Lenguajes | El Nuevo Siglo
Martes, 5 de Junio de 2018

El último atentado desde la extrema derecha contra una de las minorías nacionales ha corrido por cuenta del fundador, amo y señor del Centro Democrático, quién ha salido públicamente a celebrar la adhesión a ese grupo político de una supuesta comunidad “no heterosexual”. Pedro Santos, un conspicuo miembro de la Comunidad LGTBIQ, e hijo de uno de los dirigentes históricos de ese partido, respondió pública y sabiamente al atentado, señalando toda la carga de violencia que significa el uso del lenguaje negativo por parte de esa agrupación política para invisibilizar a quienes no se ajustan a los prejuicios morales de Ordóñez, Morales y Uribes.

Parece que para el ex presidente la Comunidad sólo existe para ofenderlos o para usarlos como excusa de agresión, como cuando amenazó a alias “La Mechuda” con un lapidario “le voy a dar en la cara marica”.

El lenguaje ha sido usado tradicionalmente como acicateador de la violencia por el Centro Democrático. Desde el primer gobierno se estigmatizó a los opositores como “terroristas”, a los Magistrados de las Cortes como “sesgados ideológicamente”, a los periodistas como “extraditables, auxiliadores del terrorismo, etcétera”. El propio Presidente Santos no era tal sino un simple “traidor”. Los desplazados no eran las víctimas de una tragedia humanitaria sino “migrantes internos”. Y a los miles de muchachos pobres asesinados en ejecuciones extrajudiciales -algunos incluso discapacitados- ni siquiera se les dieron el beneficio de la duda, sino que se justificó su asesinato con la descalificadora frase de “que no estarían cogiendo café”.

Pero el uso del lenguaje como arma política violenta para descalificar al opositor o para justificar la violencia contra el diferente no ha sido exclusiva de la derecha. La izquierda, la legal y la ilegal, también ha sido usufructuaria de esa forma de obrar. Todavía nos retumba en los oídos la palabra “retención” que algunos dirigentes de izquierda usaban en sus intervenciones públicas para esconder la trágica crueldad de la industria del secuestro que tenían montada las guerrillas nacionales.

Los eufemismos también han sido otra forma de violencia del lenguaje cuando se han utilizado para esconder como acciones revolucionarias lo que sólo eran ataques a mansalva y sobre seguro en contra de civiles. Y han sido moneda diaria en ese lado del espectro ideológico.

Hasta el Estado ha terminado en ese juego del uso del lenguaje como instrumento político para esconder la violencia o para invisibilizar a quienes les resultan incómodos en alguna coyuntura determinada. Mindefensa y su ofensivo “líos de faldas” como causa de la hasta hoy interminable conducta sistemática de asesinar líderes sociales, es probablemente el ejemplo más ofensivo, pero no el único, en que se ha usado el lenguaje con la carga política deliberada de ocultar o minimizar hechos que comprometen la responsabilidad del Estado.

Cómo será de tenaz la carga del lenguaje como instrumento político, que aún, aquí en el país, una forma de ordenar un homicidio es atribuirle algún epíteto descalificador a la futura víctima. “Colgarle la lápida” dice el aforismo,  con ese humor negro que a veces tienen los dichos populares.

Debe ser por todo eso que nos ofendemos tanto cuando algún extranjero habla de la realidad colombiana, sin eufemismo alguno.