Oposición no es polarización | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Julio de 2018
  • El nuevo estatuto político
  • No abandonar los propósitos nacionales

 

Una democracia sana exige, ante todo, que pueda tramitarse el consenso y el disenso políticos de modo institucional. Quizá sea ello el núcleo prioritario del sistema democrático como mecanismo de alternación gubernamental y de expresión de las diferentes facetas ideológicas y programáticas en que se aglutina la sociedad. No en vano, desde luego, es el único sistema que logra gobernar con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según el conocido adagio de Abraham Lincoln.

Por consiguiente, el esquema de gobierno-oposición resulta un conjunto indisoluble sin el cual la democracia no encuentra una definición válida atinente a su espíritu. Esto en cuanto entraña, básicamente, el único modelo sobre el cual soportar y desdoblar la vocación de futuro de las naciones con ánimo constructivo, de permanencia y desarrollo. En tal sentido, es tan importante la administración como la oposición. Porque se trata, precisamente, de que el pueblo premie el gobierno o lo castigue, dependiendo de los criterios y los resultados. Y es este, justamente, el bien más preciado de la dinámica democrática y su diferencial más eficaz frente a otros sistemas, hasta la actualidad.   

Hoy, cuando precisamente se sanciona la ley que establece el Estatuto de la Oposición, en Colombia, es bueno traer a cuento el vigor de nuestra democracia. Porque hay en ella tal vez el principal activo fijo de la nación. Ante todas las adversidades, ésta, como en pocas partes del mundo, se ha constituido en el dique de contención de los fenómenos que han golpeado al país, sumiéndolo en prolongadas agresiones fratricidas producto de las alianzas criminales, cuyo propósito principal era impedirla y derruirla bajo el disfraz de alrevesadas formulaciones políticas. Pero la democracia colombiana volvió a triunfar y, dentro de su generosidad reconocida, continúa siendo el antídoto, aun para quienes desdijeron de ella con las armas y la barbarie. Quedan, por supuesto, retos igual de graves por superar, porque no es menor la conspiración delincuencial que se mantiene en partes del territorio, donde ante todo se requiere temple y eficacia para aplicar la legitimidad.

Al mismo tiempo, la democracia colombiana debe continuar la ruta de su perfeccionamiento. No solo en cuanto a la recuperación integral de la soberanía nacional, y volver por la noción de orden público allí donde se salió de madre en los últimos años, como ocurre en las zonas donde se lucha y se asesina por los corredores estratégicos del narcotráfico, sino en cuanto al desenvolvimiento del nuevo mapa de las tendencias políticas del país. En efecto, dos bloques más o menos delimitados, a través de los cuales se agrupan los partidos políticos con representación en el Congreso, como el Likud en Israel o el Frente Amplio en Uruguay, y que en las elecciones presidenciales obtuvieron, sumados, la votación más alta y una de las más bajas abstenciones en la historia, incluido un exiguo voto en blanco.

Con el Estatuto de la Oposición los partidos políticos deberán declararse progubernamentales, independientes u opositores. Para los últimos habrá ciertas garantías, como derecho a réplica, financiación, puestos en las mesas directivas y otras preferencias, ya reglamentadas en algunos casos. Sin embargo, la noticia más novedosa, por fuera del Estatuto, está en las curules de Senado y Cámara que podrán ocupar los integrantes del tiquete presidencial y vicepresidencial que perdió la segunda vuelta. En ese aspecto, esta figura más bien proviene de las democracias parlamentarias, donde incluso hay un gabinete en la sombra, con un vocero principal de la oposición y uno auxiliar por cada ministerio. Falta ver si los partidos declarados en oposición le darán la preeminencia al candidato presidencial derrotado o si simplemente será un senador más en el hemiciclo, como sucede con los nombrados en Italia.

La democracia, a su vez y como se dijo, es un sistema de consensos y disensos. En ocasiones de crisis suele prevalecer el consenso como ocurrió durante el período bélico de Churchill bajo criterios nacionalistas. En la actualidad, incluso, las nuevas formas que ha tomado la democracia permiten alianzas antagónicas, como en Alemania, Italia y desde hace un tiempo, España. En Colombia, donde el palo no está para cucharas, deberían darse algunos consensos necesarios, como en el tema de la lucha contra los cultivos ilícitos. Una cosa es la oposición y otra la polarización. Mucho va de oponer un programa de gobierno y realizar un control político legítimo a desamparar los propósitos nacionales. La situación crítica colombiana aconseja unos acuerdos mínimos, sin desmedrar la oposición democrática.