El contagio del presidente Donald Trump por covid, la posibilidad de un debate virtual y la negativa del presidente a participar en el mismo, son solo algunos de los acontecimientos que tienen a los votantes al borde sus asientos y marcan el final de una atípica campaña en la que Trump puede dar, una vez más, la sorpresa.
A pesar de que las encuestas del voto nacional siguen dando como ganador al candidato demócrata Joe Biden, la pelea en 9 Estados pendulares se aprieta.
Como se recordará el presidente y el vicepresidente de los Estados Unidos es elegido mediante un sistema de voto indirecto en el cual los ciudadanos de cada Estado votan libremente por el candidato de su preferencia, pero es el colegio electoral de cada Estado el que emite los votos que finalmente darán un ganador. De acuerdo al sistema de todo para el vencedor (winner-take-all).
De esta forma el Colegio electoral de los Estados Unidos está compuesto por 538 electores y para ser presidente se requiere la mitad más uno de los mismos, es decir 270.
Cada Estado, de acuerdo a su población, tiene un número de electores en ese Colegio electoral y en general el candidato que gane el voto popular de cada Estado, gana la totalidad de los votos de los electores del Colegio de dicho Estado. Una vez se conoce qué candidato ha obtenido el mayor número de votos populares de cada estado, se conoce también con los electores de qué estados cuanta cada aspirante y como se dijo quien consiga al menos 270 es elegido como presidente.
Así las cosas el sistema de elección indirecta genera un desfase entre los llamados votos electoral y popular, en donde el primero es depositado, como se dijo, por los miembros del Colegio electoral, del que dependerá realmente la elección del presidente y el segundo, en cambio, es el emitido por la ciudadanía.
Debido a que la mayor parte de los estados otorgan todos los votos electorales al candidato más votado y no los reparten de forma proporcional, la elección del voto popular no tiene por qué coincidir con el candidato vencedor.
Esto ocurrió, por ejemplo, en las elecciones de 2000 en las que George W. Bush ganó el voto electoral y fue elegido presidente pese a recibir menor respaldo de los votantes que su adversario Al Gore y más recientemente en las pasadas presidencia de 2016, en donde Donald Trump derrotó a Hillary Clinton pues pese a recibir menor respaldo popular, obtuvo un mayor número de votos electorales.
Este particular sistema, criticado por algunos pues hace que los candidatos hagan campaña principalmente en Estados muy poblados y que un candidato pueda llegar a ser presidente ganando en sólo en 11 de ellos, es decir en poco más del 20% de la totalidad de los que componen la nación.
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Encuestas
Las encuestas de voto nacional en las que Biden supera a Trump, miden la intención de voto de los electores populares pero, como se acaba de mencionar, no necesariamente coinciden con la distribución de votos electorales y un análisis minucioso de las encuestas de 9 estados, de gran peso en el colegio electoral refleja que están prácticamente empatados y que cualquier cosa puede pasar.
Estos nueve Estados son la Florida con 29 votos electorales, Pensilvania con 20, Ohio con 18, Georgia y Michigan con 16 cada uno, Carolina del Norte con 15, Arizona con 11, Wisconsin con 10 y Iowa con 6.
En cada uno de estos Estados la diferencia entre uno y otro candidato es pequeña e incluso se encuentran dentro del margen de error lo que significa que están en “empate técnico”.
El análisis por estados refleja que en este momento el presidente – candidato republicano Donald Trump cuenta de manera casi segura con 163 Votos electorales y su rival demócrata con 188.
Esto quiere decir que aún restan 187 votos de colegio electoral por distribuir y aunque Biden gane los 46 que parecería que se inclinarán a su favor, de conseguir el presidente hacerse con los estados mencionados sumaría 141 más con lo que de sobra ganaría la reelección y permanecería en la Casa Blanca.
Por otra parte aunque en California, estado con el mayor número votos de colegio electoral del país Biden lidera con facilidad, en el segundo más poblado Texas con 38 todas las encuestas dan como ganador a Trump.
No hay que olvidar que Trump logró ganar el favor de amplios sectores del electorado con la designación de la juez Amy Coney Barrett y que la brillante participación de Mike Pence en el debate de vicepresidentes sin duda le ha reportado más apoyo, no será difícil pensar que la suerte aún no está echada.
Muchos analistas consideran que cuatro años después de conquistar Ohio y ganar la presidencia de Estados Unidos, el mandatario necesita nuevamente el apoyo de los demócratas desencantados de este estado clave si quiere ganar un segundo mandato.
Durante generaciones, Ohio ha sido un trofeo político para los candidatos que cortejan al electorado diverso de este estado, que es considerado un reflejo de la situación del país y ha ofrecido un indicador cuatrienal confiable del ánimo estadounidense.
Trump ha visitado el estado dos veces en seis semanas. Y aunque su contrincante no ha hecho de Ohio su prioridad en la estrategia para ganar las elecciones, este territorio sigue siendo una oportunidad tentadora.
Por otra parte sobre el rol que deben desempeñar los vicepresidentes y la posibilidad de tener que ocupar la Oficina Oval en alguna eventualidad, los analistas coincidieron en que después del debate el vicepresidente Pence, no sólo demostró que lo aporta equilibrio a la formula, sino que adicionalmente tiene una postura mucho más clara y centrada a la hora de tener que dirigir el futuro de la nación más poderosa del mundo, que las de su rival demócrata Kamala Harris.
Finalmente no hay que olvidar que la rápida recuperación de Trump podrá reforzar su imagen de hombre recio y aguerrido, pero a la vez el hecho de haberse contagiado podría favorecerlo, si se recuerda que en la historia de los Estados Unidos los candidatos presidenciales con alguna situación especial de salud, a menudo ganan las elecciones siguientes. Como se recordará Ronald Reagan casi muere por la bala en 1981 y ganó a lo grande en 1984. Cuando Warren G. Harding murió en el cargo en 1923, su partido, el republicano permaneció en la Casa Blanca durante otros diez años.
Aunque los ejemplos pueden parecer algo extremos, no cabe duda de que su contagio puede aumentar sus índices de popularidad, como ya lo hizo con los casos del primer Ministro Británico Boris Johnson y el presidente brasilero Jair Bolsonaro.