Madrigal demostró que el hábito no hace al monje | El Nuevo Siglo
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Viernes, 20 de Abril de 2018
Emilio Sanmiguel

No a todo el mundo le parece correcto que un pianista aparezca en el escenario vestido deportivamente. Es la rúbrica del británico James Rhodes en sus presentaciones. Como es un activista de la lucha contra el abuso infantil, se permite aparecer con sus tenis y eso, para qué negarlo, le acerca a una audiencia que disfruta a mares de su gesto medio iconoclasta.

El cubano Marcos Madrigal lo hizo hace unos años en la Serie internacional de grandes pianistas del Teatro de Colsubsidio, cuando todavía Rhodes no estaba de moda. Tocó la primera parte de su presentación vistiendo de impecable frac y en la segunda, dedicada a la música de su compatriota Ernesto Lecuona, apareció informal, calzando tenis.

En la inauguración de la Serie, la noche del pasado sábado, repitió el gesto provocador y vistió informal para la segunda parte, la dedicada a lo que denominó Un viaje por América Latina y su música para piano. Parecería un detalle frívolo. No lo creo así. Como los aplausos fueron tan cálidos, tocó de Bis la Malagueña de Lecuona, una pieza de vistoso virtuosismo que de nuevo desató la euforia del auditorio a la que respondió con la transcripción de su paisano -visto ya varias veces en Bogotá- Aldo López Gavilán de la música de José María Vitier para la película Fresa y chocolate de 1993; la música caló profundamente en el ánimo del sector joven del auditorio y eso se notó en el tono del aplauso y sus expresiones de aprobación, totalmente distintas de las habituales en los conciertos de la llamada música clásica.

La prueba de fuego vino enseguida, con el tercero de los bises, que fue el Nocturno en Do sostenido menor, op. Póstumo, ya había cambiado la atmósfera y el delicado Nocturno de Chopin fue aplaudido con la misma espontaneidad de la obra de Vitier-Gavilán.

Por supuesto la jerarquía musical de Madrigal estuvo por fuera de cualquier sombra de duda: con frac o con esa sencilla camiseta blanca que llevaba, la interpretación fue brillante… pero la camiseta sí, creo, aportó algo  a la experiencia.

Scriabin y Profofiev en traje formal

No iba de frac en la primera parte de su recital: pero digamos que vistió formal para enfrentar dos retos de esos que apenas se reservan para pianistas en poder de una técnica sólida, mucha musicalidad y algo de audacia; no son muchos los que se atreven a hacer de lado a los compositores habituales: Mozart, Beethoven, Schumann, Chopin, Liszt, Brahms a favor de Scriabin y Prokofiev.

Abrió con una selección de 12 de los 24 Preludios op. 11 de Alexander Scriabin. Una elección personal, que no tendría que sorprender, si se piensa que no fueron escritos en la misma época y hay quien asegura que del orden la colección se encargó el editor y no el compositor. Son obras de altísima dificultad y honda musicalidad, sin duda la máxima expresión de madurez de la primera etapa de la producción de Scriabin, apenas accesibles a pianistas de la talla del cubano, que desde luego coronó su recorrido con etérea sutileza en el Nº21 en Si bemol mayor con sus ritmos intrincados, con brillantez en el Nº23 en Fa mayor y con endiablada fogosidad en el Nº24 en Re menor.

Enseguida otra prueba de fuego: la Sonata Nº7 en Si bemol mayor op. 83 de Sergei Prokofiev, conocida como Sonata Stalingrado, segunda del grupo de Sonatas de la guerra. La obra demanda técnica, concentración, vigor para enfrentar sus frecuentes giros de atonalidad y, sobre todo, convicción para transmitir el profundo desencanto del compositor en ese momento álgido de su vida. Todo eso estuvo presente en la interpretación del cubano, que en más de un momento sacudió los cimentos de la sala.

Piano latinoamericano en traje informal

La segunda parte fue la dedicada a repertorio latinoamericano. Las cosas tuvieron otro talante, porque no demandan el magisterio técnico de Scriabin o Prokofiev, pero sí convicción y entrega. A lo largo de su recorrido desfilaron algunos de los más grandes compositores del piano de América Latina. Demasiado prolijo enumerarlos a todos, pero injusto pasar inadvertida la sensual versión del Tango Odeon de Ernesto Nazareth, la del Bambuco de Párraga o la del Joropo de Moisés Moleiro, que superaron cualquier expectativa por dominio técnico, visión personal buen gusto y entrega.

Mejor decirlo son rodeos: el hábito no hace al monje.

Madrigal es un maestro cubano que dedicó su vida al instrumento de cola Se graduó con diploma de oro del Instituto Superior de Arte, con sede en La Habana.

In memoriam Roberto Arias Pérez

El Teatro de Colsubsidio lleva el nombre de Roberto Arias Pérez, que tuvo la iniciativa de dejarle a la ciudad un lugar para la cultura. Y si se piensa con un poquito de justicia, la sala sí merece llevar su nombre. Más que el creador de Colsubsidio, o rector de la Universidad del Rosario, Arias Pérez fue un Señor que creyó sinceramente que la Cultura engrandecía a los seres humanos. Lo demostró con hechos y con el apoyo de esa gran mujer que es Gloria Nieto, su señora.

La Serie Internacional de Grandes pianistas tendría que ser un justo homenaje a su memoria por todo lo que hizo por la Cultura.