“Ambición por crecer” | El Nuevo Siglo
Jueves, 11 de Enero de 2024

Uno de los dramas más evidentes del manejo macroeconómico actual es que nos estamos acostumbrando a crecer poco y nos parece normal. Y crecer poco significa menos empleo, menos inversión, menor recaudo fiscal y baja posibilidad de recursos suficientes para invertir en lo social y en mejor infraestructura.

Después de dos años de crecimiento sobresaliente: Año 2021 un crecimiento de 10,6% y año 2022 un crecimiento de 7,5%; las metas oficiales que tenemos ahora son 1,2% en 2023 y 1,8% en 2024, y muchos ven eso como algo normal. Todo entre otras, muy cercano a las poco ambiciosas metas de crecimiento del Plan de Desarrollo 2022-2026 que prevé un país creciendo máximo el 3,6%. Tal como he señalado, nunca habíamos tenido planes de desarrollo tan poco ambiciosos, que ni siquiera se ponen la meta de superar el 4% de crecimiento.

Lo anterior, como en una mala coincidencia, se complementa con reformas estructurales que en nada animan el crecimiento. La reforma laboral, bloquea a los emprendedores, micro, pequeños y medianos empresarios al elevar su costo laboral, la pensional acaba con el ahorro de largo plazo con el que se financia el crecimiento, y en general todas las reformas y ajustes normativos afectan la inversión privada y con ello al mejor motor de crecimiento. La pregunta aún sin contestar es, ¿y entonces de qué vamos a crecer?

Por eso llega como anillo al dedo una reciente publicación de The Economist, en donde se pregunta cómo ser rico en el siglo XXI, recogiendo experiencias de otras naciones. Los mensajes claves del artículo es que no debemos buscar proteger tanto el empleo sino al trabajador. Eso significa regulaciones laborales que promuevan más la flexibilidad, formalidad y el acceso del talento humano a la educación y a la tecnología; cerrar la brecha tecnológica en cuarta revolución industrial con el mundo, como propone la última misión de internacionalización (ojalá el documento no se quede en los anaqueles del gobierno); desarrollar emprendimientos de base tecnológica (para lo que se requiere un Invima e ICA activos y fuertes); atraer inversiones que den valor agregado a nuestros recursos naturales y no ahuyentarlos (vg. Hidrocarburos, energía, minería y agroindustria); dar zanahorias a la buena inversión de valor agregado (en lugar de desmontar incentivos como en turismo); una transición energética efectiva y responsable, con un creíble y verdadero plan de transición; y mucha más infraestructura de conectividad, de ciencia e innovación, con recursos y reglas claras de juego.

Si sólo atendiéramos el 50% de estas recomendaciones, muy seguramente creceríamos más del 2% y algo haríamos mejor para garantizarnos un mejor futuro.

De postre

Dos hechos ratifican esta ausencia de ambición por crecer. Una es la no realización de los Juegos Panamericanos en Colombia, al incumplir el contrato, y otra las dificultades que está teniendo el turismo en Cartagena (ícono de este sector en el país), que, a diferencia del discurso oficial, viene cayendo en tasa de ocupación hotelera (Más de 3 puntos porcentuales). No debería suceder que, por incapacidad de ejecución, menos por desinterés en proyectos que mueven la dinámica del país o por la inseguridad que ya se siente en turismo, Colombia pierda fuentes para crecer más.

jrestrep@gmail.com

*Rector Universidad EIA