La dignidad humana | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Julio de 2017

* Pugna de Álvaro Uribe y Daniel Samper O.

* Lecciones inolvidables de Paloma Valencia

 

No es, por supuesto, Daniel Samper Ospina ningún “violador de niños”, a propósito de la polémica suscitada por haberlo calificado así el expresidente Álvaro Uribe en su cuenta de twitter y que en carta pública de ayer explicó sin las connotaciones sexuales que en principio se pensaron. Pero si bien la primera acepción de violación en el diccionario consiste en transgredir las leyes, en este caso supuestamente y según Uribe los Códigos del menor a raíz de una columna sobre la hija recién nacida de la senadora Paloma Valencia, no fue eso lo que había quedado en el ambiente, al respecto del trino antedicho, sino la segunda definición de acceso carnal violento. Si ese es el caso pues desde luego haría muy mal el periodista en dejar pasar, en lo absoluto, un denominador que no es de buen recibo ni entre los criminales más protervos y que así estaría destinado a comprometer del modo más grave posible su reputación, llevándose por delante y en la misma medida los derechos de sus hijos, de su esposa, de su familia y, en general, del medio en que se desenvuelve. Y sea por ello, y no por ninguna otra circunstancia, que está en todo su derecho de asistir a la pronta y debida justicia en resarcimiento de su nombre, lo que ya anunció, como de ser motivo, a esos efectos precisos, de solidaridades periodísticas. Como por igual tendrá la oportunidad el ex presidente Uribe de demostrar, retirar o rectificar sus opiniones en los estrados. 

Es por eso, por la gravedad de materias como estas, que la misma Constitución obliga, nada menos que en su segundo artículo y como fundamento de su existencia, a las autoridades a proteger, en primer lugar, la vida. Luego, casi en idéntico escalafón, la honra. Esto además porque Colombia es definida como una República “fundada en el respeto de la dignidad humana”, según lo determina de antemano y con pleno acierto el primer artículo constitucional. En eso, claro está, todos los colombianos, sin excepción, tenemos que estar de acuerdo. Y es sobre esa base que se desarrollan posterior-mente los derechos fundamentales. De modo que ante todo prevalece, dentro del espíritu y la filosofía de la Constitución, la dignidad de la persona, un concepto cristiano atinente a la protección de Dios que se invoca en el preámbulo y se desarrolla sistemáticamente como parte de la ética laica, pública y ciudadana. 

Pero de la misma manera y frente al origen de la disputa valga traer precisamente a cuento la extraordinaria y sentida columna de Paloma Valencia, en su espacio tradicional de este Diario, en la que valerosa y elegantemente da la bienvenida a su hija Amapola y la defiende, por lo alto, de las sarcásticas apreciaciones del columnista de Semana al equiparar el patronímico de la niña con las drogas ilícitas y de lo cual deriva otros comentarios. No se refiere a ello Paloma, en particular, porque desde luego no lo necesita. Siendo ella, aparte de política y senadora, también filósofa y literata, su comprensión del mundo abarca desde luego mucho más que los linderos de la medianía polarizante en la que está comprometido el país. Dice sobre Amapola: “Llegas a un mundo cambiante… El insulto se ha vuelto el mecanismo para limitar la libertad de expresión… Hoy que apenas tienes unos días quiero decirte que siempre luches. Aún las batallas que parecen imposibles, cuando están movidas por el cora-zón, dan razón a la existencia… Ama todo cuanto te rodea, busca la justicia y persevera en tus sueños. No dejes que el ego te engañe, que la vanidad te desvíe, que la envidia te trunque... Tu nombre es lo que primero te hemos dado para que construyas una identidad propia. Un nombre para que te reconozcas y te reconozcan… para que recuerdes que de ti depende sacar solo lo que es bueno de ti misma… un nombre que también habla de la mujer mártir por la libertad”. 

Esta, entre otras cosas del mismo talante proclive a entender la dignidad humana, fue la respuesta de Paloma Valencia ante la ironía del bautismo y el nombre de su hija. Y hemos querido, justo en este momento, parafrasear parte de su artículo porque es una lección de vida, un enfoque diferente, otra percepción de las que tanto está necesitando Colombia.