tras de haberse extraviado durante casi dos décadas por el oscuro sendero del socialismo del siglo XXI.

¿Qué tipo de intervención sería esa?  ¿Quién le daría legitimidad, de conformidad con el ordenamiento jurídico internacional?  ¿Quién pondrá la mano y los recursos para ejecutarla, para sostenerla, para sufragar las responsabilidades que la acompañan mientras dura e incluso después?  ¿Con qué perspectiva de éxito y con qué criterio de utilidad que garantice -o por lo menos permita suponer con algo de razón- que la cura no será peor que la enfermedad?

Quienes dicen “intervención”, lo dicen con facilidad pero eluden contestar estas y otras preguntas difíciles.  Pasan por alto, deliberadamente, una verdad monumental como un templo  que nada será fácil en relación con lo que ocurre y ocurrirá en los próximos años en Venezuela.

Todo esto debería servir de advertencia a quienes minimizan, con argumentos harto debatibles, el riesgo de que la experiencia venezolana -el desvarío populista, la caída en el abismo revolucionario- se repita en otros lugares de América Latina.  Se dice fácilmente que tal cosa no pasará, y que las particularidades de Venezuela la hacen acaso excepcional.  Mucho más difícil es reconocer las propias vulnerabilidades, denunciar el pacto con el diablo y la trampa que esconden sus tentadoras promesas.  Y aún más difícil es tomar las medidas efectivas de gobierno requeridas para que los émulos de Chávez no encuentren un terreno fértil en el cual volver a medrar en el futuro. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales