Desde hace dos o tres años he notado un patrón interesante pero ligeramente perturbador. La proliferación de servicios de streaming ha introducido un tema de conversación ineludible e insistente en eventos familiares y sociales: ¿qué estás viendo? La pregunta como tal no me molesta, es perfecta para evitar conversaciones polémicas, lo que sí me inquieta es que casi sin excepción, la gente de mi alrededor está al tanto de las últimas películas en línea y viendo dos o tres series al mismo tiempo. Pareciera como si estuviéramos adictos a esta nueva modalidad de ver televisión.
Un ejemplo diciente es la conmoción que generó El dilema de las redes sociales producido por Netflix. De un momento a otro, mi círculo más cercano empezó a decirme que tenía que ver este documental. Terminé cediendo a la presión social simplemente para decir que ya lo había visto. Para aquellos que todavía no lo han hecho, muestra cómo las redes sociales monitorean las interacciones de cada persona y luego usan inteligencia artificial para predecir cuáles son los contenidos que más le gustarán a cada persona, acaparando su atención.
Explica que las consecuencias de diseñar plataformas adictivas van desde la polarización política hasta la depresión en adolescentes. Omite, sin embargo, que los servicios de streaming también hacen uso de los mecanismos que el documental critica. Como afirma la crítica cultural del The New York Times Amanda Hess: “La lógica del internet está permeando la cultura y las historias se están volviendo datos”.
Para empezar la arquitectura básica de los servicios de streaming es muy similar a la de cualquier red social. Ambas parecieran ser infinitas. Es tan fácil perder una hora viendo fotos de gente que uno no conoce, como revisar un listado interminable de películas que seguramente nunca verá. Instagram sugiere seguidores, Netflix qué mirar (irónicamente el documental que mencioné fue tendencia en Colombia). Similar a YouTube, estos nuevos servicios de televisión buscan enganchar al espectador recomendando el siguiente capítulo de una serie, otra distinta cuando se acaba una temporada, o varias opciones de películas similares a la que todavía sigue en los créditos finales.
Es más, estas plataformas de streaming son capaces de predecir qué tanto vamos a disfrutar un título dependiendo de lo que hayamos seleccionado en el pasado. Es decir, al igual que cualquier otra red social nos gusta lo que vemos, pero terminamos viendo solo lo que – un algoritmo predice – nos gusta.
Este círculo vicioso encuentra su expresión más refinada en el binge watching. Normalmente se traduce como maratón de series, pero su sentido literal es mirar compulsivamente. Lo interesante de este término es que connota tanto un mérito de una producción audiovisual que no podemos parar de mirar, como un comportamiento entre indulgente y reprochable. Hay estudios recientes que están empezando a vincular esta obsesión con problemas de sueño, salud e incluso socialización.
Antes de la era digital esto era impensable porque los episodios salían al aire cada semana o día a una hora específica. La espera era parte del placer, pero Netflix tomó un camino radicalmente distinto al publicar toda una temporada completa de una serie. Si bien HBO se rehúsa a seguir esta estrategia y todavía existen series que salen semanalmente en casi todas las plataformas de streaming, este giro representó un hito a la hora de consumir televisión. A partir de ese momento las personas deciden por sí mismas cuándo ver una serie y cuántos episodios.
Así surgió este fenómeno intergeneracional que ha logrado desvelar por igual adolescentes y adultos mayores que sienten la necesidad de saber qué pasó en el siguiente episodio.
Esto no es casualidad, ni producto de la calidad cinematográfica de muchas de estas producciones. Es parte integral del modelo de negocios de las plataformas de streaming que dependen de atraer cada vez más suscriptores y, aún más crucial, mantenerlos enganchados con sus contenidos.
Para ello, las plataformas de streaming tienen diferentes estrategias para garantizar el éxito de sus producciones multimillonarias, usando la información que recolectan de sus usuarios. El hecho de que muchos de los contenidos sean excelentes obedece más a la lucha de Netflix, Amazon Prime, Hulu, HBO Go, Apple Tv por acaparar nuestra atención, que por los méritos propios de sus creadores.
House of Cards es un buen ejemplo. Netflix sabía exactamente y en tiempo real cuántos de sus suscriptores habían terminado películas realizadas por David Fincher, director de la serie, como también las protagonizadas por Kevin Spacey y el número de personas que habían visto compulsivamente la versión británica original de los años noventa en la que se basó. Esta compañía no estaba tomando ningún riesgo al financiar toda la primera temporada de esta serie sin recurrir a un piloto para ver cómo reacciona el público, puesto que ya tenía un grado alto de certeza de que sus usuarios la devorarían en pocos días.
Otra herramienta común de las compañías de streaming es crear series y películas para regiones puntuales. Dado que Netflix se está expandiendo a nivel mundial, apuesta por producciones locales para enganchar a los suscriptores de los más de 190 países en los que está disponible, siendo China la excepción más significativa. De hecho, abrir esta aplicación en otra parte del mundo arroja un catálogo significativamente distinto pensando en satisfacer las tendencias de consumo de sus usuarios internacionales.
Algo similar ocurre para grupos demográficos específicos. Stranger Things con su estética y banda sonora ochentera, referencias a juegos como Dragones y Calabozos o juguetes como los walkie-talkies, e incluso su casting apelan a la nostalgia de los millennials (ese grupo de personas que literalmente creció junto con Winona Ryder, una de sus protagonistas).
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Puede que esté delatando mi edad, pero he de admitir que cuando vi la primera temporada me fascinó, pero pronto sentí que era demasiado perfecta para mí. Dejé de verla poco después de comenzar la tercera temporada porque me di cuenta que me estaban contando la misma historia con una variación mínima en sus personajes y monstruos. Es más, el actor Anthony Mackie sostiene que esta serie no es más que un refrito del clásico Los Goonies.
Ahí es donde radica mi mayor recelo con los servicios de streaming. Sus contenidos no suelen proponer narrativas nuevas, casi todas son historias viejas que les inyectan efectos especiales y una fotografía espectacular para alucinarnos en pantallas de alta definición.
Esta crítica se podría extender a otras expresiones culturales: los best sellers literarios también acuden a fórmulas trilladas, el reguetón usa el mismo ritmo ad nauseam, incluso artistas plásticos descubren una fórmula comercial de la cual nunca se alejan. A un nivel más profundo se podría argumentar que la originalidad no existe realmente, y que lo importante es cómo reinventamos las historias arquetípicas que nacieron con la humanidad. La diferencia es que las plataformas de streaming tienen mucha más información que cualquier creador individual o incluso que muchas productoras de cine, y la están usando para modelar con un grado de sofisticación sin precedentes sus contenidos.
Por si esto no fuera poco Netflix y Amazon Prime suelen cancelar sus producciones después de dos temporadas, precisamente porque fallan en atraer suficientes suscriptores. Las que sí son exitosas se exprimen hasta la saciedad con precuelas, secuelas y spin-offs. Sobra decir que el mundo del cine no es ajeno a esta práctica como lo demuestra la sorpresiva falta de creatividad Disney que acaba de lanzar su propio servicio de streaming e insiste en reanimar todas su películas viejas en lugar de proponer otros universos. Aparentemente en el reino de Simba, no hay nada nuevo bajo el sol.
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Mi intención no es desechar de tajo lo que estos servicios ofrecen ya que a pesar de lo mencionado, sí han financiado propuestas creativas que las productoras tradicionales no hubieran siquiera considerado. El formato de las series, por otra parte, también está abriendo la puerta a contar historias más complejas, precisamente porque se pueden prolongar mucho más que un largometraje normal.
Pero sí me parece importante tomar conciencia que mucha de la oferta audiovisual actual es otra expresión más de la incesante campaña del mundo digital para capturar nuestra atención. La cual, a su vez, se transforma en más información para que estas plataformas y sus algoritmos se vuelven cada vez mejores en mantenernos más tiempo pegados a sus pantallas. Mi único consejo es asumir que los servicios de streaming son como el azúcar, deliciosamente adictivos y por eso mismo no deberíamos consumirlos tan seguido. Si esto es así, entonces las series son como el helado: mejor no devorarlas de una sentada.