El embudo brasileño | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Septiembre de 2018
  • Violencia electoral al más alto nivel
  • Presidenciales entran en etapa delicada
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En Brasil, el país más grande y poblado de nuestra región, sus Fuerzas Armadas, de las mejor preparadas del continente y con avanzada industria armamentista, dominan el territorio de extremo a extremo. En diversas ocasiones han sofocado de raíz los intentos de la izquierda radical de forjar guerrillas campesinas o urbanas, pese a tener entre sus nacionales destacados teóricos de la guerra subversiva y el terrorismo como arma para tomar por asalto el poder.

Décadas atrás los generales, después de gobernar por largos años, decidieron que el país estaba maduro para retornar a la democracia. Y es por la vía electoral que los izquierdistas y algunos exguerrilleros llegan al gobierno, en gran parte por los errores políticos y el descalabro de las fuerzas tradicionales golpeadas por la corrupción. Dirigentes populistas al estilo de Inacio Lula Da Silva, lo mismo que otros demagogos, fueron precedidos por personajes enigmáticos como Janio Quadroz.

La política brasileña se caracteriza por sus tumultuosas fuerzas políticas, que mueven millones de personas con un sentido de polarización muy amplio. Lo mismo que por los debates en que así como exponen ideas, también son escenario a fondo de la diatriba contra el contrincante de turno. En una especie de ambiente festivo, sus parciales acostumbran llevar en hombros al político de sus preferencias, como es el caso de Jair Bolsonaro, el candidato presidencial derechista que ha surgido en esta etapa convulsa de la confrontación partidista en su país.

El jueves, cuando defendía sus ideas y hacía proselitismo político, fue atacado con arma blanca en plena manifestación. La herida fue profunda y le dejó severas lesiones que hicieron temer por la vida del aspirante que lidera las encuestas de cara a las próximas elecciones de Jefatura de Estado. El atacante fue capturado al instante en medio de la muchedumbre. Se trata de un desempleado cuarentón, izquierdista y agitador de barriada. Se especula que terceros lo contrataron para asesinar a quien se perfile como el favorito a suceder a Michel Temer.

Bolsonaro es un dirigente que polariza por sus planteamientos. Sus críticos, aunque condenaron el atentado, utilizan una serie de adjetivos para descalificarlo, señalándolo de extremista y radical. Para sus múltiples partidarios, por el contrario, se trata de un político cuyas ideas responden a las apremiantes necesidades del difícil momento político que atraviesa el país. Lo acusan, incluso, de racista, por cuanto estuvo en una favela y criticó la pasividad de sus habitantes y la forma en que se dejaban arrastrar al vicio. Lo que sus detractores no cuentan es que propone una política social para preparar a esas masas y ayudarles a salir del estancamiento y la dependencia de las drogas.

Más allá de la crisis política, es claro que los problemas sociales de Brasil no dan espera. En algunas zonas urbanas las mafias predominan y dictan sus propias leyes, que contemplan la ejecución contra los que se insubordinan. Bolsonaro propone liberar las urbes de la criminalidad con un plan de choque. En ese sentido es radical y dice que la gente decente debe portar armas para defenderse y, de paso, colaborar con las autoridades, lo que tiene sentido en un país en donde se forman extensos guetos en los cuales no opera la ley y la Policía fracasa.

Aun así, el atentado del jueves constituye una rareza en un país que por estos días está convulsionado al cerrarse la puerta legal a la posibilidad de una nueva candidatura del expresidente Da Silva. Bolsonaro, su principal rival y ahora herido en plena campaña, es claro que entra en un escenario en donde sus partidarios lo ven como un héroe y mártir político. No se puede olvidar que, en Brasil, los políticos hablan recio pero a las palabras se les contesta con palabras. Apenas pequeños reductos de la izquierda practicaron el secuestro y el homicidio tiempo atrás como arma política, siendo neutralizados o capturados por las autoridades.

Lo cierto es que el ataque al candidato presidencial impactó el escenario de la campaña. Tras salir de la sala de cuidados intensivos, Bolsonaro expresó su  sorpresa por lo ocurrido y la esperanza porque el país pueda superar todo este crispado ambiente político. Se mostró de buen ánimo y pronosticó una vuelta pronto al ruedo proselitista. Ahora, paradójicamente, se dan dos situaciones anómalas sin antecedentes en las justas electorales de ese país: los dos favoritos a la Presidencia estarán un tiempo inmovilizados. Lula Da Silva por estar condenado y preso. Y Bolsonaro, por estar recuperándose de un ataque criminal. Pese al hecho del jueves, Brasil ha dejado claro que por más que estos dos candidatos tangan programas contrapuestos, no significa que se vaya a una mortal confrontación, porque aun en medio de la polarización las instituciones de la democracia deben seguir funcionando.