La mentira de la “posverdad” | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Abril de 2017

Una de las grandes crisis actuales consiste en que al mundo le están haciendo falta filosofía y filósofos. En efecto, la sabiduría como asidero y enseñanza viene perdiendo terreno, si no lo ha perdido del todo, frente a lo que en cierto momento llegó a catalogarse como la esplendorosa era del conocimiento. Pero en modo alguno, ciertamente, se ha llegado a través de las maravillas tecnológicas, que sin duda las hay, a ninguna piedra filosofal, ni siquiera a un reducto intelectual más o menos admitido de valor universal. Todos los días, por el contrario, se demuestra cómo entre más información, hay una menor cantidad de densidad conceptual, al mismo tiempo que se expande, de mediocre rasero igualitario, una indigesta confabulación contra los elementos constitutivos del saber. 

Con ello, la desorientación está a la orden del día cual si fuera, en sí misma, una forma genuina de la comprensión humana. En tal sentido se vive al detal, día a día, sin ilación, sin causas y consecuencias, sin raíces ni contenidos, dentro de  la nube tecnológica donde el ser se desenvuelve apenas como un aditamento emotivo de la cotidianidad. Y pare de contar. Así las cosas, la transformación ha copado todas las áreas, desde el pensamiento hasta el sentimiento, para generar una incierta robótica cuya alienación consiste precisamente en aceptar ese fenómeno de “mundo feliz”.

Es lo que el escritor francés Michel Houllebecq ha dejado entrever en sus novelas como una aceleración vertiginosa y determinante en la conexión tradicional entre el deseo y el placer. Lo que a su vez, fruto de la dinámica del mercado y sus propulsores tecnológicos, ha llevado a un consumo maquinal de las emociones como esencia hegemónica, exclusiva y excluyente, en todos los aspectos de la existencia contemporánea.   

Los sensualistas, en la época de la Ilustración, decían que los sentimientos primaban sobre la racionalidad puesto que eran el conducto real y efectivo para llegar al fondo del alma. La asimilación del mundo circundante no era, en ese caso, producto de la racionalización sino de la percepción directa de las cosas a través de los sentidos. De esta manera, controvertían las tesis racionalistas en boga dentro de las cuales ese encuentro se debía, por el contrario, a la razón y los conceptos. Hoy no hay ni sensualismo ni racionalismo, sino una rutinaria explosión de emociones, muchas veces contradictorias, sin filtro intelectual o sentimental. Y esa es la sensibilidad más explícita del mundo contemporáneo.

La filosofía siempre tuvo, en general, el propósito de ser el mecanismo idóneo por medio del que se llegaba a la posesión completa de la realidad. A partir de ese ejercicio existían los filósofos como exponentes del saber, cuya función clave en la sociedad consistía en dedicarse a pensar y explicar, desde su pináculo de sabiduría, el sentido de las cosas y la exposición humana. La gente del común se alimentaba de ello. Eran, a no dudarlo, nutrientes con los que se podía o no estar de acuerdo, pero que despejados servían de estímulo intelectual e incluso de conducta a seguir.

No bastaba, pues, con estar inscrito en alguna fe para desarrollar el espíritu sino que, asimismo, la filosofía era determinante en ese anhelo y en el entendimiento del misterio humano. Inclusive, cada época tenía su historia, su filosofía y sus filósofos. Es justamente lo que hoy, al contrario de lo que se pensaba de la era del conocimiento, ha llevado a un mundo gaseoso que surge y se evapora día por día. En definitiva, un mundo sin concreción y podría decirse que hasta sin alma, fruto del homo tecnológico. 

Frente a esto, y muy al mismo estilo vaporoso, hacen todavía más mella ciertas reflexiones sobre la actualidad. Hace unos lustros, por ejemplo, se declaró a todo timbal “el fin de la historia” y las ideologías. Un estruendoso fracaso intelectual. Ahora se recurre al pandito galimatías de la “posverdad”, es decir, el supuesto triunfo de la mentira como recurso emocional, con lo cual se explica el Brexit, el triunfo de Trump y la derrota del plebiscito, en Colombia. Y en ese caso, ¿dónde estaría la “preverdad”? ¿Acaso en quienes proclaman la “posverdad”? Semejante pensamiento pasa por alto que la política, en efecto, siempre ha sido una verdad a medias o, si se quiere, el escenario donde cada quién vive en su media verdad. Así incluso, de Napoleón a Hitler, con su propaganda y mentiras, que entonces también estarían en la “posverdad”. De suyo, un concepto hasta para los romanos. A ese paso, con esas falacias o cantos de sirena, vamos para otra frustración intelectual. ¡Cuánta falta, ciertamente, nos están haciendo la filosofía y los filósofos!