La ganadería debería ser, por descontado, uno de los aspectos a tener mayormente en cuenta en el llamado pos-conflicto. Fue esta actividad, precisamente, una de las más, si no la más afectada en el ciclo de violencia rural que aún pervive. No solo en cuanto a la amenaza, el secuestro y el asesinato de los ganaderos sino, aparte de estos efectos notable y obviamente adversos, también en la concepción oficial del desarrollo de un sector llamado, desde hace tiempo, a ser uno de los motores de la economía colombiana.
Al lado de lo anterior, otro de los factores aciagos de mayor impacto fue el de la aftosa, como la roya para el café. A raíz de esa enfermedad rápidamente contagiosa, el país fue vedado por décadas para exportar carne. Y solo hasta el 2009 se logró la erradicación completa de esta calamidad, con lo cual se pudo volver a pensar en los sellos fitosanitarios y de calidad a objeto de incursionar en los mercados del exterior. Hoy, de nuevo, se conoce que hay brote de aftosa en diferentes hatos, especialmente en Arauca. El ICA ha dicho que la epidemia está en vías de controlarse, pero es sabido que la alerta ganadera cunde por todas partes. Sería un verdadero despropósito que la ganadería fuera, otra vez, cercada por aquellas malhadadas circunstancias.
Algo tiene que haber ocurrido para encontrarnos, por enésima vez, con la guardia tan baja, cuando por el contrario el Gobierno estaba advertido de que la declaratoria de un país libre de aftosa, lograda con tantas dificultades por el sector ganadero, era una presea a cuidar como un tesoro.
Frente a la epidemia, la ganadería tuvo que concentrarse, durante todos esos años de aftosa, en el mercado interno. Un mercado donde se perdieron los grandes propósitos y no fue posible encontrar los excedentes de capital para adquirir la tecnología de punta a fin de acrecentar la productividad y la competitividad. De hecho, la industria de la carne no tuvo tampoco cómo aumentar su órbita dentro de la exigua capacidad adquisitiva del bolsillo colombiano y si bien, de un tiempo para acá, la inflación logró controlarse a un dígito por el Banco de la República no fue ello un aliciente para superar los linderos del autoabastecimiento precario.
No obstante, cuando el país fue declarado libre de aftosa, hizo bien el gremio ganadero en volcarse hacia las exportaciones, por la vía de la carne en canal y la instauración de frigoríficos. Sin embargo, la debacle de la economía venezolana, nuestro mercado natural, y la hostilidad del gobierno chavista para con los productos colombianos llevaron a pique, en buena medida, el intento de salir del atraso y poner la ganadería a tono con los tiempos contemporáneos.
Al mismo tiempo, la crisis económica surgida en los Estados Unidos y que golpeó a Europa de modo determinante, de la cual todavía ambos están en vías de recuperación, llevó a una catástrofe de los mercados y a una baja en la demanda de productos cárnicos. Más tarde, la caída de los precios del petróleo mantuvo la crisis y ello todavía gravita sobre el sector.
La ganadería, pues, ha sido víctima de todos los males. Víctima principalísima y crónica de la inseguridad colombiana y, por igual, víctima del contrabando, del alto costo de los insumos, de la crisis económica internacional y de las altas tasas tributarias. Pero sobre todo víctima de la incomprensión y de cierta hostilidad en los sectores gubernamentales.
No es bueno que eso ocurra. Ninguna actividad puede ser chivo expiatorio y mucho menos ring de los embates políticos. Para el caso, el cambio en los protocolos en el control de la aftosa, como consecuencia de romper intempestivamente el gobierno actual la alianza estatal que se mantenía positivamente con los ganaderos y por medio de la cual, entre otras, se había logrado la erradicación de la enfermedad nefanda. Ahora, el estruendoso fracaso está a la vista.
La aftosa es, como cualquiera lo sabe, una hecatombe para el sector. Lo primero, a fin de contener la ruina, es que el Ministerio se ocupe menos en menudencias políticas y más en administración efectiva. No de otra manera la ganadería, sujeta de modo contrario a la regresión, puede ser el pivote económico al que todavía se aspira, desde que por desgracia apareció por primera vez la enfermedad, en 1950, justo cuando el Plan Currie recién la había señalado como uno de los sectores a fomentar.