Trump versus los más ricos | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Marzo de 2018

Se ha producido por aparente paradoja el enfrentamiento entre el actual presidente de USA y varios centenares de multimillonarios de ese país beneficiados por su programa económico.

Desde el principio el potentado Buffet encontró revulsivo que el mismo pagara menos impuestos que su secretaria, le parecía un exabrupto, una falta de racionalidad para manejar un país súper poderoso y súper endeudado. Sin racionalidad impositiva y con crecientes conflictos internacionales el horizonte para su país, a mediano plazo, es tan predecible como el de una locomotora en marcha y sin frenos.

Luego vino un recorte todavía mayor de impuestos en beneficio del uno por ciento más rico de la población. Se argumentó que esto produciría mayor empleo y generaría más riqueza social. Adujeron que eso se había demostrado durante los ocho años de Reagan, cuando la verdad es que en ese lapso hubo seis incrementos impositivos, a la chita callando.

Gracias al gobierno Obama el desempleo ha venido disminuyendo desde el 2015 y no es ya el principal problema, sino la baja salarial para los sectores medios que se viene produciendo desde hace más de medio siglo. Ese es el quid.

Como el minúsculo ápice de la pirámide social se enriquece, mientras la clase media se empobrece y tiende, de modo alarmante, a desaparecer a largo plazo, centenares de esos multimillonarios enviaron a la Casa Blanca una carta conjunta de alarma. Uno de los más activos y elocuentes de ese grupo, Nick Hannauer, sostiene que la riqueza y el empleo se producen gracias a la ley de oferta y demanda y no a una iniciativa gerencial. Si se empobrece al consumidor los empleos mejor pagos no los generaran los empresarios, aunque se les exoneren de ciertos impuestos. Lo ilustra con innumerables ejemplos. Si se disminuye la demanda ningún empresario (por generoso que sea) agrega costos fijos inútiles aumentando mano de obra. En fin, el reparto inequitativo perjudica a todos a la larga.

El premio nobel Stiglitz sostiene que la crisis de los años ochenta, gestada durante la administración Bush, exoneró al sector financiero de su comportamiento agresivo, y pasó la deuda al resto de la sociedad. Vale decir, socializó las pérdidas de los agresores, pero privatizó sus ganancias. Y esto agravó el descontento de algunos sectores que luego fueron propicios a la demagogia de Trump, demagogia que el tranquilo profesor Stiglitz califica de fascista. Agrega que en el último medio siglo ese país ha disminuido su inversión en investigación que (en cambio) sí es creador directo de innovación y riqueza social.

De contera la xenofobia desatada por Trump, dificulta la llegada de científicos y técnicos, de ahí la persistente oposición de los magnates empresarios de Silicon Valley.

Las trabas al comercio parten de una inferencia equivocada, supone que en un negocio inexorablemente una persona gana y la otra pierde, es decir que la suma social del asunto equivale a cero. La globalización considera que hay beneficio mutuo en el comercio, que hay un gana-gana.