Siempre me gustó saber cómo se hacen las cosas, cómo se levantan las empresas; cuando yo era chiquita mi tía Socorro Inés Restrepo, expresidenta de la Academia Antioqueña de Historia, en unas vacaciones remotas mientras yo miraba embobada cómo se erigía una aguja de cemento que era el edificio Coltejer, me narró la gesta de los Echavarría desde que compraron una pequeña locería en Barbosa hasta convertirla en Corona.
Cuando decidí volverme periodista entré a trabajar en el Diario Occidente de Cali y el subdirector, don Raúl Echavarría Barrientos, solía convidarme a su oficina después del cierre de primera página para contarme historias de la región que le daban contexto a la novel reportera que fui; entre ellas, cómo se había desarrollado la agroindustria vallecaucana, impulsada por visionarios como don Hernando Caicedo.
Siempre también me molestaron las cosas que aparecían de repente, todo lo de nuevo cuño, lo ostentoso, lo llamativo, lo carente de pátina; esto me puso a salvo de la ética y la estética mafiosas que pululaban en la Cali de mi juventud y de la prisa de quienes todo lo quieren por arte de birlibirloque.
Me encanta adentrarme en las empresas, desentrañar el sueño fundacional, el hálito existencial, el espíritu emprendedor que animó su creación; pero pocas veces es posible conocer a los visionarios que le han dado vida a esas entidades que son emblema y paradigma.
Cuando escribí el libro de la Sociedad Portuaria Regional de Cartagena, con el que acabo de ganar el primer lugar en el concurso internacional Latino Book Awards 2018 en la categoría de mejor libro de negocios, pude conocer al Capitán Alfonso Salas, su gerente desde 1994, un oficial retirado de la Armada que se empecinó en convertir a Cartagena en un puerto moderno y competitivo para impulsar el desarrollo del Caribe colombiano, que no se dio por vencido porque tenía fe y una visión clara que le permitió crear, sobre las ruinas del malhadado Colpuertos, el que ha sido catalogado seis veces como el mejor puerto del Caribe por la Caribbean Shipping Association.
O como cuando en 2010 fui invitada por la Universidad El Bosque a crear y dirigir la Oficina de Desarrollo; yo me fui, pero me mantuve al tanto de sus noticias, entre ellas la próxima inauguración de Los Cobos Medical Center, la cristalización de una historia que comienza en 1977, cuando se asociaron 24 jóvenes médicos para crear una clínica donde pudieran ejercer su profesión y formar a los estudiantes de la entonces Escuela Colombiana de Medicina.
Casi la mitad de los fundadores han fallecido; los otros, continúan activos y uno todavía los ve en el campus; hace unos días conversé con varios de ellos, todos septuagenarios y guardé estos aforismos que me ayudan a comprender la grandeza:
“La humanidad sin grupo no es nada”: Otto Bautista (miembro actual del Consejo Directivo); “La mejor promesa de valor es la calidad de vida”: Hernando Matiz (Presidente del Claustro); “Muchas cosas nacen de las crisis”: Guillermo Marín; “Hay que mirar el mundo”: Miguel Otero (Vicerrector de Investigaciones); “Nada es estacionario; siempre hay que innovar”: Gerardo Aristizábal (decano de la Facultad de Ciencias); “En toda empresa humana hay que buscar el bien común”: Guillermo Cadena.
Visionarios capaces de soñar, crear y transformar la realidad.