Los viajes de Bartók | El Nuevo Siglo
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Domingo, 18 de Marzo de 2018
Antonio Espinosa*
EL NUEVO SIGLO presenta la segunda serie de “Grandes Compositores” escrita por Antonio Espinosa, músico de Berklee College of Music. En la primera entrega se narra la historia del creador de la etnomusicología, un obsesionado por el folclor de los países de la Europa central y los Balcanes

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DESDE que la música clásica existe como fenómeno, nacimiento que se podría sensatamente proponer concordante con el comienzo de la polifonía en las catedrales francesas del siglo XII y XIII, la relación de la misma con las fuentes folclóricas ha sido siempre importante. Desde las canciones populares de grandes compositores polifónicos como Guillaume Dufay y Josquin des Prés, pasando por las melodías campesinas que Haydn absorbió en su juventud y luego informaron su estilo, y llegando a los reconocidos pastiches pseudo-folclóricos de compositores como Brahms, Liszt y Dvořák.

 

En el siglo XX, sin embargo, esta relación se tornó mucho más fuerte, honda y significativa, en buena parte gracias al  gran compositor húngaro, Béla Bartók (1881-1945). Bartók hizo parte de la primera generación de compositores que creció bajo el influjo de la entonces joven disciplina de la musicología, dedicada al estudio del contexto antropológico e histórico de la música. Fue por medio del contacto con esta disciplina, y de una rigurosa postura académica frente a la música folclórica de su natal Hungría, que Bartók logró no sólo figurar entre los pioneros de lo que después se llamaría la etnomusicología, sino además encontrar a través de esta música una voz única como compositor dentro de la tradición de la música clásica occidental.

 

En 1904, estando en Budapest, Bartók tuvo una experiencia transformativa escuchando a una campesina cantar canciones tradicionales. Profundamente afectado por esta música, comenzó a organizar viajes a las zonas rurales más apartadas de Hungría y Rumania para conocer a profundidad la música de cada región. Pronto empezó a llevar a estos viajes un cuaderno y un fonógrafo, y en compañía de su amigo Zoltán Kodaly, también compositor, emprendió una de las primeras y más influyentes empresas en la historia de la etnomusicología.

 

Bartók y Kodály se aseguraban de grabar la mayor cantidad posible de canciones en la mayor cantidad posible de pueblos, tomando notas comparativas sobre diferencias regionales en estilo y estructura, y haciendo lo posible por transcribir aquellos tesoros de la tradición oral a los parámetros de la notación estandarizada occidental. Este meticuloso trabajo fue de gran importancia en el desarrollo de la etnomusicología, inspirando viajes similares por parte de figuras importantes como Alan Lomax en los Estados Unidos y Steven Feld en Papúa Nueva Guinea.

 

Esta preocupación con la autenticidad, con ir a encontrarse con esta música en el contexto más vital y puro posible, es una de las cosas que distingue a Bartók de sus predecesores. Brahms y Liszt habían compuesto danzas y rapsodias húngaras respectivamente, pero la fuente de la cual recibían su inspiración “folclórica” eran los grupos de música supuestamente gitana que se presentaban en los cafés vieneses, tocando una música pensada específicamente para el oído citadino, que poco o nada tenía que ver con el verdadero folclor de los Cárpatos o de ninguna otra parte. Incluso los llamados compositores “nacionalistas,” como Dvořák y Smetana, se contentaban con evocar un espíritu pastoril o folclórico según las percepciones de un público urbano, con muy pocas referencias a la verdadera música folclórica de sus orígenes checos.

 

A partir de este estudio meticuloso y serio de la música folclórica, Bartók pudo ver su profundidad y su valor mejor que cualquiera de sus antecesores. Pudo darse cuenta de lo verdaderamente distinta que era esta música a aquella que se escuchaba en las salas de conciertos; con sus conceptos totalmente distintos de la armonía y el ritmo en particular, que eran para un público urbano, a pesar de su antigüedad, totalmente novedosos.

 

Bartók desarrolló una relación sincera e intensa con esta música en un punto clave de su crecimiento como artista, y se convirtió en una parte esencial de su lenguaje y su estilo. Esto es evidente de manera transparente en muchas de las obras compuestas en la primera mitad de su carrera, como las Improvisaciones sobre canciones campesinas húngaras o las cinco canciones del Op.15. Incluso algunas de sus obras que no necesariamente tienen elementos musicales folclóricos tratan con temas derivados de historias tradicionales, como la macabra ópera en un acto El castillo de Barbazul.

 

Es común pensar que, a medida que Bartók adoptó un lenguaje más moderno y disonante, esta influencia del folclor desapareció entre las disonancias extrañas de su madurez. Pero es precisamente en estas piezas donde se hace evidente lo hondo que calaron en Bartók las lecciones que aprendió de la música campesina que estudió. Esto queda claro escuchando una pieza como el Cuarteto para cuerdas No. 4, frecuentemente considerada una de sus piezas más difíciles. En ella priman los ritmos extraños, que se sienten casi contra natura para el oyente occidental, las disonancias agresivas y una sensibilidad melódica laberíntica, creando el aterrador clima ultra modernista de esta obra. Todos estos son elementos que de alguna manera u otra se encuentran presentes en las canciones campesinas que Bartók grabó y transcribió en su juventud. La música folclórica no era para Bartók un artilugio o truco, una herramienta más, sino una parte tan importante y orgánica de su lenguaje musical como lo podía ser la influencia de Strauss o Debussy, y precisamente por eso la pudo utilizar con tanta finura, integrándola orgánicamente a su enorme inteligencia musical.

 

El interés de Bartók por la música folclórica continuó hasta el final de sus días; en sus últimos años, viviendo en Estados Unidos y plagado por el cáncer, trabajó con la Universidad de Columbia recolectando canciones folclóricas de Serbia y Croacia, y poco antes de haber escapado de la guerra en Europa había estado en Turquía, grabando y transcribiendo como siempre. Sus aportes a la musicología son de una importancia difícil de exagerar; siendo uno de los fundadores de la etnomusicología, no es fácil imaginar cómo sería nuestra relación con las músicas folclóricas sin sus innovaciones, sin el respeto por estas tradiciones populares ancestrales que Bartók ayudó a inculcar en nuestra cultura. Pero quizás la lección más importante que le ha legado Bartók a la música occidental es la de tener siempre los oídos abiertos, pues se encuentran tesoros inigualables en los lugares más inesperados.