Se llama Surinam | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Julio de 2017

De vez en cuando vale la pena apartar la mirada de las cosas que más acaparan la atención y fijarla un momento en otras que, no por menos llamativas o sonoras, son menos interesantes y reveladoras.

Ubicado en la esquina nororiental de Suramérica, Surinam es un completo extraño en el vecindario.  Abunda en peculiaridades.  La antigua colonia holandesa fue el último país de la región en acceder a la independencia.  Conserva, como idioma oficial, la lengua de su antigua metrópoli -y la segunda más hablada es una suerte de Esperanto que combina neerlandés e inglés con gramática africana.  Dentro de su gran diversidad étnica, el grupo mayoritario está conformado por descendientes de inmigrantes indios- y también hay, por razones históricas, una numerosa población de origen javanés.  Lo anterior explica que, aunque predomine el cristianismo, hinduistas y musulmanes constituyan una tercera parte de la población.

Para ir desde Bogotá a Paramaribo, la capital, hay que pasar por Panamá, Miami, Oranjestad, o Puerto España (de hecho, no hay vuelos directos desde ninguna capital suramericana, excepto Georgetown y Cayena).  Hay solo 12 embajadores residentes en Surinam (corresponde a la embajada de Colombia en Trinidad y Tobago, por ejemplo, la concurrencia con ese país).  Hay quien sostiene que, para efectos prácticos, Surinam es una isla -acaso la más grande del Caribe- que sólo por capricho de la historia y de la geografía quedó enclavada en América del Sur.

Sin embargo, los problemas que lastran su presente y amenazan su futuro no son nada ajenos a los de la región, donde a primera vista parece ser una anomalía.  La mejor prueba de ello es el propio presidente, Desiré “Desi” Bouterse.

Bouterse, elegido en 2010 y reelecto en 2015, ya había regido el destino del país entre 1980 y 1988, como mandamás de facto, tras un golpe militar -camino que volvió a transitar, sin remordimientos, en 1990-.  Desde muy temprano se sospechó de sus vínculos con el crimen organizado, hasta que en 1999 fue juzgado in absentia por un tribunal holandés y condenado a 11 años de prisión por narcotráfico, pena que, como era de esperarse, no ha cumplido todavía.  (Y como lo que se hereda no se hurta, en 2013 su hijo Dino fue capturado en Panamá y extraditado a Estados Unidos, acusado de tráfico de drogas y nexos con grupos terroristas).  Para rematar, el pasado miércoles un fiscal de Paramaribo pidió a un tribunal militar que condenara al presidente Bouterse por su participación en el asesinato de 15 opositores políticos en diciembre de 1982.

Ojalá Surinam pueda, ahora sí, pasar la página de su historia que encarna Bouterse.  Como el resto del vecindario, tiene mucho que hacer aún por su democracia, en la lucha contra la criminalidad y la corrupción, y por el progreso social de sus habitantes.

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A propósito de cierta pregunta planteada en un canal de televisión y calificada de “tonta” por una senadora progresista: una reflexión y algo de historia.  En una democracia -al igual que en un salón de clase- no existen preguntas “tontas”.  Los políticos (incluso los más narcisistas) y los profesores (incluso los más pedantes) están siempre en la obligación de responder, de debatir.  Responder es parte de su responsabilidad ante la sociedad.  Además, hay preguntas imprescindibles, precisamente porque sólo haciéndolas la sociedad encuentra las respuestas.  Fue una pregunta -que los biempensantes del siglo XVI consideraban “tonta” - la que suscitó el debate entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda sobre la naturaleza de los indígenas americanos.  Como lo recuerda el historiador Lewis Hanke: “Por primera y última vez un imperio organizó oficialmente una investigación sobre la justicia de los métodos que empleaba para ampliar sus dominios”.  Lo cual no fue poca cosa, aunque aún tuvieran que pasar cuatro siglos para que la respuesta de De Las Casas fuera definitivamente aceptada.  Las certezas de hoy son las preguntas “tontas” de ayer.

*Profesor y director académico del Instituto H. Echavarría