Carta a nuestra Paolita | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Septiembre de 2020

Te fuiste una tarde en pleno sol brillante, tu cuerpo no respondió. Cuando me avisó tu madre sentí que también mi vida se acababa. Tu, la luz de mis ojos, mi niña consentida, el amor más grande que jamás he tenido, voló a la casa del Señor. Verte sin vida fue para mí morir, ese último beso que te di lo llevaré hasta el último de mis días.

Paola Arango

Desde el primer día que llegaste a nuestros brazos tu madre y yo supimos que eras un regalo de la Virgen, alegraste nuestras vidas, nos diste sentido e ilusión; te vimos crecer en medio de tus travesuras, colmamos tus caprichos y te dimos todo lo que pudimos, pero principalmente amor. Si, eso fuiste para nosotros, amor puro.

Te hiciste mujercita, recorriste muchos países del mundo, algunos sola, otros con nosotros y algunos con tus amigos. Aprendiste otras lenguas y culturas, conociste el amor y sufriste desengaños. Esa es la vida mija, experiencia. Te conservaste hermosa desde pequeñita y ya mujer lucías con esa elegancia y glamour de tu belleza. Terminaste tu profesión y tuviste experiencias que te dieron conocimientos, desde el colegio acá en Bogotá y allá en Francia; la universidad, tus cursos de teatro, tu paso por la televisión y las tablas, bueno y tantas otras inquietudes que te estaban formando.

Tu empresa que recién el año anterior creaste y la montamos fue un éxito, lástima la pandemia que nos hizo una mala jugada, pero resistimos y tu diariamente ibas a atenderla. Y bueno, tus mascotas que tanto amaste: Pepita, Pitty, Vainilla y Chocolate, tus conejas que partieron antes de ti, como tus perritos Puppy y Mateo que también están en el cielo de los animalitos, solo quedó tu Gaby la cerdita de tu amor, cuanto te va a extrañar.

Paolita, tus amigos y amigas han desfilado por la casa sin entender el porqué de tu muerte, tan repentina e inesperada; cuánto te querían y seguirán queriendo, pues todo el mundo te amaba.

Que desolación tu ausencia, todas esas mañanas que yo te llevaba a tu cama el café, ese saludo tuyo cuando entrabas a nuestra habitación, que decía cuan consentida eras: “llegó la niña”, ya no volverán, pero tu recuerdo nos queda siempre vivo en nuestros corazones. Tu madre te llora, pues no alcanzas a imaginar ese profundo amor de ella por ti, eras su bebé.

Quedamos los dos solos, pues tus hermanos y hermanas aunque siempre pendientes de ti y nosotros tienen sus vidas, solo quedamos ella y yo con tu recuerdo vivo. Te pido que desde allá sigas junto a los dos y cuando Dios nos llame, por favor pídele al Señor que seas la primera en correr a recibirnos, será la más grande felicidad y regalo que nos hagas.

¡Hasta siempre mi niña y gracias por hacernos tan felices!

Diego y Luz

arangodiego@hotmail.com