Ciclos de orden y desorden | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Febrero de 2018

La lucha entre los partidarios del orden y los que están por modificar las reglas de juego de la sociedad, de ser posible mediante el uso de la fuerza, ha sido motor de la evolución política de la humanidad, en cuanto, pareciera que nunca termina.  Maurras, en sus escritos críticos lo plantea. En la actualidad los estudiosos desempolvan de las bibliotecas francesas sus escritos sobre el devenir de la política y los desafíos de la revolución.  Esa lucha deviene desde el tiempo de los romanos, puesto que los griegos se movían en términos de organización política que lindaban entre la democracia y el socialismo, en una sociedad compleja en donde al lado de la libertad subsistía la esclavitud. Los espartanos practicaron una suerte de comunismo primitivo donde la propiedad de la tierra era del Estado, se formaban en centros comunales y se exaltaba la igualdad y la milicia. Es de anotar, que los atenienses “demócratas” por excelencia, deliberantes y que decidían sus asuntos vitales por medio de votos cantados en asambleas de hombres libres, con estadista como Pericles, derrotaron a los guerreros más rudos y organizados del mundo antiguo.

En Roma, Julio César, con la alta política y la espada, más sus sucesores en el poder, el derecho y la propiedad privada, las heroicas legiones que defienden su sistema de vida dan origen al modelo cesarista y democrático occidental; siglos antes de la independencia de las 13 colonias norteamericanas o de la revolución francesa, modelos que, con múltiples cambios y evolución, se extienden en democracia o dictadura por el planeta.

Hasta que aparece Vladimir Lenin, en Rusia, un intelectual aguerrido en la lucha contra los zares, que se inspira en las fórmulas de Carlos Marx, sobre el uso de la violencia y la estrategia de capturar el poder para establecer a sangre y fuego la dictadura del proletariado, representado por la cúpula de un pequeño partido socialista o comunista. Marx y su erudito y rico amigo Engels nos dejaron varios escritos sobre el asunto. Los dos entienden que la revolución debe adelantarse en un país avanzado industrialmente, teniendo como cabeza de turco al proletariado. Lenin es innovador, la revolución se puede hacer en un país atrasado como Rusia, al aprovechar la debilidad y contradicciones del régimen, para lo cual deben formar cuadros para agrupar y disciplinar sus fuerzas de choque.  Lenin rechaza la idea de conformar partidos de masas, en discrepancia con los dirigentes socialistas que aspiraban a conquistar a las multitudes irredentas, tras la ominosa derrota militar, por medio de la palabra y la demagogia.

A partir del intento revolucionario de 1906, Lenin, reorganiza su partido en una nación de más de 100 millones de habitantes, en tres círculos de poder. En el primero están entre 30.000 y 50.000 militantes adoctrinados y disciplinados, listos para la acción intrépida. Los agitadores electorales que se cuentan entre 300.000 y 500.000. Se dividen los cuadros en pequeños núcleos de 5 a 10 personas, que se dispersan cuando detienen a uno, quienes, a su vez, no conocen a los jefes de los otros grupos. Esos sectores verticales, amaestrados y fanáticos, deben cautivar a unos 20 millones de personas de la clase obrera, que van a exasperar a la guardia del Zar y provocar los más sangrientos episodios que estremecen al mundo con la revolución comunista. Lenin, demuestra que una minoría forjada en la resolución inquebrantable y el fanatismo, puede atentar y torcer la voluntad de un país de 100 millones de seres.

El caso de las Farc en Colombia, con cincuenta años de lucha, principalmente en los campos, muestra que, sencillamente, el elemento armado prevalece en las selvas y la periferia, engolosinado con esquilmar a los débiles y enriquecerse con los negocios turbios, para lo cual dinamitan puentes y caminos, vuelan las sedes de la Policía y La Caja Agraria en las aldeas, condenadas esas zonas tan ricas del país al atraso. Sin que tuviesen la voluntad de adueñarse del poder nacional, ni librar la guerra en las ciudades, como amenaza en su hora el Mono Jojoy, sino de proseguir en el negocio de la violencia y las depredaciones de la guerra que es muy lucrativo.

Las negociaciones de La Habana dan un vuelco a 50 años de violencia inmisericorde, para que las Farc consigan mediante la diplomacia lo que no soñaron alcanzar por las armas; curules propias en el Congreso sin poner un voto. Mas la impunidad, múltiples recursos y garantías para incorporarse a la “vida civilizada” o jungla urbana.

Entre tanto, mientras miopes políticos hacen sus rutinas de campaña electoral al estilo de la democracia europea, se nota un cambio extremo en las ciudades y aldeas, con la creciente descomposición social. Algunos visionarios creen observar en el firmamento colombiano la sombra de Lenin, con terribles atentados, frecuentes asaltos a los comercios y bancos, atribuidos al Eln y un sector irreductible de las Farc; incendios de alcaldías, asesinatos selectivos de militares y policías. Episodios sombríos que los analistas codifican como de corte revolucionario, similares a los que en días aciagos derivan en la dialéctica de las pistolas.