La ignorancia y los charlatanes | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Noviembre de 2018

Me ensimisman las gentes sabias, en un mundo cada día con más hambrientos y más obesos en medio de la desigualdad, porque saben volver su rostro hacia sí, y encauzar otros rastros más humanos, de reconstrucción moral y de restauración de la familia. Por eso, hace falta otro espíritu más entregado al análogo, más del corazón que de lo mundano, que active la colaboración y la cooperación entre culturas diversas. A mi juicio, los próximos años van a ser decisivos, en la medida que propiciemos la unidad entre todos más allá de lo técnicamente posible, quizás reinventando otros modos y maneras de vivir, más acordes con el donarse y perdonarse, con el servir a todos y no servirse de nadie, pues ningún ciudadano se merece ser dominado por poderes insensibles e injustos.

Por tanto, me niego a que me adoctrinen los ideólogos sin ética alguna, esclavos de la ideología del “tener”, a los que no les importa poder más para aplastar mejor al semejante, cuando lo verdaderamente gozoso es despojarse y compartir, aquello que cada cual ha conseguido. En consecuencia, hemos de reconocer nuestra propia ignorancia al menos para poder rectificar y retomar hacia otros caminos más esperanzadores, que lo serán en la medida, en que nos dejemos transformar, escuchándonos más entre todos e interrogándonos entre sí. La prueba de la complacencia será grande y nos hará sentir a merced de una alegría que nos trasciende y va con nosotros a todas partes.

Por desgracia, también abundan los lenguaraces, casi siempre sometidos a crear espacios de discordias y enfrentamientos, ofrecidos como referencia de vida, dispuestos a venderlo todo por dinero, cuando en realidad no tienen nada que aportar, porque ellos mismos son presos de sus miserias humanas e incapaces de caminar libres, hacia el buen hacer y el estético andar. En efecto, estos charlatanes (algunos con poder en plaza política) aún piensan en el “tanto tienes, tanto vales”, como si fuésemos mercancía dependiente de las condiciones económicas.

Indudablemente, lo que nos hace sentirnos bien son otras certezas, otras autenticidades de acompañar y dejarse acompañar, de estimular a los desalentados, de corregir a los necios o de sostener a los débiles, y sustentar a los que nada tienen. Este es el gran programa humanístico que nos hace falta a esta generación de ignorantes, algunos con estudios universitarios, pero que han olvidado lo más básico, que la mayor sabiduría no es tanto el conocimiento, como el ayudar a vivir y saber vivir uno mismo.

A propósito, me alegra que un país tan grandioso como México, al someterse a un reciente examen periódico universal del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, haya reconocido los desafíos a los que se enfrenta en el campo de las garantías fundamentales, citando como el primero de ellos, el combate a la impunidad y el acceso efectivo a la justicia.

Tenemos que despertar de nuestra ignorancia, aunque solo sea por un imperativo moral de ganar aliento, y abrirnos a ese mundo en el que hemos de abrazarnos como humanidad, más allá de las finanzas, de los comercios y mercados absurdos, de las chicharras siempre dispuestas a convencernos en la falsedad, confundiéndolo todo. Ojalá aprendamos a discernir, a no ser homicida de uno mismo, a saber que sabemos lo que sabemos y que la sabiduría viene de prestar atención; de participar vivencias, de arrepentirse y absolverse. En suma, por muy pequeña que sea la gota de agua y el océano de la ignorancia sea grande; reeduquémonos conciliando latidos, y aprendamos de lo vivido, ya que las puertas de la cognición nunca están cerradas mientras uno vive.