La banda de mi tiempo: Radiohead | El Nuevo Siglo
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Domingo, 22 de Abril de 2018
Pablo Uribe Ruan
El miércoles 25 de abril, en el Parque Simón Bolívar, la banda inglesa se presenta por primera vez en Colombia. Nihilistas contemporáneos, mezclan una exploración de diferentes ritmos y exploraciones sonoras, lo que hace que para muchos sea la más importante de los últimos tiempos

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HABÍA, en el medio, vinilos y discos. No se trataba de una escena esotérica o metafísica. Más bien era una de esas en la que, cada vez que sonaba una canción –yo-, accesorio y circunstancial, centraba mi atención en la armonía del contrapunto y los bits.

Los viernes, de 2006, empezaban siendo un simple encuentro de amigos y terminaban en un ritual. De vez en cuando había pizza, siempre había una botella y, entre sollozos llamados por embrutecernos con reguetón, ganaba esa cosa, por fortuna. Ganaba Radio Head.

No olvidaré cuando empezó a sonar “Kid A”, un álbum que me marcó y me hizo entender, desde entonces, que en la música –al menos la que yo he oído con sigilo- hay una banda capaz de que olvide mi existencia. No porque busque la abstracción o me sienta miserable, sino porque logra habitar un universo más allá de mi percepción.

Narrativa del Siglo

A cuatro días de que toquen por primera vez en Bogotá, tampoco sé qué es lo que hacen. Al menos cuando empezaron, se encerraban en un cuarto, los viernes, en un barrio Oxfordshire, buscando sonidos distintos al britpop (Blur, Oasis),  que dominaba la escena roquera en Inglaterra.

Radio Head, en 1996, supo que no acabaría adulando el mundo de la estrella rock: viajes, peleas, un poco de espíritu contestatario, cocaína, y ya está.  El rock pasaba por momentos, no tan difíciles como los de ahora, pero suficientemente tristes para declarar su extinción. Así que, con algunas libras, dotó su estudio de grabación –de exploración- con un montón de dispositivos electrónicos para hacer un “arco iris de sonidos”. Fueron varias horas de estudio, hasta que resumió, en pocas palabras, lo que hoy significa esto: vivimos al servicio de la tecnología. Llamó a su álbum “OK computer”. Perplejos, ¿todavía nos preguntas qué hay del mundo? No, hombre, estos ya lo sabían antes.

Atrás, en 1993, antes de llenar su estudio de sintetizadores que se asemejaban al bullicio de la producción industrial en la discografía de Pink Floyd, lanzaron su disco más convencional. Digo, más convencional, porque empleaba una instrumentación parecida a la de las otras bandas inglesas. El mismo ritmo. Aunque desde ahí definió su futuro éxito con una canción que estalló en las emisoras: Creep; para muchos, la mejor de todas. Para mí, no.

Yo apenas era un niño y crecía con Nirvana en la pantalla de mi casa. Llevado por esa leyenda, un día, ya no tan niño, me encontré con un vídeo en el que Thom Yorke desaparecía de la parte trasera de un carro que iba en reversa mientras lo perseguía la policía. “Karma police”, se titulaba.

Había, en sus sonidos, algo similar a las otras bandas; al menos en esa canción no notaba un certero distanciamiento. Entendí,  sin embargo, que Yorke y su banda no eran sólo un grupo musical, sino que intentaba fijar las narrativas de este siglo, en medio de la indefinición conceptual y moral.

De la misma manera en que el grunge de los noventa describió su “triste” existencia, Yorke marcó el comienzo de milenio definiendo “nuestros tiempos”. El crítico de rock, Gavin Haynes, dice que “justo cuando The Beatles llegó a encarnar los años 60, Thom Yorke es la estrella de rock que refleja más claramente nuestros tiempos. Lo que vio lo aplastó bajo el peso de su prisa, su retorcida lógica capitalista de compinches, su avalancha de medicamentos recetados, su reducción tecnológica de la vida”.

¡Salva el rock!

Radio Head se convirtió en un refugio. El rock, a principios del siglo, moría entre el pop y el rap. Si un músico no se mezclaba con estos géneros, estaba destinado a no vender en las tiendas de Tower Records. Algo así como lo que pasa ahora con la adulación de otros géneros por el reguetón; servidos a sus pies. ¡Sálvame!, le piden.

Adolescente, entendí que no podía entender lo que tenía al frente sin Radio Head. Empecé a oír sus canciones con una obsesión indeseable. Lo mismo le pasó –peor, creo- a Johny Greenwood, el genio detrás de todo, cuando empezó la exploración musical de la banda.

La rigurosidad de Greenwood, y la de su hermano, supo conectarse con la neurosis de Yorke. En un debate, que casi acaba con la banda, los riffs clásicos de canciones como “High and Dry” pasaron a un segundo plano y le dieron paso a las ondas Martenot, la base electrónica de sus nuevos sonidos. Una transformación similar a la de los Beatles cuando dejaron la balada pop y, empujados por George Martin, se pasaron a la “psicodelia”.

Definida su base, Radio Head empezó a sacar álbumes casi cada año. Vino “OK Computer”, “Kid A”, “Amnesiac”, “Hail to the thief”, y siguió Yorke que quería enviar un mensaje: somos unos androides paranoicos.

Qué le importaba a Greenwood la estética hedonista de los roqueros. Empezó a buscar. Empezó a explorar. Y encontró. Pensé, en 2008, que Radio Head sacaría algo malo. “In Rain Bows” fue la simbiosis perfecta. Entonces, decidí verlos en vivo por primera vez en un parque de Londres atestado de gente. Recuerdo el show de luces, el sonido; se me venía a la cabeza lo que decían de los conciertos de Super Tramp en los ochenta: una manifestación generacional. Esto era así.

No era, en todo caso, un remedo. Yo, como John, como Jung (un coreano fanático de la banda), negábamos cualquier llamado a la acción, ese que, en los concierto de Super Tramp, se hacía para frenar la guerra en Vietnam. Nosotros estábamos ahí, absortos, recibiendo las luces del mapa de Tokio en “Enter the Void” y en una profunda interacción con las letras nihilistas de la banda, que, de acción, tienen poco o nada.

Eso sí, los puristas salieron a dar la pelea. Dijeron que Yorke había cedido ante las exploraciones electrónicas de Greenwood, que esto no era rock. A Bowie, un artista que siempre dijo que le encantaba esta banda, también lo criticaron por lo mismo. 

Entonces, Radio Head buscó, como erróneamente hacen algunos políticos de ahora, una tercera vía. La diferencia es que sí les salió con “Kings of Limbs”. Buscando el equilibrio, creó un álbum “entre ser un acto electrónico (secuenciadores de programación) y ser una banda de rock (cortar progresiones de acordes)”, cuenta Haynes.

Pensé que era el final. No pintaba bien 2012 porque cada quien quería ir por su lado. Yorke montó proyectos como “Atoms for peace”, mientras Greenwood se internó con la Orquesta Contemporánea de Londres. Pasaron tres años. Pero no resistieron, tenían que volver.

Internados en su estudio por varios meses, los cinco integrantes de la banda pusieron lo que habían conocido por fuera. Lo mezclaron, lo acomodaron e hicieron arte: Greenwood le metió el contrapunto de la música “clásica” contemporánea a las piezas de la banda, en “Moon Shaped Pool”.

Creí que nunca vendrían. La banda de una generación, de muchas generaciones, por fin toca en Bogotá. Para mí, la banda más importante de mi tiempo.