El juego como una herramienta para sanar | El Nuevo Siglo
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Sábado, 14 de Abril de 2018
Andrés Rivera
Hay que seguir jugando, como los niños. El juego les permite tomar un rol de agencia en donde se permitían expresar su mundo vital interno al igual que sus diferentes dificultades mediante el uso de las herramientas flexibles 

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Desde hace ya muchos años oigo este consejo que al parecer es muy significativo para muchos aunque me pregunto qué tanto somos conscientes de su significado y posibilidades: ¨Nunca dejes morir a tu niño interno¨, me han dicho en más de una ocasión los más variados personajes. Desde diversas disciplinas del conocimiento y de manera transcultural se ha identificado el valor de la infancia como una etapa fundamental en el desarrollo humano, que tiene una amplia gama de posibles futuros y potencialidades al igual que una alta vulnerabilidad al contexto, los aprendizajes, experiencias y relaciones a los que los niños se vean expuestos. Dentro del inmenso universo que es la infancia el juego siempre ha mantenido especie de magia particular, de manera que al pensar en nuestros primeros años de vida, una de las primeras cosas que recordamos son los juegos en los que solíamos involucrarnos y las sensaciones que nos generaban. Ahora pienso que a esto se referían con no dejar morir a nuestro niño interno. Creo que hacían referencia a no perder esa habilidad mágica para jugar a través de los diferentes momentos de nuestra vida.

 

Unas semanas atrás me crucé con un texto que trataba sobre el trabajo terapéutico con niños a través del juego. Fundamentados en pensadores como Martin Heidegger,  Maurice Merleau-Ponty, Edmund Husserl y Hans-Georg Gadamer entre otros, varios terapéutas como los vinculados a la Universidad de Utrech en Holanda utilizaron la imaginería lúdica para construir un tipo de comunicación con imágenes y así acompañar los procesos de los niños. Lo más relevante de este modelo de acompañamiento es que desde su método, se encontró que era posible acercarse más a la manera de pensar y sentir del niño y que además, el juego les permitía tomar un rol de agencia en donde se permitían espresar su mundo vital interno al igual que sus diferentes dificultades mediante el uso de las herramientas flexibles y adaptables que un juego puede tener. De igual forma los mismos niños incluian diferentes elementos asignándoles un significado y hasta involucraban al terapeuta y lo invitaban a que le sumergiera en ese mundo, a que jugara con sus regal y con su propio lenguaje. De esta manera, estos terapéutas si dieron cuenta de que el juego como actividad humana, en especial en los niños, tiene un gran poder para la expresión de significados, sensaciones, emociones y deseos a través de mecanismos diferentes a los de la cotidianidad.

 

Placer de explorar

 

Todos recordamos el placer que nos daba el juego cuando éramos pequeños. Nos permitía explorar nuevos mundos, sentíamos que al mismo tiempo que éramos dueños y creadores de un universo y paralelamente manteníamos una actitud de exploradores frente a algo desconocido. Existen muchos tipos y dinámicas de juego, claro, pero aquellos en donde desplegábamos nuestra imaginación nos permitían transformar el mundo que normalmente veíamos y hacer aparecer otro con infinitas posibilidadas, con problemas a los que respondíamos con las más extravagantes alternativas; y cuando teníamos la fortuna de compartir esa aventura con otro ser que se dejaba llevar por ese torrente de creatividad y que además aportaba su propia energía y disposición, sabíamos cómo cocrear un mundo nuevo llegando a acuerdos y reglas, tomando el liderazgo por un tiempo para luego soltarlo y dejar que otro guiara la configuración de nuestro mundo. Al recordar todos esos personajes que fuimos y en los que nos podíamos transformar instantáneamente siento un malestar en el estomago al pensar lo que diría ese niño de mi si me viera siguiendo la misma rutina todos los días repitiendo el mismo rol una y otra vez, como si el mundo se hubiera vuelto estático y las posibilidades se nos hubieran vuelto un único guión que cada vez menos quieren seguir.

 

En el juego todos aprendemos algo que se va perdiendo a medida que nuestro lenguaje se va volviendo más concreto y menos ¨juguetón¨: la utilización de la imagen para la expresión de experiencia de vida y significados emocionales. Este tipo de procesamiento y comunicación del mundo emocional de una persona además de estár ampliando las herramientas de comucinación, el léxico, la representación simbólica y la creatiatividad, estaría también fundamentándose sobre el hecho de que la interacción humana es en gran parte interpretativa y que al mantener estas cualidades que empiezan a formarse durante la etapa de juego en la infancia, se podría complementar nuestra manera de comprender a los demás al igual que la capacidad para comunicar sobre nosotros mismos. Esto podría generar un impacto significativo en la calidad de nuestras interacciones apoyándose en la comprensión fundamental de que los demás experimentan el mundo que nos rodea de una manera particular, imaginando e interpretando a su manera, y aquí hemos ido perdiendo cada vez más la habilidad para compartir el mundo imaginario del otro al igual que las ganas de invitar a otros a que jueguen un rato también en el nuestro.

 

Es por lo anterior que considero que ¨no dejar morir al niño interno¨ no tiene nada que ver con ser infantil o comportarse de una manera que no corresponde a la edad o a lo que se acostumbra dentro de ciertos parámetros culturales. No dejar morir al niño interno es mantener esa capacidad de asombro frente a un mundo que todavía tiene mucho por descubrir. No dejar morir el niño interno es recordar que aún se tiene el poder de modificar el mundo propio con la creatividad, el esfuerzo y el gozo que motiva a seguir juando. Significa que nunca olvidemos que la vida es también un juego y que a nuestro lado están muchos otros jugadores con versiones diferentes pero que enriquecerían la nuestra si se los permitimos. No dejar morir al niño interno es recordar nuestras emociones, deseos, significados y expectativas manteniéndolas en primer plano, comprenderlas para saber cuando y cómo mostrarselas a los demás para que el juego pueda funcionar. No dejar morir al niño interno es saber jugar en equipo reconociendo que el mundo y la realidad que nos rodea es el resultado de la interacción de nuestras imaginaciones compartidas.

 

 

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