El despertar de Brasil | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Abril de 2018
  • Economía crece y la justicia cumple
  • Lula y Bolsonaro, muy emproblemados

La crisis política y la progresión de la corrupción en Brasil durante los gobiernos de Inacio Lula da Silva así como de su sucesora Dilma Rousseff, más los escándalos de Petrobras y de compañías como Odebrecht, que extendieron su influjo  nefasto a la alianza perversa con el Partido de los Trabajadores, provocaron no sólo la debacle de la izquierda en ese país, sino que tiene en prisión hoy al otrora icónico exmandatario.

De esa forma Brasil, la novena economía mundial y que tendía a convertirse en una potencia, de improviso se vino abajo. El mundo de los negocios no resistió los cambios de las reglas de juego y el malabarismo jurídico del Partido de los Trabajadores para mantenerse en el poder a cualquier precio. Sacudida la sociedad por el despilfarro y los negocios sucios de Petrobras, vino entonces la caída de los precios del crudo, ahondando la crisis nacional. Se produjo así una suerte de despertar en todos los sectores y un reclamo casi generalizado para exigir que se juzgara a cuantos funcionarios y particulares hubieran contribuido a dilapidar o robarse las multimillonarias regalías del petróleo.

Todo lo anterior explica por qué ese Brasil que se mostró pujante por años y consiguió un largo período de crecimiento positivo, entró a partir de 2011 en un retroceso económico que desembocó cuatro años después en el túnel oscuro de la recesión. La banca internacional calcula que en medio de la crisis productiva y la incertidumbre política la riqueza nacional se mermó en más de un siete por ciento. Lo peor es que la confianza internacional en un futuro rentable y promisorio del gigante suramericano se tornó rápidamente en recelo. Muchos empresarios y personas pudientes procuraron sacar parte de sus recursos al exterior, temerosos de una debacle mayor que carcomiera sus golpeados patrimonios.

Como se dijo, en medio de la crisis los anticuerpos de la sociedad  reaccionaron, hubo grandes manifestaciones en todo el país exigiendo castigo a los corruptos. La justicia también reaccionó y despertó de un largo proceso de pasividad e impunidad provocado en parte por la politización de los jueces y fiscales. Un sector de la magistratura inició investigaciones cruciales sobre los delitos de ‘cuello blanco’ que rápidamente pusieron en evidencia a agentes del gobierno,  contratistas y empresarios, dando origen a la ya famosa operación “Lava Jato”. Esta, según todos los analistas, es la cruzada  contra la corrupción más importante de la  historia del país e incluso del subcontinente, pues ha llevado a prisión a una larga fila de dirigentes políticos, incluidos el propio Lula Da Silva, y amenaza todavía a varios gobernantes y empresarios. No hay que olvidar que la estatal Petrobras y el conglomerado privado Odebrecht figuraban en ese momento como dos de las más grandes y poderosas compañías americanas. La millonaria capacidad de soborno y la cooptación de los tres poderes públicos parecían una  garantía de impunidad sin parangón, sobre todo después de los dos periodos de Lula y la sucesión en cabeza de Rousseff. Sin embargo la justicia no se amedrentó por ese continuismo político y, al final, la mandataria terminó forzada a salir del poder. Los jueces y magistrados siguieron con la compleja tarea de develar la maraña de corrupción que habían montado políticos y empresarios, lo que los llevó, otra vez, a investigar al exmandatario. Este, alertado por sus amigos dentro del aparato judicial, montó de nuevo su campaña presidencial, para obtener el respaldo de las masas y plantearle así un pulso a  las medidas judiciales en su contra, tratando de presentar el caso como ‘persecución política’, sin que por eso se detuvieran las investigaciones. De esta forma, los ex ministros y colaboradores de Lula negociaron con la justicia y terminaron por delatar a su antiguo jefe. Ante la evidencia, las masas en las calles exigieron que se llevara a prisión al exmandatario, en tanto sus partidarios quisieron bloquear la acción de la justicia.

En medio de todo ello, el presidente Michel Temer, que parecía un vacilante gobernante de transición fruto de arreglos políticos en el Congreso, y también investigado por malos manejos junto con algunos de sus colaboradores, ha conseguido solventar la crisis política, frenar la caída de la economía, bajar el gasto y estimular la inversión, lo que favoreció el clima de los negocios. Fue así como, el año pasado, el país salió de la recesión y se espera que en 2018 crezca un dos por ciento, indicador bajo pero muy positivo frente al quinquenio anterior.

Hoy por hoy los expertos consideran que el encarcelamiento de Lula -que aun preso puntea en las encuestas electorales- no producirá daño a la economía, por más que las elecciones presidenciales estén a pocos meses. Tampoco habrá una debacle si progresa la causa judicial contra otro de los candidatos favoritos, el ultraderechista y senador Jair Bolsonaro, investigado por incitar al odio y discriminación en contra de personas negras e indígenas, mujeres e integrantes de la comunidad LGBT.

Brasil, pues, se está levantando de nuevo y pese a la incertidumbre política, la economía se recupera. El gigante vuelve a hacerse sentir.