Divagaciones de enero | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Enero de 2024

* El Gobierno va de mal en peor

* Colombia paga los platos rotos

 

Hace unos días el ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, dijo frente a las díscolas propuestas de su colega de Salud en materia tributaria: dejarlo que siga divagando. Palabras más, palabras menos, podría decirse lo mismo de este mes de enero que, ciertamente, se desarrolló y concluye en un mar de divagaciones oficiales.

Todo comenzó, según es fácil recordarlo, con el vergonzoso espectáculo dado por el gobierno de Colombia después de haber logrado, tiempo atrás, la sede de los Juegos Panamericanos 2027. La administración fue incapaz de cumplir con los compromisos financieros adquiridos, no estuvo a la altura de las responsabilidades internacionales y tampoco se le ocurrió autorizar un traslado presupuestal para garantizar los recursos, a principios de este mes, a fin de cumplir con el acreditado evento preolímpico.

No se trataba, en efecto, de cifras exorbitantes. Pero en medio de las divagaciones de solo llevar a cabo el certamen en Barranquilla o incluir otros lugares de la Costa, se perdió el norte. Y paulatinamente se olvidó el tema. Tanto costeños como colombianos, en general, nos quedamos, entonces, viendo un chispero. Además, sin doliente y con los funcionarios responsables, incluida la ministra respectiva, apoltronados en sus despachos. Mientras la nación pasa por la pena, frente a la América Latina, de ni siquiera estar al nivel de lo hecho hace 50 años, cuando se organizó en Cali la misma jornada con sumo éxito; no había ni trazas de existir el ministerio del Deporte; el país estaba lejísimos de catalogarse de renta media y mucho menos tenía la dimensión de hoy.

Sin embargo, las divagaciones no solo fueron deportivas, con los perjuicios conocidos. También en esa línea especulativa se quiso trasladar, de modo truculento, el persistente fenómeno de la inflación a las utilidades empresariales, al tiempo que se adobaron estas impróvidas abstracciones con una catarata de anuncios fiscalistas y reformas de otra índole que no tienen, en absoluto, visos de prosperar. Y que tan solo se proclaman para distraer incautos, muy propio de esta vaporosa “sociedad líquida” a la que el gobierno se aferra, en la que lo dicho en la mañana ya no existe en la noche. Todo ello, por descontado, haciendo caso omiso del plan económico de choque que se necesita para sacar al país del precario crecimiento del uno por ciento, si no se quieren después mayores lamentos nacionales y populares a los ya existentes, y que cualquiera pudo haber pensado era la materia esencial de enero. Pero de eso en concreto, ni asomo.

De hecho, y en términos concisos, en este mes se supo, no solo que el año anterior había sido el peor de los lustros recientes en relación con la ejecución presupuestal, sino que, por igual, el recaudo impositivo fue bastante inferior al calculado (11 billones, es decir, nada menos que una reforma tributaria). Y no porque no se hubieran pagado cumplidamente los impuestos, sino a raíz de la picada económica que impactó el monto del IVA y los aranceles. Cualquiera también sabe que sin economía privada y sin consumo el Estado es el que pierde.

No puede dejarse de anotar, por supuesto, los calamitosos incendios que el país ha sufrido en estas semanas. Que por demás no se deben al cambio climático, como suele divagarse (entre tantos, el mismo gobierno), sino que obedecen científicamente al fenómeno natural del Niño/Niña, cuando cada cinco o seis años las corrientes cálidas y frías del Atlántico y el Pacífico se chocan y modifican el clima, con veranos e inviernos más intensos y prolongados. Mucho se advirtió, con la debida antelación, sobre un tema de recurrencia ordinaria.

Sin embargo, ello no fue óbice para que se adelantara una campaña pedagógica gubernamental, indicando las consecuencias de hacer fogatas o dejar escombros inflamables, o para buscar ayuda ciudadana en la denuncia a los pirómanos. Y todavía peor, encontrándose que las dependencias técnicas atinentes se han convertido en guarida del desfalco y desbocado clientelismo que palpita y se mantiene a la orden del día en cuanta entidad existe.

Y de colofón de este mes está el agudo incendio político, por decirlo así, que ha copado el ambiente a causa de la designación de Fiscal general de la Nación, tratando de presionar a la Corte Suprema, y la suspensión del Canciller a causa del ardiente lío de los pasaportes. Todo lo que ha llevado a divagaciones como las de una presunta “sedición” y las ya rutinarias del “golpe blando”. Además del viejo expediente de “no nos dejan gobernar”.

Un enero, pues, pletórico de especulaciones oficiales. Ante lo cual Colombia podría decir lo mismo del ministro de Hacienda: déjelos que divaguen. El problema, claro está, es que entre las divagaciones el país se hunde y la estrepitosa realidad impera.