No somos un Estado fallido | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Marzo de 2018

El analista Hernando Gómez en su columna del pasado 17 de febrero dice que “durante 50 años las Farc se encargaron de que en Colombia no hubiera izquierda ni protesta social: el Estado y los medios decían que había fuerzas oscuras detrás de cualquier protesta, y la gente creía que hacer oposición era hacer subversión.” Luego agrega que “por eso somos el país de América Latina donde los movimientos y protestas populares han sido débiles, el único de toda la región que no ha tenido gobiernos de izquierda.”

Esa tesis tuvo mucho eco en la época del Frente Nacional; sin embargo, durante su vigencia hubo movimientos de oposición tan importantes como el MRL y la Anapo que, inclusive, llegó a tener tanta raigambre popular que estuvo a punto de ganar la elección presidencial en 1970. Recordemos que la Anapo Socialista alimentó el surgimiento del M-19, y de la juventud del entonces MRL. salió gente para las guerrillas de esa época.

En una etapa posterior surgieron movimientos de oposición a los gobiernos que salían de los mismos partidos. Y a partir de la Constitución de 1991 se han abierto paso los movimientos de las minorías étnicas, agrarios, entre otros, pero no se había consolidado la oposición de izquierda. Por ello Gómez Buendía pronostica que una Colombia sin guerrillas -sin miedo a la protesta- acabará por tener un gobierno de izquierda.

La verdad es que en América Latina no ha triunfado del todo la izquierda ideológica, sino más bien movimientos de corte populista, como también los hubo en el pasado, que no han tenido mayor éxito en su gestión de gobierno porque sus políticas no han generado desarrollo, ni han estabilizado en lo social sus respectivos países, a pesar de algunos avances. Lamentablemente han tenido si un denominador común: cayeron en las garras de la corrupción. Así ha ocurrido en Argentina, Brasil, Perú y Venezuela. En Nicaragua, el presidente Daniel Ortega, quien lleva tres periodos presidenciales consecutivos, hizo elegir a su propia esposa, Rosario Murillo, Vicepresidente de la República; además, siete de sus hijos ocupan cargos clave en la administración de ese país. Eso no se había visto ni en las épocas de las monarquías absolutas, lo cual, desde luego, sería impensable que se presentara en nuestro país.  Y ni hablar del caso dramático del derrumbe del sistema democrático en Venezuela, cuyo régimen va para 20 años en el poder, y de la quiebra total de su economía.

En Colombia, a pesar de las dificultades que estamos afrontando y de los altos niveles de corrupción que se registran todavía no hemos llegado a la condición de Estado fallido. Por eso no creemos en la profecía apocalíptica de que somos un país sin futuro; por tanto, tenemos la responsabilidad de elegir los mejores congresistas el próximo 11 de marzo para emprender la tarea de rediseñar las instituciones que no funcionan bien y que han sido permeables al fenómeno de la corrupción.