Maduro camina hacia pantano de ilegitimidad absoluta | El Nuevo Siglo
Foto archivo Anadolu
Sábado, 17 de Marzo de 2018
Giovanni Reyes

Nos estamos acostumbrando ya a la tragedia venezolana y eso es algo muy peligroso.  Tal y como lo señalaba una pancarta colocada hace ya casi 10 años en la Universidad Javeriana de Bogotá en relación al problema de los secuestrados, “las peores cadenas son el olvido y la indiferencia”.  Y sí, las cosas en Venezuela trágicamente se agudizan, se extienden alimentadas por el desempleo, una inflación casi inimaginable de más de 1,200 por ciento anual, y para completar el cuadro, una carestía que no da tregua, en particular en los rubros de alimentos y medicinas.

No es bueno que los gobiernos olviden esas trágicas realidades, cuando en lo inmediato el régimen de Maduro se enfila, decidido, al abismo de la ilegitimidad absoluta.  ¿Qué más puede pasar en Venezuela para que se produzca sobresalto y acciones que puedan aliviar en algo el sufrimiento humano?  Difícil decirlo cuando se están vulnerando cada derecho, cada resquicio de participación.

Se hace totalmente evidente, ahora con las próximas elecciones, Maduro camina a ese pantano de ilegitimidad.  Lo hace con los ojos abiertos, como el Adriano de la escritora belga Margarita Yourcenar (1903-1987)  en ese clásico libro, “Memorias de Adriano” publicado inicialmente en 1951; “caminando Adriano con los ojos abiertos hacia la muerte”.  Pero por contraste en muchos casos de la situación romana –difícil de creer- para el mandatario desde Caracas no hay institución que cuenten. Son los chavistas los que literalmente se están imponiendo a puño limpio, a represión abierta en el país.

Por supuesto que no es la muerte de Maduro, o sus padecimientos.  Eso está para la gente que tiene que soportar con heroísmo mudo, heroico y diario, las contingencias de la tragedia venezolana.  Una tragedia que parece imparable.  Los desastres del manejo político y económico en Venezuela parecen no tocar fondo. Allí están las escandalosas realidades que infringen lo que hasta no hace mucho eran imprevisibles en el país que paradójicamente es la potencia petrolera de América Latina.

Estos escenarios son consecuencia de la riqueza existente en esa nación y de la gestión que se le ha dado.  Se trataría de lo que en teoría del desarrollo económico se denomina la “maldición de los recursos naturales”: los países que la tienen relativamente fácil en función de su dotación de recursos, tienden, muchas veces a constituirse en sociedades disfuncionales.  Allí están las contribuciones de Ricardo Auty, de Andrew Warner y de Jeffrey Sachs, economistas contemporáneos, para probarlo.

“Inmunes” a la crisis

 

Ante una realidad tan vergonzante, Maduro y los militares que lo sostienen -y que están engrosando sus chequeras- no parecen inmutarse.  Irán a las urnas ellos solos.  Y la oposición enfrenta, en solitario una disyuntiva devastadora. Si van a las urnas les hacen trampa y pierden, si no van, pierden de entrada.  Es aquí cuando la presión de la comunidad internacional, debe imponerse.

No obstante, en medio de todo esto, la realidad de crisis social, bordeando una crisis humanitaria y de descensos en la economía, son aspectos que no pueden esconderse tras los discursos, los disparates o el culpar a otros, siempre buscando un enemigo externo.  La población tiene una lacerante lucha de heroísmos anónimos. Lo cosmético de los discursos contrasta con la realidad de las vivencias.  El problema al final, ya no es tener efectivo o circulante.  Por supuesto que esto ayuda.  La principal dificultad es la escasez.  Es la embestida de las carestías diarias, contrastando con el estruendoso e imparable discurso del gobierno. 

Lo que hace Maduro es hablar, hablar, inconteniblemente.  Pero la elocuencia de lo real desemboca en escenarios en donde incluso, las disputas se han tornado violentas en supermercados y centros de abastecimiento, todo con el fin de hacerse con una bolsa de leche.

Lo que el gobierno calla es que como producto de todo este contexto, el rechazo a Maduro llega ya a más de 85 por ciento.  Cifra nada despreciable, cuando se reconoce que al final de sus días, cuando la muerte finalmente se presentó, aquel 5 de marzo de 2013, Hugo Chávez (1954 - 2013) contaba con no menos de un 43 por ciento del electorado como mercado cautivo, como parte del chavismo duro, “resteado” con el oficialismo.

Maduro ahora se precipita a la ilegitimidad completa.  Pero no le preocupa siempre que algo vaya quedando en las arcas nacionales para sus ingresos.  Quizá otros están pensando cómo salirse del embrollo en el que están metidos.  Muchas de ellos hasta ahora han seguido la estrategia de estar “con el campeón hasta que pierda”.

Puede ganar las elecciones, es indudable, pero el chavismo o lo que va quedando de este movimiento, luce desesperado.  Esa es la consecuencia de la dinámica desbordada que han tomado los hechos, como resultado fundamental del coctel molotov de constante presencia, repito, de carestía, inflación y desempleo galopante.

Fantasía del enemigo externo

El problema es la justificación que se presente, la “legitimidad” en que debe basarse esa anulación de elecciones.  En tiempos como los actuales, de globalización, de fluidez de información en tiempo real y de oleajes de furor opositor que también se expresan en los innovadores mecanismos de las redes sociales, la situación no es fácil.

Es allí en donde encaja la fantasía de un “enemigo externo”.  Con ello se hacen llamados al patrioterismo, se trata de generar distractores, se intenta promover cierto sentido de cohesión social, y lo más importante: se trata de presentar cualquier ataque contra el gobierno, como una arremetida contra el Estado venezolano, contra la nación misma.

Ello constituye un distractor: hacer de la frontera con Colombia, un escenario de una confrontación “generada” por el supuesto problema para-militar colombiano.  Con ello, Maduro trata de (i) promover el enemigo de afuera; (ii) recalca su vociferante antagonismo con Santos y Uribe y (iii) trata de buscar un tema alternativo, algo que quite de los titulares la tragedia económica diaria de los venezolanos.

En otras ocasiones se ha dicho y los señalamientos tienen plena vigencia ahora: no hay “revolución” en Venezuela.  Lo que hubo es el secuestro de una era de altos precios del petróleo.  Pero ese tiempo está llegando a su fin. Naufraga con la tragedia para las mayorías venezolanas.  Mínimamente sería de invocar el Artículo 20 de la Carta Democrática de la OEA, texto que fue firmado por Hugo Chávez, precisamente el 11 de septiembre de 2001, en ello se puntualiza: cuando “en un Estado Miembro se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático (…) se pueden adoptar las decisiones que se estime conveniente”.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.