Una visita a la Reserva de Chicaque | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Domingo, 18 de Marzo de 2018
Andrés Rivera

CADA vez con más frecuencia oigo a mí alrededor el deseo de alejarse de la ciudad. No como unas ganas de ir a conocer algo nuevo o pasar algunos días de vacaciones sino como una necesidad creciente de descansar, aunque sea solo por algunas horas, del ambiente citadino. Comentarios como ¨peguémonos una escapada¨ o ¨cualquier excusa es buena para salir¨, acompañan generalmente la propuesta de una pequeña excursión hacia algún pueblo o algún atractivo turístico cercano.

 

Al parecer el ritmo agitado de una ciudad en donde la sensación compartida e inmanente es la de que el tiempo nunca alcanza, en donde el espacio personal, y en ocasiones la dignidad de muchos, se ve violentada en el transporte público, en donde la paranoia y la desconfianza se han vuelto costumbre y en donde hasta el hecho de salir a caminar, montar bicicleta o simplemente respirar se han vuelto problemáticos por los temas de inseguridad y por los altos niveles de contaminación del aire,  hacen que el estrés, la angustia, el agotamiento y la frustración sean el verdadero pan de cada día. No es difícil comprender el deseo de alejarse unos momentos de algo así. Fue por esto que con algunos compañeros decidimos ir a conocer la reserva natural de Chicaque, para encontrarnos en un mundo diferente.

 

22 años de reserva privada

 

Además de convertirse hace más de 22 años en la primera reserva natural privada de Colombia, Chicaque está ubicada al suroccidente de la sabana de Bogotá y la conforman siete tipos de bosques distribuidos en 300 hectáreas de territorio. La reserva se dedica principalmente a la conservación de la naturaleza, a la educación ambiental, a la investigación y al ecoturismo. Nuestro grupo estaba conformado por 26 personas de diversas edades, desde niños de 13 años hasta adultos alrededor de los 60. Inmediatamente después de bajarnos del bus comprendimos por qué le dicen a Chicaque  ¨el bosque de niebla¨.  Estábamos completamente rodeados de una niebla espesa. Todo era gris y no podía verse nada más allá de 15 o 20 metros a la redonda. En ese momento tuve una sensación extraña, como de estar perdido pero protegido al mismo tiempo. Luego de recibir algunas instrucciones frente a una maqueta a escala de la reserva iniciamos el recorrido.

 

Al empezar a bajar la montaña nos aseguraron que al frente había un valle. Tuvimos que creer en su palabra ya que la niebla no permitía verlo y quedamos a la expectativa de poder contemplarlo al regresar. Mientras caminábamos fue bastante impresionante la facilidad para entablar conversaciones dentro del grupo. Personas de diferentes edades y profesiones compartían aspectos de sus vidas mientras bajaban las rocas húmedas y las hojas empapadas de rocío tocaban sus rostros. Era un ambiente muy ligero y entre bromas y anécdotas del pasado avanzábamos a través del bosque. Conversaciones reales y espontáneas con extraños, una magia poco común dentro del ensimismamiento en la ciudad.

 

El silencio

 

Aunque las conversaciones eran agradables y amenizaban la caminata, luego de algún tiempo se convirtieron en obstáculo. No había silencio. Empecé a pensar que el silencio podría ser algo difícil de disfrutar, o quizá hasta de tolerar, para muchas personas. Reconocer la inercia constante del día a día en la que nuestra atención salta de un elemento a otro sin parar, mientras que al mismo tiempo nos vemos bombardeados de una cantidad sobrecogedora de información que nos seduce para responder inmediatamente, nos ha creado el hábito de buscar siempre ruido, siempre buscar alguna distracción que nos mantenga ocupados. Puede que por los ritmos de la ciudad y las posibilidades de la tecnología nos hayamos desacostumbrado a la contemplación y a aquello que solo puede ser escuchado gracias al silencio.

 

Los guías nos explicaron que debido a su variedad climática, la reserva alberga aproximadamente 20 especies de mamíferos como armadillos, ardillas y osos de anteojos. También es hogar de más de 100 especies de aves y diversos tipos de anfibios y reptiles. Casi al inicio del recorrido nos recomendaron hablar poco y suave para no asustar a los animales y así poder verlos. Pero fue casi imposible. Únicamente  pudimos ver uno que otro colibrí y alguna mariposa además de los caballos de la reserva. Éramos invasores y ni siquiera intentábamos disimularlo.

 

A medida que avanzábamos caíamos en cuenta de lo agradable que era respirar. Era un aire puro que además era bastante húmedo por la neblina. Se sentía claramente la diferencia con el aire de la ciudad y empezamos a agradecer y apreciar la oportunidad de darle ese regalo a nuestros cuerpos. Ocho horas de caminata por bosque y montaña obligando a nuestros pulmones y corazón a esforzarse un poco y a hacer uso del oxígeno de alta pureza que nos rodeaba. Cuando se respira limpio la mente se calma, se aclaran los pensamientos y esa inquietud que se siente, sobre todo entre semana, se apacigua.

 

A través de los más de 18 kilómetros de senderos ecológicos se puede disfrutar del hábitat de mariposas, espacios para cabalgatas, arborismo y tirolesa. También de paisajes espectaculares que cambian su panorama al variar la hora del día y las condiciones climáticas. Fue interesante ver la necesidad de las selfies y las fotos estaban muy presentes, pero de a momentos, y a medida que avanzábamos en el recorrido, las personas se permitían cada vez más espacios de silencio y contemplación algo apartados del grupo, simplemente observando un roble o alguna de las montañas que nos rodeaban.  Las cascadas y en especial el pico del águila, la piedra más alta de la reserva, fueron los escenarios en donde este contraste estuvo más palpable. En algunos momentos me pregunto si en estos tiempos se ha vuelto necesario mostrar nuestras experiencias para que tengan significado.  Como si la experiencia íntima frente a la belleza natural no fuera suficiente y una especie de compulsión nos obligue a compartirla en redes sociales como si fuera un acto reflejo.  O tal vez lo que realmente quisimos hacer fue enviar algo de oxígeno y libertad a esa ciudad que intenta sobrevivir a pesar de mantenerse  constantemente medio ahogada.

 

@AndresRivera89 af.rivera233@hotmail.com