En un agitado 2020 los debates sobre los genocidas, el racismo, las conquistas y los procesos históricos de los últimos cinco siglos han tomado fuerza, desde diferentes perspectivas. Primero una académica con el avance investigativo de escuelas cercanas al trabajo comunitario, a las perspectivas de los grupos históricamente oprimidos: negros, indígenas, campesinos, comunidad LGTBI, mujeres y niños. Estudiando al pasado han buscado mostrar a los grupos excluidos de las historias tradicionales, basadas en héroes y eventos.
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Pero, por otro lado, el surgimiento de movimientos violentos que consideran que destruir los monumentos y las esculturas representa una reivindicación frente a las atrocidades del pasado. El tema es muy sensible, porque está construido con la escala de valores del siglo XXI y sobre ella se pretende evaluar y definir el proceder de personas que vivieron hace 100 o 300 años en contextos culturales, políticos y religiosos diferentes.
Mattew Write, antropólogo, (atrocinólogo) hizo un estudio sobre el número de víctimas de la Biblia, y encontró 1,2 millones de matanzas en masacres masivas, que excluye medio millón de muertes de la guerra entre Judea e Israel. Las victimas del diluvio de Noé sumarían otros 20 millones de personas. Es una complicación de libros sobre todo en el Antiguo Testamento donde se esclaviza, viola, mata, se comenten infanticidios, se sacrifican niños, se torturan a los sodomitas.
Sin embargo, como lo afirma Steven Pinker en el libro, los Ángeles que llevamos adentro, nadie ha propuesto quemar las biblias, o borrarlas de la historia. De hecho, sigue siendo considerado un libro sagrado y en varios países sobre ella se jura o de afirma cumplir con la verdad. La mayoría de los cristianos de hoy seguro no comparten las prácticas de la Biblia, no representan eso, pero no por ello se construye un sentido de destrucción. De hecho, la Biblia, junto a los Cuentos de los Hermanos Grimm son los libros más vendidos en el mundo, y ambos son odas a la violencia que fueron escritos en una época donde los valores éticos y morales eran otros.
Bajo la lógica de destrucción que se promueve hoy, se tendrían que destruir las pirámides de Egipto, pues fueron construidas por mano esclava, dieron lugar a un enorme sufrimiento por cumplir con las ideas voluntariosas de unos faraones autoritarios, sin ir más lejos habría que destruir Cartagena con todo su patrimonio para la humanidad o todas las ciudades colombianas que son producto de la conquista española y fundadas por esos conquistadores. Sin embargo, destruirlas sería una tragedia para la humanidad: implicaría eliminar su historia, los legados, que también sirven para reflexionar sobre las violencias y las represiones históricas.
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Destruir el patrimonio
El concepto patrimonio toma relevancia considerable después de la Segunda Guerra Mundial. La Unesco tiene el lema de construir la paz entre hombres y las mujeres en temas de ciencia, educación y cultura. En lo referente a la cultura, está la Convención de 2003, que tiene que ver con la salvaguarda del patrimonio cultural e inmaterial. Y la de 1972 que tiene que ver con el patrimonio construido, además, de la de 2005 que también se enfoca en los temas de creatividad.
La conservación del patrimonio hace parte de la historia de la humanidad, e inclusive aquellos monumentos que nos recuerdan aspectos desagradables o de injusticia en la historia son importantes, pues cumplen el propósito de hacer que esos episodios no vuelvan a ocurrir.
Con la destrucción de cualquier monumento, la Unesco siempre estará en contra, porque se opone a los mecanismos de violencia y a la destrucción, ya que las acciones vandálicas buscan eliminar y anular un pasado, de una sociedad, de una comunidad o de un territorio. Por ejemplo, la destrucción de los Budas de Bamiyán en Afganistán fueron una destrucción intencional que se considera una agresión a la cultura, y fueron destruidos bajo la escala de valores que definió un grupo como los talibanes.
Hay experiencias donde la Unesco ha eliminado celebraciones por consideradas racistas o xenófobas, por ejemplo, el carnaval de Aalst en Bélgica, una parodia donde se ridiculizan a los judíos o a los esclavos. En 2016 se acordó su eliminación del patrimonio inmaterial, pero nunca se ha buscado la destrucción o la eliminación de dichas expresiones.
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Destruir los monumentos es recurrir a lo que siempre ha hecho la humanidad, sobre poner un poder sobre el otro, con el discurso en que hoy se destruyen monumentos de conquistadores españoles, hace 500 años los conquistadores destruyeron las pirámides aztecas para construir encima de ellas iglesias, o los cristianos destruyeron el templo de Diana Artemisa, en Éfeso (actual Turquía) para crear un culto a la Virgen María, que después fue destruido con la expansión del islam.
Destruir y ejercer violencia no construye, al contrario, divide y polariza. La remoción de monumentos es posible, se pueden cambiar de lugar, crear identidades nuevas, desde el debate, desde la educación, desde la palabra. El ejercicio de la violencia que hoy se defiende como reivindicativo es contrario a la cultura de la educación, de la re significación y de la consolidación de contra monumento y el anti monumento como espacios para abrirle camino a las nuevas voces y a reconocer pueblos y culturas que han estado olvidados o reprimidos.
La tarea es como hacer de la educación un espacio donde se conviva, se respete y se incluya, sin necesidad de buscar eliminar lo que se considera ofensivo, al contrario, que sirvan para debatir sobre el proceder y las prácticas contrarias a la tolerancia y al respecto que existieron en otros tiempos.
*Especialista en Educación