El gobierno ha presentado la reforma tributaria más ambiciosa de los últimos años, no solo por lo que pretende recaudar, sino por la transformación que busca del modelo socioeconómico. El objetivo principal, como lo ha expresado el gobierno y algunos académicos, es que las personas de ingresos altos y medio-altos tributen fuertemente para que las personas que viven en pobreza y pobreza extrema reciban transferencias monetarias. En palabras simples, el objetivo de la reforma es aplicar la redistribución de la riqueza. Esto, como otras ideas similares, se lee muy bien en el papel, pero en la práctica genera desincentivos y amerita reflexiones. Comparto algunas.
1. La riqueza no es una torta y como tal no hay que repartirla. En realidad, todos los días se genera riqueza. En 1820 el 95% de los habitantes del mundo vivía en condiciones de pobreza, dos siglos después, en 2015 esta cifra bajó al 10%. Esto no ocurrió repartiendo el 5% de riqueza que existía en el siglo XIX, la nueva riqueza se creó gracias a los avances en revoluciones industriales y el auge del capitalismo. Los empresarios han generado más valor y riqueza para el mundo, que todos los gobiernos y ONGs sumadas.
2. Siempre que le quitamos parte de sus ingresos a unos, para aumentarle los ingresos a otros, el ingreso total disponible para la sociedad disminuye. El economista Arthur Laffer lo ha explicado en varias ocasiones. Los más ricos usan su dinero en inversión que genera más riqueza. Sin embargo, altas tasas impositivas a la riqueza generan un desincentivo para invertir. Esto ocurre por un asunto sencillo “si uno produce más dinero el Estado se va a quedar con una mayor parte”. Supongamos los siguiente: si hacemos una pizza de 10 porciones, el Estado se queda con 1 porción; pero si hacemos una de 20 porciones, nos quitan 11. Al final preferimos hacer la de 10 que requiere menos esfuerzo y al final nos quedamos las mismas 9 porciones. Altas tasas impositivas a los más ricos destruyen los incentivos para crear más riqueza y los ingresos de todos caen.
3. No se debe desconocer la necesidad de tener política social para evitar que quienes vivan por debajo de unas condiciones mínimas, puedan salir de la pobreza, pero estas ayudas requieren ser focalizadas, condicionadas y temporales. Además, deben ir acompañadas de políticas públicas que incentiven la generación de riqueza, disminuir la carga impositiva a las empresas, facilitar los trámites, y garantizar la igualdad ante la ley.
¿Es posible financiar la política social sin aniquilar la generación de riqueza? La respuesta es sí. Lo están haciendo en Estonia, con un impuesto plano sobre la renta. Un sistema tributario muy sencillo, de un solo impuesto del 21%, en donde todos los ciudadanos que no estén en condiciones de pobreza deban pagarlo. Esto no genera desincentivos, y al mismo tiempo aumenta el recaudo.
Recordemos la frase de Mario Moreno “Cantinflas”: “El problema no son los ricos, son los pobres; hay que acabar con la pobreza y no con la riqueza”.