Fuerza y fe | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Abril de 2018

Es monja, ya tiene casi cien años, mide metro y medio, va en silla de ruedas porque sufrió un grave accidente, pero es campeona de baloncesto.

Hace más de treinta años que su equipo no figuraba entre los grandes de la liga universitaria; y ahora, gracias a su acompañamiento espiritual, ella logró que entre los 64 competidores de la Ncaa, Loyola, de Chicago, fuese uno de los cuatro mejores.

Jean Dolores Smith nació en San Francisco y a los 18 sintió el llamado de Cristo para hacerse hermanita de la Caridad de la Beata Virgen María.

Amante del deporte, se hizo entrenadora y preparó niños en distintas disciplinas, hasta que llegó a la Universidad de Loyola, de la Compañía de Jesús, a comienzos de los 90.

Sin dejarse doblegar por el padecimiento físico que la postró en silla de ruedas, ella asumió con mayor fervor su misión como capellán y se consagró al equipo por el que nadie apostaba.

Pacientemente, ella fortaleció la fe de los jugadores, empezó a orar con ellos antes de cada partido, les infundió la esperanza y empezó a ver el triunfo cada vez más cerca.

Diseñaba la estrategia codo a codo con el entrenador, les dotó de resiliencia a toda prueba, hablaba su mismo lenguaje juvenil y les mostró el camino de la victoria encomendándose a Dios en cada contienda.

La hermana Jean ve los partidos con sus muchachos antes de enfrentar al rival, los empodera y desarrolla a plenitud su creatividad, poniendo siempre de presente la naturaleza católica de una universidad cuya misión se centra en la formación en valores de los profesionales que prepara.

De hecho, en esta última temporada vencieron consecutivamente a Miami, Tennessee y Kansas State, con lo cual, ella pasó a convertirse en una auténtica celebridad y en un ejemplo.

Centenares de reportajes, ovaciones, abrazos de sus pupilos después de cada cesta, respeto temeroso de sus adversarios y hasta uno que otro lema de combate: “Los otros son más altos, pero ustedes son más capaces”.

No en vano, ella va más allá del campo de juego y le da una dimensión trascendental a su tarea: “Todo lo que tienes que hacer es pasar un día con los estudiantes aquí, en Loyola, y te sentirás lleno de esperanza para la Iglesia”.

En síntesis, la hermana Jean ha demostrado claramente que el triunfo no depende de encumbradas posiciones previas, reconocimiento generalizado o sofisticadas maquinarias institucionales.

Por el contrario, ella enseña lo que también vale para la política, (de cara a la primera vuelta, por ejemplo): lo importante no es otra cosa que el acertado equilibrio y la combinación de dos poderosas variables: la fuerza y la fe.