Bolsonaro: mandato claro | El Nuevo Siglo
Lunes, 29 de Octubre de 2018
  • Nuevo horizonte para Brasil
  • Sacar a la nación del fango y la corrupción

 

Las razones del contundente triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, con 10 millones de votos sobre su opositor, no son más que el hastío de un sistema que antes que soluciones lo que ha traído es corrupción y crisis. La desesperación no es siempre la mejor consejera, pero del mismo modo suele jugar como un elemento no despreciable de la política. Y eso fue lo que ocurrió en la potencia del continente suramericano en las elecciones de ayer.

Años de corrupción del partido más grande del mundo, encabezado por los socialistas brasileños, llevaron a un sin salida por el prurito de oponerse a las decisiones de la justicia y de poner a prueba a la opinión pública, insistiendo en la enésima candidatura de Lula da Silva y no asumiendo la situación crítica dejada por Dilma Rousseff, ambos procesados. Es posible que los hechos pudieran controvertirse debidamente en los tribunales, pero lo que desde luego resultó un bumerán fue trasladarlos a la arena política. La equivocación fue superlativa, puesto que en ese teatro incierto podía surgir cualquier alternativa que de antemano pudiera presentarse por completo alejada e independiente del hoyo negro de Odebrecht y la causa jurídica abierta por Lava Jato.

No es, pues, de sorprenderse que Bolsonaro hubiera aprovechado la ventana para catapultarse de un partido minúsculo a una votación extraordinaria. Pudo ser él o cualquier otro, lo que Brasil demanda a gritos es salir de la corrupción, de la catástrofe económica, del desorden financiero de la hacienda pública y de la putrefacción en que ha caído la política. Una y mil veces los medios han hecho el símil del nuevo Presidente del Brasil con líderes mundiales originarios en la derecha o la centro-derecha y de una vez lo califican de populista, temerario y hasta de fascista ¿Pero más temerario de lo que venía ocurriendo en Brasil?

De hecho, el ingreso per cápita perdió un 10% en los últimos años, el desempleo subió al 12% y la mafia se tomó parte de los canales económicos. Brasil, como se sabe, está llamado a ser un protagonista en el concierto de naciones, pero tal y como venía ocurriendo había perdido su capacidad de maniobra y su respetabilidad internacional a raíz de la debacle interna.

Por supuesto, la situación tiende a agravarse cuando se distorsiona la democracia y deja de ser respuesta a las necesidades populares y ciudadanas. Y todavía peor cuando el sistema comienza a ser parte del problema y no de la solución. Pero Bolsonaro ha llegado en justa lid democrática, incluso después de ser por 30 años un diputado, por decirlo así, insignificante. No podrían, en ese caso, las democracias continentales y del mundo desconocer el claro mandato otorgado. No será ello cómodo, claro está, para los regímenes de izquierda que viven su ocaso o se mantienen, como en Venezuela, a partir de la hambruna generalizada, la tiranía antihumanitaria y del exilio de sus compatriotas. Es claro, por demás, que las dos américas, la del Norte y la del Sur, están en onda diferente a la que dejó llevar hasta la calamidad casi irreversible el gobierno como mecanismo unitario y efectivo, soportado en una ideologización anacrónica y unos privilegios pecaminosos. 

Bolsonaro es una mezcla de conservatismo con liberalismo económico. Su propuesta de reducir el gasto público, bajar el número de ministerios de 29 a 15, privatizar las grandes empresas estatales, reformar el sistema pensional y crear excedentes de capital con una drástica simplificación de los impuestos, ha recibido el respaldo mayoritario de los votantes. La exasperación con el tema de la seguridad ciudadana lo ha llevado a pedir “carta blanca” a la Policía. De suyo, Bolsonaro es admirador de algunos episodios de la dictadura y su fórmula es un general retirado, como ya ocurrió en Colombia. Sabedor de que solo era posible hacerse conocer a través de la polarización y las frases altisonantes que ya le son conocidas, tiene ahora la necesidad de tramitar la transición con calma. Sin embargo, siendo cristiano de práctica y convicción ha sostenido que no dejará aparte sus creencias que son las de la mayoría del pueblo brasilero.

Una de las más acreditadas académicas del Brasil dijo en una entrevista dominical a este Diario que la situación de su país podría, de algún modo, asimilarse a la Italia de los años 80 cuando la justicia develó la podredumbre del sistema y en el nuevo juego político llegó Berlusconi. Es posible que con Bolsonaro ocurra algo similar, con la seguridad de que no será la catástrofe que por anticipado algunos medios predican ni tampoco el redentor que en un minuto pueda sacar a la admirada nación brasilera del fango donde la dejaron.