Repercusiones del Brexit | El Nuevo Siglo
BORIS JOHNSON cumplió su promesa y logró sacar el Brexit. Ahora enfrenta críticas de algunos sectores
Foto archivo AFP
Sábado, 6 de Marzo de 2021
Giovanni Reyes

En general existen dos perspectivas complementarias con el fin de analizar la salida del Reino Unido (RU) de la Unión Europea (UE).  Por una parte, el sentido formal. Sí, en efecto, en términos legales el RU no forma parte ya de los esfuerzos de integración que tratan de consolidar los países europeos continentales. Por otra parte, está el sentido concreto y efectivo del caso. Es imposible tener un “brexit” real, dado que Europa constituye esencialmente -quiérase o no- el mercado natural del Reino Unido.

Abordemos esta situación. Un mercado natural se presenta cuando básicamente existe una economía relativamente pequeña -RU- a una distancia corta -Canal de la Mancha- de otro país o área comercial que tiene una economía más grande -Europa Occidental. No es de olvidar que lo que motiva y hace accionar las empresas y la economía es fundamentalmente la demanda, la demanda efectiva de países y mercados.



La economía pequeña puede vender sus productos a otros países, por ejemplo, México los puede vender a Nueva Zelanda, por poner un caso, pero económicamente es más factible y competitivo, venderlos a Estados Unidos. De hecho, la potencia que tiene un nuevo inquilino en Washington representa con su gran demanda y cercanía al territorio tapatío, el mercado natural de México. Es más, Estados Unidos es el mercado natural de los países centroamericanos y caribeños.

Es precisamente ese concepto del mercado natural, el que deliberadamente o no, ocultaron los políticos que impulsaron el “brexit”. A partir de allí se generaron muchas distorsiones y abierto envilecimiento informativo, de manera análoga a como lo continúa haciendo -increíblemente- Trump con sus seguidores. Como es normal en estos casos, se apela a la carencia de entendimiento y la percepción emotiva de las personas.

Con base en lo anterior, el “brexit” ha acarreado devaneos económicos, sociales y políticos. Los ingleses lo están sintiendo desde ya. Muchas de las empresas se localizan en Europa en donde tienen un mayor mercado, en donde existe una mayor demanda efectiva, de manera que, con ello, se ven disminuidos los costos fijos de las organizaciones y se pueden aprovechar con mayor eficacia los mecanismos de economías de escala.

Los ingleses ven desde ya, cómo se esfuman los apoyos de la Unión Europea a los proyectos de cooperación científica, becas a los estudiantes en particular a los universitarios, y cómo -algo que era previsible- aumentan los aranceles efectivos -trámites de comercio- en las fronteras.

Es de resaltar que todas estas tempestades fueron profetizadas. Es algo que se dijo reiteradamente, desde antes de la votación del 23 de junio de 2016. Era elemental saber que, si el RU se separaba de la Unión Europea, el costo sería alto. Bruselas enviaba un mensaje, no tanto a los ingleses, sino precisamente a los otros países: si se desean “salir” del tratado, esto es lo que les espera, estos son los costos y este será el proceso mediante el cual los colocaremos en la “leper colony”, en la “colonia de los leprosos”. 

Situaciones, procesos, costos y mecanismos previsibles. Una típica situación que es analizada como aspecto básico de la teoría establecida por John von Newmann y Oskar Morgenstern, allá por el año 1944: teoría de juegos. Una rama de la economía y matemática que es importante en la toma de decisiones en general y estratégicas en particular.

Sin embargo, se evidencia una vez más: el populismo se apoya en la falta de entendimiento de las personas. Viene a la mente una frase que se le atribuye al francés André Gide (1869-1951) -Premio Nobel de Literatura 1947- “todo ya está dicho, pero como nadie escucha, es necesario volver a empezar”.

Pero eso sí, dirán los xenófobos políticos: “no somos europeos, tenemos nuestra identidad inglesa intacta, nadie nos manda, somos soberanos”, ¿y?  Estas actitudes se van decantando en lo que se conoce como “la arrogancia del derrotado” del perdedor, su orgullo es lo único que le va quedando, lo que va siendo el último asidero a su golpeado ego. 

En lugar de razonar, de conducir su pensamiento por itinerarios lógicos, los derrotados se aferran muchas veces a decisiones tomadas “nunca me arrepiento de nada”. Sólo queda su orgullo y su violencia y el aferrarse a las quimeras. “Aunque no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey” como diría el cantante y filósofo José Alfredo Jiménez (1926-1973) desde tiempos que arrancaron allá por 1965.

Estas consideraciones sobre el brexit, cuyas primeras víctimas son los mismos ingleses, surgen como producto de varios hechos que son constatables. Véase cómo uno de ellos ha sido la indiscutible inestabilidad política. Desde junio de 2016, cuando la decisión se saldó por estrecho margen, en estos cuatro años, casi cinco, se han tenido tres primeros ministros: (i) David Cameron cuya adicción a caminar en las cornisas generó estos empobrecedores desvaríos; (ii) Theresa May; y (iii) el actual Boris Johnson, con su particular y personalísimo estilo.

Pero la situación de la inestabilidad política no queda allí. Para nada. Ojalá fuera solamente tema para los baturrillos y los decires siempre dinámicos de la prensa rosa. Un problema incluso de integridad territorial se tiene con Escocia.  Allí está latiendo la esperanza de formar una república, de que la Ilustración pueda, por fin, llegar al Reino Unido. Como se sabe, los escoceses se empeñan en celebrar un nuevo plebiscito de independencia. Salirse del Reino Unido y volver a Europa.

Algunos políticos actuales -incluso promotores del escamoteo de la salida de Europa- no pueden negarse a las repercusiones y costos que el “brexit” sobrelleva. Jacob Rees-Mogg, conservador de los intransigentes o “duros” del “brexit” lo reconoce: “las repercusiones y posibles beneficios de la salida de Europa se podrán tener en unos 50 años”.

 *Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.

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