La exeditora del NYTimes, Bari Weiss, renunció a su cargo hace un mes por la selectividad en las causas que periodistas y audiencias buscaban del periódico. Abrió así un debate que ha llevado a que muchos defiendan la “claridad moral” como máxima laboral. Para otros, esta tendencia puede llevar a una “cultura de la cancelación”
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DESGASTADA por los ataques de sus compañeros y audiencias, hace un mes, Bari Weiss renunció a The New York Times con una carta que dictaminó el inicio de un debate. “Las reglas que quedan en The Times se aplican con extrema selectividad”, escribió la exeditora y columnista, hastiada por la falta de oportunidades para expresar ideas discordantes.
Académicos y periodistas de diversos sectores se unieron a la discusión pública iniciada por Weiss. En el mismo mes, publicaron cartas y manifiestos contra la denominada “cultura de la cancelación”, que busca ampliar -casi que monopolizar- la agenda pública, académica y periodística y centrarse exclusivamente en temas como raza, minorías y medio ambiente en Estados Unidos.
De la carta de Weiss se deduce también que este tema ha sido particularmente complejo en los medios de comunicación norteamericanos. Editores y periodistas rebeldes -Andrew Sullivan, una de ellas- han objetado el aparente pluralismo de algunos medios. Han dicho, además, que la intención de estos no ha sido precisamente darle a sus lectores diferentes opiniones y miradas, venga del sector que venga: republicano, libertario, demócrata, socialista.
El debate no solo pasa por calificativos y renuncias; tampoco por cartas de las redacciones de los principales periódicos que, en oposición a Weiss, han dicho que el problema, por el contrario, es la forma “como se cubre la raza” -y otros temas- en sus medios. Aunque estos puntos son importantes, la discusión va mucho más allá: se trata de lo que hoy busca el periodismo.
Moralidad subjetiva
El periodismo, dicen, ha empezado a mutar de una obsesión por la objetividad a una “moralidad subjetiva” que busca representar una posición partidista o simplemente, un discurso. Algo así como lo que solía pasar en el Siglo XIX cuando la prensa se consolidó como un objeto ineludible de las democracias en Europa y América, pero defendía exclusivamente posiciones de partidos políticos, causas sindicales o religiosas.
Definir la objetividad podría derivar en una discusión eterna. Algunos referentes como Joseph Pulitzer una vez intentaron darle algún sentido y concluyeron que el periodismo debía ser “claro, libre de prejuicios irracionales, no examinado, no reconocidos al observador, comprender y presentar noticias”. Después de reconocer que el cubrimiento de la prensa norteamericana sobre la revolución bolchevique había sido erróneo, Walter Lippmann dedujo que la objetividad era “un estado práctico” para entender los hechos.
Así se desarrolló todo el Siglo XX: con una obsesión por lo objetivo. Este paradigma está cambiando o, al menos, pasa por un momento de reinterpretación. Muchos coinciden en que el ascenso de líderes que demonizan a los medios y construyen su propia “verdad” ha sido el caldo de cultivo para una nueva era. Le llaman “posverdad”. Sin embargo, este término no repercute sobre el sentido que tienen los comunicadores del periodismo. Trump puede obviar muchas verdades, pero el periodista al final es el que decide qué cubrir, qué escribir, qué comentar. Y sobre todo, de qué manera hacerlo.
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El poder que tiene el periodista de decidir qué escribir, reportar o cubrir ahora está, como en el siglo XIX, en muchos casos determinado por las audiencias. Hace unos 150 años, el periodista escribía tal cual lo que quería leer el público, sin detenerse en temas como el “interés general” o la “objetividad”. Valía más la pena ser “panfletario”, que poseer criterio y un argumento ilustrado. Por tanto, no es algo nuevo: las redes sociales tampoco cambiaron el mundo; por ahora, parece que hubiésemos retrocedido un siglo -son como un café vienés o una chichería de la Nueva Granada donde se debatían ideas, pocas veces concluyentes-.
Ahora, Weiss concluye que: “las historias se eligen y cuentan de manera que satisfagan a las audiencias más reducidas, en lugar de permitir que un público curioso lea sobre el mundo y luego saque sus propias conclusiones”. Es un poco excesiva su lectura; el periodismo de calidad y, para una amplia audiencia, cada vez es más común. Pero no deja de ser un pronóstico que abre el debate entre ser fiel a una audiencia homogénea, fiel y reducida, o seguir aquella pluralista y diversa que busca pluralidad de opiniones.
En un artículo titulado “cómo la objetividad en el periodismo se convirtió en una cuestión de opinión” -traducido del inglés- en The Economist, se plantea un término para entender este nuevo escenario del periodismo, “la claridad moral”. Muchos periodistas norteamericanos y europeos en vez de seguir por el camino de la objetividad bogan porque sus medios “hagan un llamado más claro” sobre temas como el racismo, los derechos de las minorías, el medio ambiente.
Por su experiencia en la redacción del NYTimes, Weiss dice que este llamado se hace con “extrema selectividad”. “Si de vez en cuando -un periodista- logra que se publique un artículo que no promueva explícitamente las causas progresistas, solo sucede después de que cada línea sea cuidadosamente masajeada, negociada y advertida”, comenta. En cambio, “si la ideología de una persona está de acuerdo con la nueva ortodoxia, ella y su trabajo permanecen sin escrutinio”.
Esta diferenciación entre uno y otro escenario puede llevar a una especie de “subjetividad cruda”. La integridad moral de una causa parece motivo suficiente para que un tema domine o monopolice, la agenda que cubre un medio. Sin embargo, por más importancia que tenga un grupo o un movimiento, escribir sobre tributación siempre será determinante para la ciudadanía, como recuerda Franklin (Benjamin): “en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”. Y hay muchas otras cosas de las que también vale la pena de informar.
La causa es válida por sí misma, pero no puede convertir al periodismo en su catalizador absoluto por su moralidad. Hablar exclusivamente de unos pocos temas puede llevar a una disputa de suma cero entre grupos antagónicos, de la que el periodismo puede ser juez con información o parte con una inclinación moral. Hace una semana, Stiven Pinker decía en La Nación de Argentina que el interés por defender una causa -en su caso dentro de la academia- puede llevar a la “cultura de la cancelación” en la que se debaten solo ciertas ideas.
“Si solo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia”, concluía Pinker. Y el periodismo no puede ser un aliado más para que, como parece, tengamos garantizada la ignorancia.