Derecho al derecho | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Noviembre de 2012

*Peligro de balcanización

*Dignidad nacional y defensa de la soberanía

 

El  legalismo exacerbado corresponde a una manera de ser de nuestra sociedad. Tenemos la tendencia a considerar que los pleitos resuelven mejor los asuntos por intrincados que sean, que las negociaciones  por fuera de los tribunales. En el plano internacional se llega a situaciones complejas  que desbordan los límites de la conveniencia, con tal de firmar cuantos acuerdos se les presentan a nuestros diplomáticos. Como si por más convenios  que se firmen y nos agreguemos a diversas entidades internacionales, por incoherente que resulte, mejora  nuestra diplomacia. Somos miembros del grupo de los cinco que está contra el de los tres. De asociaciones internacionales en competencia entre sí, de entidades que necesariamente se adversan y cosas por el estilo. Así justificamos la participación de burócratas indolentes que suelen dormitar la mayor parte del tiempo en convenciones de las que formamos parte, sin saber ni siquiera la razón y conveniencia. Eso nos pasó cuando nos abanderamos entre los países No Alineados, mientras  pretendíamos tener excelentes relaciones con los Estados Unidos. Lo que conduce a caer en un  charco de contradicciones inmensas en las que se debate la diplomacia colombiana desde hace décadas.

En los tiempos actuales las relaciones con los organismos internacionales han sobrepasado las relaciones entre Estados, las multinacionales manejan fondos que superan los de muchos países Entidades tan famosas y respetables como la ONU, que a partir de la II Guerra Mundial tiene entre sus objetivos mas importantes alcanzar la paz mundial, son severamente cuestionadas por quienes dicen que está penetrada en algunas de sus agencias por elementos que tienen su propio proyecto contrario al mismo espíritu de  la institución y otros van mas lejos cuando pretenden que sectores contestatarios avanzan a contrapelo de los nobles propósitos de la institución con fines desestabilizadores. Por lo que la misma ONU procura extremar los controles a las instituciones que dependen de la organización para que no caigan en manos de quienes contribuyen más a fomentar la subversión internacional que el orden y la paz. Si la alta policía deja de ser la divisa de la ONU, lo que por desgracia  puede repetirse con organismos ligados a esa formidable entidad como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional e, incluso, la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Es una ingenuidad pretender que los jueces de La Haya son ángeles y seres celestiales que están por encima de las pasiones humanas y la politiquería o las simpatías ideológicas.

Y, es preciso reconocerlo, muestra diplomacia en ocasiones peca por subestimar a los demás, cuando Nicaragua desconoció el Tratado Esguerra-Bárcenas durante  el gobierno de Julio César Turbay, el canciller Diego Uribe Vargas declaró que eso no pasaba de un chiste, lo que celebró  sin reflexión la galería. Y hoy vemos cómo el chiste se convierte en el peor zarpazo que hemos recibido a lo largo de la historia con la segregación de Panamá. La mayoría de políticos de entonces ni siquiera opinaron. La miopía e indiferencia tibetana con la que a veces percibe Bogotá la política internacional se impuso sobre cualquier sentimiento nacionalista.  

Así, hoy como ayer, aparezcan fatídicos  pregoneros del vencimiento espiritual del pueblo colombiano, de la renuncia a defender nuestra soberanía nacional, que se arropan en el derecho mal entendido. Y sostienen que Colombia nada debe hacer y que en aras del derecho  ni siquiera puede  musitar una palabra y debe dejarse emascular sin chistar. Sin importar que se haya violado el justo derecho. Pese a que hemos sido objeto de un fallo sorprendente, indoctrinario, contradictorio e injusto, en cuanto se reconoce la validez del Tratado Esguerra-Bárcenas, pero en la práctica lo hacen trizas. Lo que corresponde en estos casos es salir a reivindicar  el derecho contra un fallo que contradice los principios de la misma Carta de la ONU de defensa de las minorías y condena a los colombianos raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, a una situación degradante en lo económico y el padecer a diario la amenaza de los revolucionarios sandinistas.

En este sentido se debe exaltar la decisión  del presidente Juan Manuel Santos, como la del Directorio Nacional Conservador y Efraín Cepeda, la U y los partidos de orden, de Álvaro Uribe y los patriotas que convocan a la unidad nacional para defender la soberanía y respaldar a las Fuerzas Armadas que patrullan nuestras aguas marítimas hasta el Meridiano 82. Y es de esperar que en cuanto las gentes tomen conciencia de la monstruosidad  del fallo se convoque a una gran marcha de protesta en todo el país contra su iniquidad  y la defensa de la soberanía de Colombia. Si somos incapaces de salir a defender nuestra soberanía y los derechos humanos de los raizales, es que no corre sangre por las venas de los nuestros y mañana seremos balcanizados.