Lecciones de un mal momento | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Agosto de 2019

“¿Quién paga mal que le infringieron al país?

Quién podría haber pensado que un episodio tan sumamente penoso para la vida colombiana, como es la vinculación de Odebrecht a los negocios nacionales, hubiera podido ofrecer tantas oportunidades a los ciudadanos para aprender y observar cosas que de otra manera no hubiera conocido.

Sea lo primero observar la cantidad de dinero que esta firma repartió de manera fraudulenta entre muchos funcionarios, para obtener el favor del gobierno y así los encargos para la ejecución de obras. No existen informaciones conocidas que indiquen cómo fue la calidad de las obras, si éstas fueron ejecutadas; solo nos faltaría, para que el panorama fuera más lamentable y triste, que no hubieran sido de la calidad  exigidas.

Lo cierto es que esta firma vino a saco, es decir con el deliberado propósito de lucrarse sin contemplaciones. Hasta que el sistema que utilizó, que fue el de comprar a funcionarios públicos sin consideración alguna en diversos países del continente, quedó en evidencia. La ola de esta clase de delitos creció tanto que aquí fue imposible mantenernos al margen. Pero bueno, así fue, debemos admitir con una buena dosis de vergüenza. Las olas de información fueron llegando pero aquí no faltaron las afirmaciones con respecto a que lo que estaba sucediendo era por fuera, pero que en nuestro territorio nada ocurría, por lo cual no había lugar a preocupación alguna.

Muchas lecciones ha dejado lo sucedido: hasta permitir que esta firma pueda volver a ser contratista para realizar obras públicas necesarias. Sin embargo, pasarán los años antes de que volvamos a ver a Odebrecht más allá de los acontecimientos judiciales. Nadie podría imaginarse que después del descalabro esta firma sigue defendiéndose, llevándose de rastras a sus socios colombianos quienes, en cierta manera, corren con el “inri” de haber trabajado con ellos.

Pero con una tranquilidad que es digna de todos los antecedentes conocidos quieren que se les pague el valor de las obras que ejecutaron. Y ¿quién paga el mal que le infringieron al país? Lo que resulta novedoso, para utilizar el adjetivo más benévolo y generoso, fue saber que aspiraron a que las obligaciones que contrajeron en su calidad de contratistas del Estado fueran pagadas por el Estado. El valor de los créditos que obtuvieron, sin que haya certeza de que tales fueron utilizados para financiar las obras contratadas. El grupo de peritos, ajeno al Estado y a los contratistas, escogido para dilucidar el asunto, dispuso que lo que podría estar vigente era una suma cercana a los doscientos mil millones de pesos, a diferencia de las aspiraciones de los querellantes, que ascendían a más de un billón de pesos. Que un contratista pueda señalar como gastos de las obras créditos obtenidos  sin demostrar haberlos invertido en la obra, afortunadamente no fue aceptado. Fue una aspiración repugnante, de la que nos salvaron los peritos.