Otro lío para Biden: centristas y progresistas se pelean por gabinete | El Nuevo Siglo
LAS DIFERENCIAS al interior de los demócratas ya eran evidentes antes del 3 de noviembre, pero el odio a Trump las ponía en segundo plano. Ahora, pasadas las urnas, las fisuras vuelven a la primera plana
Foto AFP
Lunes, 16 de Noviembre de 2020
Redacción internacional

Durante cuatro años los dirigentes del partido Demócrata estuvieron unidos detrás de la misión de derrotar al presidente Donald Trump. Sin embargo, ahora que su candidato Joe Biden está cada vez más cerca de la Casa Blanca, pese a las denuncias de fraude del Jefe de Estado republicano, están aflorando viejas disputas entre distintas fuerzas estatales y corrientes ideológicas por hacerse a un cupo en el gabinete e influir en el mandato que empezaría a regir el próximo 20 de enero.



Incluso la decepcionante actuación de los demócratas en los comicios para Congreso (disminuyendo en escaños de la Cámara y teniendo casi perdida la lucha por un control del Senado) ha puesto de manifiesto las enormes diferencias entre las facciones de progresistas y moderados (también llamadas radicales y centristas) de la colectividad, así como las disputas generacionales e ideológicas entre sus legisladores, activistas y su base social.

Como se dijo, a raíz de la posible victoria de Biden esas divisiones, que se habían mantenido ocultas en campaña, ahora están comenzando a estallar abiertamente, generando un problema adicional para la ya de por sí complicada transición con un gobierno saliente que alega un fraude electoral y no ha reconocido ni concedido la victoria a su rival.

A este respecto la representante Alexandria Ocasio-Cortez, del ala izquierdista, dijo que las próximas semanas marcarían la pauta de cómo los activistas liberales recibirían a la administración entrante. Pero otro parlamentario demócrata de la cámara baja, Conor Lamb, aseguró que esperaba que el equipo de Biden gobernara como había hecho campaña: con los progresistas a distancia.

Incluso antes de los comicios del pasado 3 de noviembre, ya se notaba cómo el partido Demócrata enfrentaba pugnas internas. Por ejemplo, el representante Jim Clyburn, el gigante de la política demócrata de Carolina del Sur y emisario frecuente del ala centrista del partido, comenzó a advertir que temía que las protestas de Black Lives Matter del verano, y en particular el lema "desfinanciar a la policía", amenazaban con empañar las posibilidades de los demócratas de fortalecer su mayoría en la Cámara y retomarla en el Senado.

Por su parte Abigail Spanberger, congresista de Virginia que logró por poco su reelección, expresó la misma preocupación.

Todo ello mientras que Ocasio-Cortez, abanderada de los progresistas, instó a su partido a adoptar tácticas más modernas de participación de los votantes y a ver a la izquierda como un aliado y no como obstáculo. “Necesito que mis colegas entiendan que no somos el enemigo”, dijo. “Y que su base no es el enemigo. Que el Movimiento por Vidas Negras no es el enemigo, que Medicare para todos no es el enemigo".

De vieja data

Las luchas internas entre los demócratas son de vieja data e incluso surgen a cada tanto, no pocas veces atribuidas a diferencias generacionales o regionales. Por ejemplo, los militantes y dirigentes más jóvenes y urbanos quieren atención médica universal y exigen justicia racial, mientras que los suburbanos más viejos los hacen callar, preocupados de que asusten a los votantes indecisos suburbanos blancos, que los centristas consideran fundamentales para lograr las mayorías.



Pero la verdad es que el Partido Demócrata está profundamente dividido. La coalición que llevó a Biden a la victoria fue masiva pero también diversa y profundamente contradictoria. Lo único que las identificaba era el odio a Trump. La integraban votantes negros mayores con convicciones religiosas, que no son diferentes a las de los evangélicos blancos que gobiernan la derecha estadounidense, y votantes más jóvenes que creen ferozmente en los derechos civiles de las personas transgénero y el desmantelamiento del estado policial. Asimismo con Biden estaban facciones de mujeres blancas con educación universitaria y votantes latinos jóvenes que temían por las amenazas a su estatus de ciudadanía.

En pocas palabras, es una coalición compuesta por una amplia porción de estadounidenses que no son blancos y una minoría considerable de los que sí lo son, de personas que se identifican como socialistas y otras que ven a esta corriente como una seria amenaza para su forma de vida. También de personas que promulgan la práctica del aborto como un derecho y aquellos se oponen profundamente a ello.

La coalición demócrata, en otras palabras, es enorme y está compuesta por personas con objetivos en competencia y mutuamente excluyentes, personas que, al final, probablemente no siempre se agradarían entre sí y que lo único que las unía era su animadversión por el presidente Trump. Pasados los comicios, esto ya no es suficiente para estructurar una nueva administración con un objetivo definido y consensuado.

En cierto sentido el nutrido y diverso apoyo popular de los demócratas, es una ventaja. El partido no se cansa de recordar a los estadounidenses que ha ganado el voto popular en todas las elecciones desde 1996. Sin embargo, el peso de la coalición también significa que la colectividad debe intentar complacer a todos los sectores a la vez y eso se vuelve muy complicado en la práctica, sobre todo en la gubernativa.



Lo cierto es que la campaña de Biden hizo pocos esfuerzos para llamar la atención sobre sus distintas posturas políticas internas durante la temporada electoral, confiando en cambio en una retórica vaga y ampliamente atractiva sobre el alma de la nación. Aunque el partido se ha apoyado en gran medida en el tema de la atención médica, quizás el área de política que afecta a todos los votantes, hay posturas diferenciales a nivel estatal y de distritos al respecto.

Jamaal Bowman, un demócrata progresista de Nueva York que prestará juramento en el próximo Congreso, consideró que la victoria de Biden no era una afirmación de una ideología, sino el testimonio de una reunión que había abrazado el objetivo compartido de derrotar un presidente y agregó que "tenemos que maniobrar las conversaciones… entre moderados y liberales” para lograr consensos.

Por su parte Ocasio-Cortez anticipó una batalla a largo plazo y mencionó que los nombramientos de Biden serán la manera de medir su difuso núcleo ideológico. Y llegó a mencionar que personas muy cercanas al presidente electo, como Rahm Emanuel, “no deberían hacer parte del gabinete”, una afirmación que prueba las divergencias internas.

Divisiones internas

Tras las elecciones del pasado 3 de noviembre los moderados se han adjudicado el mérito de la victoria, argumentado su éxito en los estados industriales del medio oeste, mientras que el ala más a la izquierda sostiene que convencieron a los votantes indecisos con sus reuniones sociales y campaña de marketing, las que consideran determinantes.



Todas estas tensiones obligarán a Biden, quien durante mucho tiempo se ha visto a sí mismo como un constructor de consensos, a intentar solventar estas diferencias y gobernar no solo encontrando acuerdos al interior de su partido, sino con un Senado que posiblemente le será adverso y que podría bloquear sus iniciativas.

El considerado Presidente electo ha dejado en claro que tiene la intención de que su administración sea diversa en raza, género y orientación sexual; sin embargo, esta llamativa propuesta, que busca dejar contentos a varios sectores, podría chocar con intereses pragmáticos y de milimétrica política.

Entre tanto, el equipo político base de la izquierda ya le ha manifestado al ex vicepresidente su interés de hacer parte del gabinete, a tal punto que el propio Bernie Sanders confirmó su interés en formar parte del gabinete como Secretario de Trabajo.

Aunque Sanders inicialmente criticó las políticas de Biden, más tarde lo apoyó durante su campaña contra Trump. Por otra parte, se da por descontado que la senadora moderada Elizabeth Warren, quien también criticó a Biden, ocupe el cargo de Secretaria del Tesoro.

Incluso, pese a muchos rumores de los últimos días, ex presidente Barack Obama descartó ayer un posible cargo en la administración de Biden en caso de que se confirme oficialmente su victoria.

Se cree, sin embargo, que pese a las presiones del ala izquierdista de su partido, algunos de los nombramientos que soliciten podrán ser bloqueados por el Senado, claro en caso de que se mantenga allí la mayoría republicana.



Como se ve, en medio de un escenario de profunda polarización política y social, a lo que debe sumarse las crisis económica y sanitaria producidas por la pandemia, el país requerirá unidad para hacer frente a los problemas. Una tarea muy difícil de afrontar cuando el presidente electo enfrenta profundas divisiones al interior de su propio partido y ello ya siembra muchas dudas sobre su capacidad para fijar y mantener el norte de su gestión en asuntos clave. Una dificultad en el aquí y ahora que tendrá su primera prueba de fuego en la confección del gabinete que lo acompañará en su administración.