El primer debate presidencial entre el presidente Donald Trump y el ex vicepresidente Joe Biden era esperado con ansiedad por los votantes estadounidenses. Si bien hay quienes afirman que el impacto de este tipo de eventos sobre los comicios es limitado, considerando que pocas personas cambiarán su elección a estas alturas de la contienda, no cabe duda de que son una oportunidad para atraer el apoyo de los electores indecisos y sirve para dejar algunos puntos claros clave y evidenciar el talante político de cada uno de los candidatos.
Para algunos críticos del debate, el encuentro del martes se sitió más como un combate que como un evento político y según ellos no cumplió el objetivo de informar al público de las posiciones de los candidatos sobre los temas propuestos. Esta crítica ha llevado a algunos sectores incluso cataloguen el debate como el “peor de todos los tiempos” y planteen la posibilidad de no realizar ningún otro para evitar un “bochornoso espectáculo como el ofrecido por los candidatos”.
Esta propuesta, defendida principalmente por las toldas demócratas, podría, sin embargo enmascarar un objetivo político claro y es de proteger al candidato Biden de los ataques del presidente, quien a lo largo de encuentro se mostró vehemente y apasionado y logró trasmitir una imagen de líder nato, capaz de poner el pecho, una vez más, a las responsabilidades que se le encomiendan y que logró sacar a Biden de su libreto y lo hizo ver retraído y poco contundente.
El carácter frentero de Trump lo llevó, no sólo a enfrenarse contra su rival demócrata, sino que incluso metió en aprietos, más de una vez, al moderador Chris Wallace a quien el control del debate se le fue de las manos en varios momentos.
La incapacidad de Biden por responder a las constantes interpelaciones del mandatario lo llevó incluso a pronunciar frases como "cállate hombre" e incluso llamarlo payaso.
La salida del ex vicepresidente de su “zona de confort”, y su imposibilidad a hacer frente a los ataques del mandatorio dejó a muchos de sus simpatizantes preguntándose si habría, o incluso debería, haber un segundo debate.
"Los debates son ahora un peligro para la seguridad pública y una amenaza directa para la vida de los negros", tuiteó la ex presentadora de NBC Melissa Harris Perry, quien pidió "cancelar los debates".
El carácter frentero de Trump lo llevó, no sólo a enfrenarse contra su rival demócrata, sino que incluso metió en aprietos, más de una vez, al moderador Chris Wallace
Aunque Perry no fue la única en solicitar que se eliminen los debates su compañera de cadena bromeó diciendo quizás también sería mejor "debatir por correo".
Otras voces más moderadas aseguran que aunque los debates deben continuar tal y como están previstos, debería haber cambios en sus reglas en el futuro y que “los moderadores tengan la capacidad de cortar los micrófonos y limitar los espacios de réplica directa.
La propuesta demócrata
No deja de ser paradójico que una campaña y un candidato que se venden a sí mismos como cumplidores de las reglas y procedimientos establecidos, frente a un candidato cómo Trump que establece sus propias reglas, quieran ahora evitar su comparecencia frente al mandatario alegando que “el campo de juego no es uniforme y no hay una competencia justa porque los dos candidatos operan desde diferentes guías”, a lo que agregan que “en una situación como esta, lo mejor que se puede hacer es abandonar el campo de juego por completo”.
Los demócratas y defensores de eliminar los debates que restan, sostienen que este tipo de encuentros “no están tan arraigados en la política estadounidense como el sistema actual podría hacerles creer” y apelan a este argumento para justificar su paso al costado.
Efectivamente una revisión histórica de esta práctica evidencia que lo primeros candidatos que participaron en una serie de debates fueron Abraham Lincoln y el senador Stephen A. Douglas en 1858, cuando competían por un escaño del Senado de Illinois aunque tradicionalmente se afirma que el primer debate presidencial televisado a nivel nacional fue entre John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960.
Sin embargo tras esta contienda los debates se detuvieron durante 16 años y no son pocos los ejemplos de candidatos que rechazaron enfrenar a su oponente en este tipo de encuentros.
Cabe mencionar que Nixon se negó a participar en debates contra oponentes posteriores, al igual que demócrata Lyndon B. Johnson y en 1980, el presidente Jimmy Carter se negó a debatir con el retador Ronald Reagan si participaba el candidato independiente, el congresista de Illinois John B. Anderson. En ese momento el primer debate ocurrió sólo entre Reagan y Anderson y el segundo fue cancelado.
Acceso a la información
Muchas personas consideran que debates como el del martes son innecesarios. Asumen que con el gran número de herramientas tecnológicas que existen en la actualidad, los votantes pueden acceder fácilmente a los programas y plataformas políticas de cada uno de los candidatos.
Esta postura, sin embargo, desconoce que a la hora de elegir un líder, que deberá hacer frente a los principales problemas del país y asumir responsabilidades de radical importancia, su claridad, talante y agudeza, cuentan.
Privar a los electores de un encuentro de este tipo no les permitiría hacerse una idea completa de cada uno de los candidatos y en cambio los podría hacer presa de manipulaciones en las redes o receptores de noticias falsas que difícilmente podrían ser contrastadas sin poder conocer los argumentos del aspirante.
Privar a los electores de un encuentro de este tipo no les permitiría hacerse una idea completa de cada uno de los candidatos y en cambio los podría hacer presa de manipulaciones en las redes o receptores de noticias falsas
En momentos en los que la sociedad valora más que nunca el encuentro personal, privar a los votantes de la posibilidad de ver a sus candidatos discutir y argumentar en tiempo real, privaría de una visión completa de lo que sería su ejercicio político lo que podría ir en detrimento del proceso democrático.
Posibilidad real
Pese a la insistencia de algunos sectores por evitar el encuentro, y de esa manera proteger al candidato demócrata de los ataques del mandatario, es muy poco probable que esto ocurra. Los debates presidenciales se han desarrollado según lo programado durante los últimos 40 años, y si Biden o Trump dijeran que quieren retirarse de los que restan, no hay duda de que el lado opuesto explotaría esa debilidad en su beneficio.
Así las cosas analistas han asegurado que “a menos que se produzca un desastre natural (y en el 2020, cualquier cosa podría pasar) o se dé una cancelación por parte de la Comisión de Debates Presidenciales, institución que los organiza, sin lugar a dudas debemos prepararnos para tener dos rounds más entre los dos candidatos en un futuro cercano”.
Como se recordará los dos debates presidenciales que restan se desarrollarán el 15 y el 22 de octubre en Miami y en Nashville, Tennessee, respectivamente.
Por su parte el vicepresidente Mike Pence se medirá con la compañera de fórmula de Biden, la senadora Kamala Harris, el 7 de octubre en Salt Lake City, en el estado de Utah.