- Un Presidente sereno, con ánimo de acertar
- El país empieza a retomar la ruta positiva
Un año largo atrás, cuando en las elecciones presidenciales fue elegido el actual primer mandatario, Iván Duque Márquez, las expectativas sobre su desempeño eran grandes, por varias razones. En primer lugar, llegaba al solio un joven de 41 años, con escasa experiencia administrativa y apenas un período en el Senado de la República, gracias a una curul en una lista cerrada y sin voto preferente, que no le había significado personalmente un gran esfuerzo electoral puesto que, como los demás de la plancha del Centro Democrático, estaba cobijado esencialmente por la imagen y la sombrilla proselitista del expresidente Álvaro Uribe.
Aun así, una vez elegido en el Parlamento, Duque logró consolidarse como uno de los congresistas estrella de la centro-derecha y ello le permitió, corridas las cuatro legislaturas, hacerse a la candidatura presidencial de su partido, luego de pasar el filtro de varias encuestas que descartaron paulatinamente a los demás aspirantes de aquella colectividad.
Más tarde, en las elecciones parlamentarias de 2018, Duque ganó de lejos la consulta popular hecha el mismo día y acordada con candidatos presidenciales de otros partidos o movimientos afines a esa ideología. Después obtuvo holgadamente la victoria en la primera vuelta. Así quedó en el partidor de la segunda, el evento real y definitivo en que se determina constitucionalmente la Presidencia de la República. En dicha instancia acrecentó su votación con buena parte de los remanentes que provenían de algunos aspirantes que había sido despajados en el evento anterior, erigiéndose como la única alternativa ante la candidatura de centro-izquierda liderada por Gustavo Petro.
De tal modo, en medio de esta carrera electoral por etapas, Iván Duque consiguió en menos de ocho meses la más alta votación en la historia del país: diez millones trescientos mil sufragios.
De entonces a hoy el panorama colombiano ha cambiado. En efecto, frente a las circunstancias administrativas precedentes, Duque, pese a no ser un mandatario popular, cambió el curso de una economía desfalleciente en los últimos años. Una de sus conductas iniciales fue la de tramitar una especie de reforma tributaria llamada Ley de Financiamiento que, como era de esperarse, le valió desde el comienzo perder varios escalones en las encuestas de popularidad, pero sacó avante un proyecto que era determinante para empezar a superar la crisis fiscal. Desde luego, se espera de las cifras económicas un mejor desempeño, pero de la misma manera lo que hoy se vislumbra tiene una mejor exposición a la ruta por la que se venía. Es posible que ello sea consecuencia, en parte, de algunas políticas previas, pero es evidente que la economía está hoy mejor que antes, sin que ello todavía logre cambiar los índices de desconfianza por los que se venía transitando de tiempo atrás. El Gobierno espera un crecimiento del 3.5 por ciento, para este año y, sin que ello sea satisfactorio, es un avance importante frente a la desaceleración antecedente.
Igualmente, Duque consiguió aprobar el Plan Nacional de Desarrollo, en el Congreso, a pesar de que se anunciaba que sería emitido por decreto de cuenta de la rebeldía y el forcejeo parlamentario. Ya tiene el Ejecutivo, entonces, toda la carta de navegación para llevar a cabo sus políticas públicas, con una clara incidencia de la equidad y la economía naranja, que son sus propuestas principales en estas materias. Del mismo modo, sacó avante la ley TIC, cuya suerte se anunciaba turbulenta, pero la iniciativa fue debidamente aprobada.
En cuanto al auge descomunal de los cultivos ilícitos, Duque logró romper la tendencia alcista de los últimos cinco años y revertir el aumento de la producción de cocaína. Por su parte, frente al proceso de paz con las Farc, es mucho más lo que se ha venido descuadernando por sí solo que por las acciones que, algunos pensaron, Duque iba a tomar en contra de aquel. Por el contrario, sus delegados han seguido al pie de la letra los compromisos adquiridos, inclusive por encima de las etapas planteadas. El Congreso desestimó algunos ajustes al proyecto de ley estatutaria de la JEP, pero Duque la firmó con serenidad, tino, sin los aspavientos que la oposición quiso fraguar sobre el tema para sacar réditos políticos. El hecho, como se dijo, es que si hoy el dicho proceso vive en un estremecimiento constante no es por el gobierno Duque, sino por otros protagonistas, particularmente de los propios firmantes de los acuerdos de La Habana. Y también es claro que, ante la horrenda y selectiva matanza de líderes sociales, buena parte se debe, no a circunstancias políticas ni mucho menos a la acción sistemática del Estado, sino a la escabrosa contienda entre los ilegales por los corredores del narcotráfico en municipios y veredas. A eso, en todo caso, hay que ponerle coto.
A un año de las elecciones presidenciales, faltando desde luego mucho por hacer, los indicadores son mejores que los de antes. Por lo pronto es claro que estamos ante un Presidente sereno, con ánimo de acertar y con la idea de poner al país en un escenario diferente al de las décadas previas, como corresponde a quien quiere jalonar a la nación a través de su juventud.