Hoy, cuando se cumplen 50 años de la muerte del doctor Laureano Gómez, fundador de este Diario, puede decirse que como hombre público que fue y determinador de parte importante de la historia del siglo XX en Colombia, su norte fundamental fue la paz. Desde luego, nunca rehuyó la polémica, puso por delante sus convicciones y como ninguno en la historia nacional llevó las banderas de lo que significó ser conservador en los tiempos procelosos que le tocó vivir. Y por ello, porque siempre tuvo el temple de no desdecir de sus principios e ideas, y de ser el baluarte de una cauda que lo elevó a la cumbre, los adversarios le fraguaron una leyenda negra, como supuesto inspirador de la violencia, después de fallecido.
De hecho, Laureano Gómez comenzó su vida pública, siendo un estudiante, contra la falta de garantías de la dictadura de Rafael Reyes y en defensa del vicepresidente Ramón González Valencia, quien había sido prácticamente destituido. Ese primer discurso, en el Colegio de San Bartolomé, terminó llevándolo por unos días a la cárcel, pero a poco el dictador, fruto en buena parte de las revueltas estudiantiles bogotanas, debió recoger bártulos y partir al exterior.
De ahí en adelante, se aquilató, muy de joven, el temperamento de Laureano Gómez, paulatinamente enfrentándose al oficialismo conservador, que detentaba el poder en cabeza de Marco Fidel Suárez, ya canciller y jefe del Partido, y luego Presidente de la República contra el poeta Guillermo Valencia, candidatura fomentada por el joven Gómez. Para ello había fundado un periódico, La Unidad, pero al subir Suárez se le fue quitando la pauta oficial, particularmente por las denuncias de negociados. Obtuvo, sin embargo, Gómez una curul en el Congreso y desde allí descubrió cómo el primer mandatario había derivado créditos financieros personales a partir de contratos del Estado con empresas que igualmente tenían acciones en esos bancos. Caído Suárez, no quiso hacer Gómez de ello un episodio en su favor. Finalmente, el siguiente presidente, Pedro Nel Ospina, lo nombró Ministro de Obras Públicas y se destacó por haber irrumpido con la mayor revolución de la infraestructura de que hasta entonces se tuviera noticia en el país. Sus dotes de ejecutor salieron avantes y los dineros de la indemnización por la separación de Panamá tuvieron aplicación sin el más leve asomo de corrupción. Vale anotar que Laureano Gómez fue el más grande opositor que se tuvo en el Congreso por la usurpación de Estados Unidos en Panamá.
Ante división, abstención
Durante la administración Abadía Méndez, Gómez viajó a las legaciones de Buenos Aires y Berlín. A su regreso a Colombia, en 1930, se encontró con que el Partido Conservador estaba siendo perseguido violentamente en los santanderes, Boyacá, Caldas y otros departamentos y abrió su casa, en Fontibón, para los desplazados campesinos a los que les organizó un campamento. Se trataba, en las regiones, de cambiar las cédulas electorales y pidió garantías al gobierno de Enrique Olaya Herrera. Pero no fueron otorgadas y el Presidente liberal más bien optó por la división conservadora. Frente a ello, Gómez declaró la abstención electoral, en vista de que el conservatismo seguía siendo aniquilado en los municipios, de donde en muchos casos salían en éxodo. Incluso, el siguiente presidente, Alfonso López Pumarejo, fue elegido sin adversario, por una cifra para entonces descomunal, y el propio Gómez se abstuvo de entrar al gobierno en espera de garantías para su partido. Se mantuvo la abstención y la reforma electoral prometida nunca llegó por lo cual, fundado El Siglo, sacó un editorial diciendo: “López me engañó”. Poco antes, convaleciente de un síncope, Gómez escribió el libro “El cuadrilátero”, en el que exaltó a Gandhi como apóstol de la no violencia y ejemplo a seguir, mientras abjuró de Mussolini, Hitler y Stalin, como los peores enemigos de la democracia, mucho antes de que se sucediera la Segunda Guerra Mundial y muy pocos en Colombia atendieran esas mientes. Por la época, el conservatismo se dividía entre el grueso “civilista” y las corrientes proclives al falangismo, como la de “Los Leopardos” y la entonces incipiente corriente alzatista. Gómez era el jefe del denominado “Civilismo”.
Luego fue elegido Eduardo Santos sin contendor y Gómez vio en ello la oportunidad de restablecer la concordia política que el nuevo presidente le aseguró. No obstante, levantada la abstención y con miras a las siguientes elecciones parlamentarias, la primera manifestación política del conservatismo, luego de más de una década de abstencionismo, fue baleada, en presencia de varios jefes de la colectividad, en Gachetá (Cundinamarca) con saldo de catorce muertos y múltiples heridos. Santos insinuó que había sido una maniobra del “lopismo”. El directorio de Cundinamarca emitió un comunicado en procura de lo que llamó “la legítima defensa” y eso fue replicado en el periódico que dirigía Alberto Lleras, como la “acción intrépida”, mote con el que se quedó y nunca fue puesto en práctica.
Subió de nuevo a la Presidencia López Pumarejo, respaldando el conservatismo a un liberal en cabeza de Carlos Arango Vélez. El alegato de fraude fue prolongado. La oposición tomó mayores bríos y un comentario de Gómez, en un corrillo del Congreso, según el cual el triunfo de López haría la república invivible, fue publicado y tomado por los periódicos adversarios como si hubiera dado una consigna. En todo caso, sin arma alguna, la oposición llevó a la renuncia de López, combinado con la enfermedad de su esposa. Poco antes, El Siglo había sido cerrado y Gómez denunciado por calumnia por parte del ministro Alberto Lleras, sin tener velas en el asunto de la investigación y con un juez dispuesto a meterlo preso. Obtuvo asilo en Ecuador y regresó una vez Lleras se posesionó de la Presidencia para terminar el periodo de López, en un nuevo ánimo de concordia.
De la cancillería al exilio
Dividido el Partido Liberal entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, Gómez, por primera vez en varios años, lanzó un candidato presidencial conservador, desestimando su propia candidatura que todo el mundo pedía, en cabeza del exministro y exsenador Mariano Ospina Pérez, precisamente una figura escogida por Gómez que no resultara amenazante. La división liberal fue enconada y Gómez respaldó a Ospina sobre la base de un gobierno de unidad nacional con participación del liberalismo. De suyo en los primeros dos años Gómez no participó en el gobierno, dedicado exclusivamente a la organización de la Conferencia Panamericana de 1948. Solo 15 días antes de sucederse ella, Gómez fue nombrado canciller para presidirla, pero al igual que en 1930 ahora se dejaban ver también graves brotes de violencia denunciados por Gaitán contra Ospina. Fue a poco de ello, el 9 de abril de ese año, que se sucedió el asesinato de Gaitán. El liberalismo reingresó de inmediato al gabinete sobre la base de que Ospina sacara a Gómez de la Cancillería. Ospina así lo hizo y Gómez salió primero a Medellín y luego al exilio en España. Era, en voz de tirios y troyanos no solo un “muerto” político. Quien inclusive, el mismo 9 de abril, según las emisiones de las radiodifusoras tomadas por Gilberto Molina y Fidel Castro, entre otros, aparecía colgado de los faroles de la Plaza de Bolívar, junto a otros dirigentes conservadores como Juan Uribe Cualla y José Antonio Montalvo. No era cierto pero era la intención del terrorismo. Y jamás, por supuesto, se pudo presentar responsabilidad alguna de los conservadores en el infausto hecho de Gaitán, pese a dejar correr la especie.
A la presidencia
Tiempo después, Gómez regresó y fue proclamado candidato, sin tener participación alguna en los hechos de violencia que se suscitaron en las regiones a raíz del 9 de abril. En esta ocasión, fue el liberalismo el que se abstuvo electoralmente y Laureano Gómez accedió al poder sin contrincante, luego del retiro de la candidatura de Darío Echandía, que ya se veía fallida, a raíz de los hechos confusos en una manifestación donde una bala perdida segó la vida de su hermano Vicente. Gómez pidió responsabilidades e igualmente le ofreció al liberalismo hacer parte del gobierno, que se abstuvo de hacerlo, aparte de algunos elementos no directoristas. De hecho, su posesión no pudo verificarse ante el Congreso en pleno, sino ante la Corte Suprema, mientras la Dirección Liberal fomentaba las guerrillas, entre ellos el después apodado “Tirofijo” y fundador de las Farc, quien con el grupo de los Loaiza hacía parte de las columnas de “Charro Negro”. Todo con el fin de impedir la posesión de Laureano Gómez, bajo los incendios y el éxodo en los poblados, como él mismo lo diría décadas después en el Caguán. “Aquí me dejaron haciendo la guerra solo”, diría.
Gómez, en tanto, recuperó la relación con su viejo amigo, el expresidente López Pumarejo, a quien confidencialmente pidió colaboración para lograr la desmovilización de las guerrillas liberales del Llano y envió a su ministro de Gobierno, el expresidente de la Corte, Domingo Sarasty, a dialogar con ellas.
En su mandato de un año, interrumpido por un síncope cardíaco, creó Ecopetrol, logró inflación cero, obtuvo un gran crecimiento económico, pactó el batallón Colombia en la guerra de Corea, hizo un gran plan de infraestructura y organizó la Misión Currie. Tuvo la idea de una constituyente pero no llegó a organizarla.
Pacto de paz
Retirado del gobierno, se posesionó el designado Roberto Urdaneta, a quien corresponde la responsabilidad política de la época, bajo la acre división entre laureanistas y Ospino-alzatistas. Decidió Gómez, a dos años de su síncope, que lo inhabilitó gravemente, reincorporarse al solio a fin de defender los derechos humanos y destituir al comandante Gustavo Rojas Pinilla por las torturas que se venían sucediendo en el B2. Por eso inmediatamente le dieron golpe de estado, en alianza con los ospinistas y el eufemismo liberal de que era un “golpe de opinión”, aunque no entraron a participar de la dictadura. Gómez salió de nuevo al exilio, a España, y cuando Rojas, cuatro años después, amenazó con prolongarse, Alberto Lleras fue a España para pactar con él el derribo de la dictadura y la concordia entre los partidos, dando nacimiento al Frente Nacional. Antes que optar por un conservador para el primer periodo, lo que correspondía, Gómez apoyó al liberal Alberto Lleras para la presidencia y la designatura para Darío Echandía. Ese pacto de paz, que permitió recuperar la civilidad en el país, fue el último acto político de Gómez. Lo que vendría después nada tendría que ver con él, muriendo el 13 de junio de 1965.