*Colaborador de EL NUEVO SIGLO
No por nada Madeleine Albright, la exsecreataria de Estados norteamericana más respetada de la historia con Kissinger, le llamó alguna vez “la pionera del tecnoautoritarismo”. La China de Xi Jinping, ese hombre de semblante risueño -fácilmente el más poderoso del mundo- ha puesto a prueba un modelo de vigilancia en las ciudades capaz de saber el pulso cardiaco, el lugar favorito para comprar el pan o la hora exacta para tomar el tren.
Mucho más preciso para vigilar que aquél que describió Michel Foucault, este “panóptico” contemporáneo se viene materializando a través de las “ciudades inteligentes”. El modelo, bondadoso para ahorrar gastos, para mejorar índices de seguridad y prestar mejores servicios públicos, esconde detrás la aplicación de un sistema de vigilancia que minimiza las libertades individuales, la privacidad y, en últimas, hace posible la dominación absoluta al conocer el más mínimo detalle de nuestros movimientos. Una distopía tan parecida a la narrada por el citado Aldous Huxley.
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De verdes a algorítmicas
En un primer momento las ciudades inteligentes fueron vistas como las metrópolis de ensueño ubicadas en Medio Oriente y el sureste asiático. Imágenes de verdes pastos, ficticios, pero pastos, en el desierto dieron una idea de que la sostenibilidad, la inteligencia y las ciudades podían ir de la mano. El ejemplo más claro fue Abu Dhabi, una ciudad de una palmera arenosa que bordea el mar en medio de fuentes de agua con imágenes de delfines y el segundo edificio más alto del mundo. Antes de que surgiera el boom de los Emiratos, Singapur ya en 1998 había automatizado parte de importante de su capital; hoy está cerca de instalar satélites para saber la ubicación de un vehículo.
Las ciudades inteligentes no sólo son una aspiración para descongestionar el centro de la ciudad, como en Singapur, o crear un sueño en medio del desierto. Detrás de ellas hay un modelo de negocio que trae toda una red tecnológica capaz de controlar hasta al más mínimo detalle de la existencia de una persona. Esta red, dependiendo de los valores democráticas de cada constructor y Estado, puede ser más proclive a imponer modelo de vigilancia cibernética muy peligrosos.
Como en casi todo, China es la pionera. De 116 proyectos de ciudades inteligentes en el mundo posee 70, ha dicho The Financial Times. Muchos de ellos en países que tiene algún interés, así mínimo, en la Ruta de la Seda, ese ambicioso plan propuesto por Xi para ampliar las zonas de influencia comercial china en Asia y Europa, o en algún país donde hay inversión china en cantidades importantes. En América Latina existen iniciativas en Bolivia, Perú y Brasil, y en casi toda Europa.
Como en casi todo, China es la pionera. De 116 proyectos de ciudades inteligentes en el mundo posee 70, ha dicho The Financial Times.
Es normal que China lidere proyectos de infraestructura. Lleva casi dos décadas construyendo las principales vías de América Latina. Ecuador, Bolivia o México son testigos de la capacidad de la ingeniería china. Pero las ciudades inteligentes son un reto adicional. En ellas no sólo se construyen edificios o vías. También, como pasa en las grandes metrópolis de la china continental, se entrega un modelo de efectividad basado en la vigilancia tecnológica. Un reto para las democracias occidentales.
Para construir ciudades inteligentes y distribuir tecnología China ha buscado sigilosamente ampliar su red de apoyos a nivel internacional e imponer unos estándares sobre tecnología emergentes de menor nivel de restricciones. Se trata de una gobernanza cibernética que incorpora todo tipo de tecnologías como el reconocimiento facial, el análisis big data, las telecomunicaciones 5G y las cámaras de inteligencia artificial cuyo fin, en el caso de las ciudades inteligentes, es dotar de efectividad a los gobiernos en su administración pública. Esta dotación, sin embargo, no tiene en cuenta muchos elementos centrales de las democracias modernas, como el respeto a la intimidad, la privacidad y el libre desarrollo.
Los estándares
“El gobierno chino ha estado promoviendo activamente su libro de jugadas de gobernanza cibernética e Internet en muchos países en desarrollo, más recientemente aprovechando la conectividad 5G y los proyectos de ciudades inteligentes a lo largo de la ruta de la seda digital”, le dijo Rebecca Arcesati, analista de Mereces, un think con sede en Berlín, al Financial Times.
Los estándares chinos parecen menos amigables con la democracia. Son la expresión del capitalismo de Estado que defiende Xi, un modelo económico y político que ha buscado la productividad y los mercados internacionales sin tocar mínimamente el gobierno del partido único. En el plano económico ha sido claramente exitoso, pero sus criterios democráticos, como se entienden en Occidente y pocas partes de Oriente, han estado ausentes. En Pekín el principio de lo colectivo y su vigilancia están por encima de las libertades individuales, tan defendidas por Occidente.
El internet de las cosas (IoT, siglas en inglés), las redes móviles de quinta generación y la inteligencia artificial hoy permiten que grandes metrópolis controlen su número de alcantarillas, la calidad del aire o la basura.
Para construir ciudades inteligentes y distribuir tecnología China ha buscado sigilosamente ampliar su red de apoyos a nivel internacional e imponer unos estándares sobre tecnología emergentes de menor nivel de restricciones.
Esta expansión de la tecnología, no sólo china sino también de otros productores, es un enorme desafío para los valores democráticos. En medio del afán por volverse “inteligentes” las ciudades pueden permitir bajos estándares tecnológicos que vulneren derechos y libertades, trayendo inevitablemente la pérdida de garantías ciudadanas a expensas de la efectividad del algoritmo.
Estados superpoderosos, incapaces de reconocer los límites de su vigilancia por el desarrollo de sus tecnologías, pueden sepultar cualquier defensa de la libertad y las democracias liberales. Todo lo sabrían. Todo lo podrían controlar.
*Candidato a Mphil en la Universidad de Oxford