Optimismo ensombrecido | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Enero de 2017

El optimismo con que tiende a verse un año que comienza por la finalización del conflicto armado con las Farc más cercana, está ensombrecido principalmente por tres males que oscurecen el futuro inmediato. 

El primero es la inconducente polarización que divide al “país político” la cual se disparó durante los cuatro últimos períodos de gobierno. Paradójicamente durante la misma cantidad de años que tuvo el “Frente Nacional” -que desactivó la violencia liberal-conservadora-, una alta proporción de los políticos contemporáneos “construyeron” una especie de “frente de trifulca nacional” haciendo que gran parte del “país nacional” vea cada vez más la política como un mundo aparte que se mueve solo por sus intereses de poder y no por el bien común. Si dicha polarización se mantiene durante el año que comienza, los resultados de las elecciones del 2018 pueden traer altas dosis de sorpresas, pues los colombianos están mostrando síntomas de agotamiento por la ausencia de verdadera cohesión social que impide tener un proyecto de país compartido.

Por otra parte, como es sabido en Colombia se da una inequidad económica y social de las más altas del mundo y todo parece indicar que las élites gobernantes se acostumbraron a mantener esta injusticia. 

No es si no mirar objetivamente la reforma tributaria que empezó a regir para observar que agravará la dependencia de los impuestos indirectos, inducirá un aumento significativo en la inflación y reducirá el crecimiento de la economía pues no mejorará la competitividad de las empresas. Tampoco contribuirá a disminuir la inequidad pues los aumentos de impuestos afectan más a los colombianos de menores ingresos que a los de mayores. ¿Cuándo entenderemos que para romperle el espinazo a la inequidad necesitamos proteger las clases medias con impuestos bajos y favorecer la movilidad social de quienes están por debajo ampliando más las oportunidades? 

Por último, casos como los de Reficar, Odebrecht, la desnutrición infantil en la Guajira y el “cartel de la hemofilia”, ratifican que la corrupción pública y privada ha penetrado no solo las medias sino las más altas instancias del poder, lo cual permite afirmar que existe una gigantesca responsabilidad de las clases privilegiadas por la podredumbre moral que atraviesa nuestra sociedad. Las élites políticas y económicas no pueden seguir aplazando el deber de disminuir y desaparecer la corrupción. O ¿Será que se lo impide la falta de ejemplaridad…, de autoridad moral? 

Pero también frente a la corrupción es responsabilidad de las empresas de salud evitar que la gente se muera haciendo colas interminables o esperando citas que no llegan. Del tendero pesar con precisión la libra de carne, la del vigilante no dormirse y la del cajero devolver las vueltas exactas. Y no menos importante es la responsabilidad del maestro de enseñarles a sus alumnos a experimentar la satisfacción de ser honestos. Y de los padres de familia dar ejemplo y estar atentos a corregir cualquier robo, así sea el de un lápiz.