Saltos, gritos, llantos con los Rolling Stones en Bogotá | El Nuevo Siglo
Jueves, 10 de Marzo de 2016

Por: Pablo Uribe

Periodista de El Nuevo Siglo

 

Una leve lluvia acompañaba la entrada al estadio El Campín. Era suave, pero unas horas antes había sido torrencial, electrizante  e inusual, tal como la presentación que íbamos a presenciar: Los Rolling Stones tocaban por primera vez en Bogotá. Algo tan despampanante,  que los fanáticos, por más que cayeran gotas sobre sus rostros, no salían del asombro.

 

Por fin Mick Jagger iba a hacer de las suyas en el escenario. La tarima sería su confidente, su espacio más íntimo y público a la vez. Keith Richards iba a desplegar su rock and roll desde lo más profundo de su alma, como si los astros se hubiesen alineado para crear estrictamente un espécimen hecho a la medida de un roquero.

 

Los minutos pasaban. Salió Diamante Eléctrico, aquella banda que eligieron los mismos Stones para hacer de teloneros. Sirvió para calentar el frío ambiente capitalino que volvía a su nido como si se hubiese ido por unos cuantos meses. Pero nada opacaba la noche, ni las gotas, ni el tráfico, ni el corte momentáneo que ocurrió en horas de la tarde en El Campín.

 

Luces de color amarillo iluminaban las pantallas. Al frente se veía una enorme lengua roja. Venían los Stones y con ellos un empujón que permitió estar más cerca a los “abuelos del rock”. Que vengan más, pensó la mayoría de gente alrededor.

 

Una voz tan grave como chillona colmó las graderías: Era Mick. Ese hombre que bailaba como si estuviera endemoniado en los videos. Acá estaba en vivo, al frente, era palpable por los ojos. Saltó al escenario acompañado de las guitarras de Richards y Ronnie Wood y la sonora batería de Charlie Watts para interpretar Jumpin Jack Flash, single escrito en 1968.

 

Las caras de los espectadores  no salían del asombro. Esperaban votar su primer grito con Start Me Up, como habían dicho los medios y los Stones habían comenzado su concierto en Lima, Santiago o La Plata. Pero Bogotá iba a tener un set de canciones diferente.

 

Había que respirar, la emoción contenía hasta los pulmones, pero Jagger se movía de manera tan lúdica, que hasta el más joven se sonrojaba al ver semejante destreza. El escenario estaba dispuesto a sus pies. Era un semi dios con movimientos de ganso que  saltaba de lado a lado para alentar al público. Jagger era el más animado y cogía el mito de la altura y lo sepultaba debajo de los pastos de El Campín: tenía más energía que los cohetes de sus canciones.

 

Retumbaban los tambores. Watts estaba tomando posición a distancia, fiel a la modestia que acompaña sus apariciones. “Hola Bogotá”, “Hola Colombia”, dijo Mick. Palmas, gritos y uno que otro cigarrillo se prendieron luego del majestuoso saludo. No importaba la edad. Había gente de 80, 70 o 20 años en el escenario a los pies de la banda más importante de la historia del rock.

 

Watts siguió con su bamboleo de tamboras como si estuviera próximo a iniciar un rito africano; melodía, armonía y quiebre. Mick prosiguió con una canción pegajosa que invadió las emisoras radicales en la década de los 70: It´s only Rock and Roll. Y cuando llegó el coro se escuchó al unísono la voz del máximo escenario deportivo de la capital cerrando la frase con un: “But you like it”.

 

Luego sonó Midnigh Rambler con su suavidad. Introspectiva y deliciosa, deleitó el paladar de los espectadores. Pero de un momento a otro el deleite fue consumido por la potencia de las guitarras de Richard y Wood. Era el momento del riff. Mick entendió que su rol protagónico tenía que ceder ante la belleza de unos buenos acordes en Honky Tonk Woman.

 

En realidad no era una, sino cuatro majestades. La magnificencia de los “solos” de Richards carcomían todos los sentimientos. Los órganos vibraban y las ideas fluían sobre una nube voladora comandada por la batería de Watts. You Got The Silver y Wild Horsses esgrimían el camino de la seducción que recaía sobre los espectadores al ver a Richards, ese mito urbano que hace unos años se había caído de un árbol,  parado con su melena blanca interpretando los éxitos de los Stones.

 

Vino el tiempo para el descanso de Jagger que no había parado de recorrer el escenario como si estuviera en el Hyde Park de Londres en 1969. Richards lideró la comandancia, tomó su guitarra acústica y llamó a Wood para que lo acompañara en dos canciones repletas de blues, soul y una excéntrica y rastrera voz que hacían recordar los tiempos de Joe Cocker o Jimmy Cash.

 

Mick volvió al escenario. Esta vez tenía puesta una chaqueta color azul. Su habitual grito acompañó su vuelta: “Heyy”, “oohh”, “ihhh”, decía el artista, acto seguido el público repetía las siglas.

 

La memoria de muchos tocó fondo cuando el sensual comienzo de Miss You salió de la guitarra de Wood. Llegaron tiempos de fiesta, de noviazgos, de soledad: una canción podía representar las diferentes facetas de la vida y los sentimientos. Qué gran bajista el que acompañó, en especial, este tema.

 

Luego, vino Gimme Shelter, con ese subliminal coro que antecedió la voz de Jagger y siguió el resto de la canción. Y la memorable Paint it black con toda esa explosión de batería a cargo de Watts.

 

Los Stones, sin embargo, dejaron para el final lo mejor. Empezaron este cierre con quizá su canción más política. Representativa de una época álgida por los brotes sociales, Jagger salió con una larga capa repleta de plumas rojas. “Parecía satán”, dijo un animado espectador. Las pantallas también proyectaban imágenes rojas.

 

Era Sympathy for the Devil. Aquella canción que hablaba de tiempos de guerra, exquisitez, dinero, Kennedy. El resumen de la década de los 70 salía de la enorme Boca de Jagger y se transmitía por medio de sus ojos azules. Esta canción marcó, sin duda, una generación que fue llamada como los “Hippies”.

 

Mick tomaba un leve respiro, miraba al público y pedía de nuevo palmas. Continuó con su pedido en Brown Sugar. A Richards o a Wood les decía “take it out” Keith o Ron, para animarlos a que siguieran con sus inolvidables riffs que salían de sus guitarras.

 

Pólvora. Era el primer aviso de que el concierto estaba por terminar. El público ya no sabía qué más esperar. Pero los Stones no se daban por vencidos: son las estrellas del rock por excelencia pese a su edad. Faltaban dos temas más.

 

Unos jóvenes vestidos de una toga negra salieron al escenario. Ellos, junto al grupo de voces de la banda, hicieron la inolvidable introducción de You Can´t get What You Want. Parecía un cuento de hadas mezclado con unos chicos malos llenos de arrugas y batallas de largas fiestas.

 

Eran los Stones en su máxima esencia. Entró Jagger a paso lento y seguro, con la primera frase de esa canción. Luego vino el coro y el público subió el tono cuando cantó: ”You can get what you need”. Más de un rostro fue invadido por las lágrimas.

 

Pero el paso de la nostalgia a la emotividad sólo costó un minuto. Sonó Satisfaction. La gente saltó, movió los brazos. No lo creía. La segunda canción más importante de la historia del rock estaba siendo interpretada en Bogotá. Jagger no paraba. Volvía a repetir “satisfaction”. No se quería ir. Pero llegó el final de la noche. Todo el mundo quedó anonadado ante semejante presentación. ¿Fue real?