¿El Estado sin iniciativa? | El Nuevo Siglo
Martes, 4 de Enero de 2022

* La frontera: un reto geopolítico

* Sin estrategia esa zona está perdida

 

Cada día es más claro que la situación de la frontera colombo-venezolana no tiene salida si no es por una actitud más firme y organizada por parte del Estado colombiano. Pese a que ya había ocurrido hace unas décadas, la matanza de estos días entre los mismos grupos subversivos colombianos, con saldo de 23 muertos hasta el momento, es demostrativa de que la zona, a ambos lados de la frontera, bien pudiera ser declarada tierra de nadie.

Y eso, por supuesto, es un reproche a la soberanía que debe ejercerse al menos sobre el espacio geográfico de nuestro país, comenzando por la fractura al monopolio de las armas en manos estatales y la evidencia de que no hay control territorial ninguno en la región.

Es hora, pues, de que se adopten políticas firmes que permitan actuar de modo preventivo y eficaz. Porque desde hace un tiempo para acá apenas si se ha asumido una política reactiva, frente a hechos que han cobrado una vigencia inusitada. Y que al mismo tiempo señalan que, de seguirse así, el dominio de las fuerzas legítimas será un precepto constitucional cada vez más irrisorio.

De poco valdría, a estas alturas, reiterar lo acontecido en el último semestre en todo el eje fronterizo, desde la zona del Catatumbo hasta buena parte de Arauca. Pero es menester recordarlo puesto que son hechos de una gravedad insólita: atentado al helicóptero presidencial en el aeropuerto de Cúcuta, con el primer mandatario y su comitiva a bordo; estallido de un carro bomba en la principal brigada militar de la frontera; actos de hostilidad y de terror continuos contra la ciudadanía cucuteña y las estaciones de Policía; secuestro por parte de los frentes no desmovilizados de las Farc de soldados venezolanos, en su propia tierra, y liberación negociada con el régimen madurista; combates entre estas facciones y otras de las mismas Farc, aliadas del Eln, con la caída consecutiva de mandos temibles que hicieron estragos en Colombia, como alias “Santrich”, “El paisa” y “Romaña”; nuevas acciones terroristas sobre el aeródromo cucuteño, con mercenarios importados desde Medellín; y el desenvolvimiento de todo tipo de contrabando, incluido el de las armas, de modo libre y sin talanqueras, a partir de corredores estratégicos infranqueables.

En ese panorama confuso, con varios flancos en progreso, lo único que queda claro es que hay una guerra abierta y que la paz está muy lejos de ser una realidad que, de hecho, siempre fue una ilusión irrealizable en la zona. Pueden cambiar los objetivos militares, pero en todo caso el propósito es solo uno: hacerse al dominio territorial.

A decir verdad, no es cosa nueva. De suyo, varios lustros de combates entre las fuerzas subversivas, con miras a controlar el Catatumbo, llevaron finalmente al predominio del Eln. Desde entonces la región, no solo siguió siendo sembradío de cultivos ilícitos, sino que se ha convertido en uno de sus enclaves preminentes bajo la mirada impasible del Estado. Y que cuenta, asimismo, con su preponderancia en Arauca, aunque en los últimos tiempos ha sido enfrentada por sectores de las Farc no desmovilizadas.

Ante ello, el Estado colombiano no puede adoptar un lesivo carácter de árbitro entre facciones subversivas encontradas, por decirlo así, ni hacerse el de la vista gorda mientras se incendia su territorio. Sería una conducta altamente contradictoria frente a las atribuciones constitucionales, heridas gravemente por omisión. Por el contrario, hacer de espectador, esperando a ver cuál facción terrorista termina consolidándose, es un despropósito institucional, así algunos pretendan refugiarse en el refranero popular de que en estos casos no hay muerto malo.

El mantenimiento de la soberanía es la razón de ser de la Constitución. Y para cumplir con ella es indispensable que el Estado colombiano recupere la iniciativa, a todas luces perdida en ese territorio y con visos de tener repercusiones mayores. Se trata, como se sabe, de un escenario geopolítico donde cuenta sobremanera la capacidad de dominio territorial colombiano, sabida de antemano la aguda animadversión del régimen madurista.

De modo que no son las maniobras reactivas las que permitan una actitud en ese sentido, sino una estrategia de corto, mediano y largo alcance. Una estrategia que exige un presupuesto correspondiente, la infraestructura militar respectiva, establecer los puntos de acción, crear un cronograma operativo y hacer una evaluación por resultados en el objetivo indeclinable de imponer la soberanía.

No se trata, pues, solo de hacer unos anuncios, mover unas tropas que al poco tiempo son devueltas, ni de escudarse en la enemistad de la satrapía vecina. La iniciativa nace de la voluntad política y de ella depende la estrategia coordinada.