Un año de Biden | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Enero de 2022

* Se profundiza la polarización

* El sensible panorama internacional

 

 

A un año de su posesión el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, todavía está en la posibilidad de ganar el terreno perdido en materia de liderazgo internacional. Hoy más que nunca se requiere esa presencia, cuando es claro que Vladimir Putin ha escalado las pretensiones rusas en diversas partes del globo, en especial Ucrania. Y que China ha venido combinando su estrategia diplomática, hasta hace poco circunscrita a sus intereses comerciales, con un nuevo lenguaje más agresivo al conocido tradicionalmente, en particular cuando se trata de temas como el de Taiwán.

Varios son los factores que, a partir de lo que está ocurriendo en Estados Unidos, seguramente están incidiendo sobremanera el tablero en que se desenvuelve la geopolítica de las grandes potencias. El primero, por supuesto, estuvo determinado por la salida apresurada de las tropas estadounidenses de Afganistán. Efectivamente, la forma en que se llevó a cabo esa operación dejó la dramática sensación de que no se tenía un protocolo militar adecuado mientras que la calamitosa situación que se vivió en el aeropuerto de Kabul dio la vuelta al mundo en tiempo real, en miles de imágenes, mostrando una realidad a todas luces inconcebible. Esto le pasó factura inmediata a Biden, cuyo liderazgo mundial no ha podido recuperarse en toda la línea desde entonces.

De otro lado, aparte de la pugna irremisible entre demócratas y republicanos (que parece ser la nueva cultura de la política norteamericana), no es bueno para el mundo democrático que el presidente de Estados Unidos se haya sumido en la impopularidad interna reinante. Es lógico, en asuntos de Estado, que se tengan altas y bajas. Pero la idea de que el primer mandatario no se sale del sótano repercute ipso facto en el escenario internacional. Y en eso Biden podría ser más ágil. En efecto, el concepto en el exterior de que Estados Unidos pasó a ser una nación irremediablemente dividida colabora muy poco en la responsabilidad ineluctable de representar la mayor de las democracias mundiales.

En efecto, cada día sale una encuesta peor que la otra sobre el desempeño presidencial y lo mismo ocurre con las labores de la vicepresidente, Kamala Harris. En ello, por supuesto, contribuye la inflación desbordada que se está viviendo en la nación del norte, el poco recibo que tiene entre la ciudadanía el manejo que se le ha dado a la pandemia y en no poca medida el ambiente de crispación resultante de la dificultad para llegar a acuerdos.

Esto último, precisamente, es lo que más sorprende de la administración Biden en estos doce meses. Se suponía, precisamente, que con sus décadas en el Congreso el presidente contaba con un activo fijo superlativo a raíz de su experiencia. Y que el trámite legislativo lograría una fluidez encomiable. No ha sido así. En principio, Biden se dedicó simplemente a reversar algunas directivas presidenciales de su antecesor, pero a poco de transcurrido el tiempo ese arsenal se le agotó o hubieron de reimplantarse algunos dictámenes. Y de entonces para acá cualquier determinación gubernamental significa de antemano un camino enorme de dificultades por recorrer.

Desde luego, el partido Republicano sigue actuando bajo la sombra del expresidente Donald Trump y se mantiene atado a la idea de que les fueron robados los comicios de 2020. Así se preparan para las jornadas electorales de medio término, un reto sustancial en que Biden puede perder sus mayorías en el Congreso. Sobre esa base, ahora el primer mandatario ha dedicado toda su atención a una reforma electoral, con miras a enfrentar las actitudes de algunos republicanos en los estados que dirigen, sabiendo de antemano que se exigen mayorías parlamentarias especiales a los efectos y que así es prácticamente imposible sacar avante esa agenda legislativa. Por lo visto, solo se trataría de dejar en evidencia que los republicanos son antidemocráticos y con eso parecería darse por bien servido. De allí el tono abiertamente pugnaz de sus últimos discursos.

En tanto, luego de las reuniones virtuales con los presidentes de China y Rusia, y la confirmación de sus pretensiones en diferentes partes del globo, Biden ha dejado en claro que Estados Unidos no cederá. Bajo esa perspectiva, que ya todos los analistas califican como una nueva guerra fría, pero que más que “fría” puede pasar a “caliente” en un abrir y cerrar de ojos, visto por ejemplo el constante aumento de tropas rusas en la zona de Ucrania, lo peor que puede ocurrir es un estallido de una contienda bélica de estas características con Estados Unidos sumido en una polarización abiertamente esterilizante.

Es una lástima, por decirlo así, que Biden haya escogido la jefatura de su partido a la preminencia de la unidad nacional. Pero todavía es tiempo de encontrar terrenos de encuentro, por más difícil que sea, porque a no dudarlo en la polarización Estados Unidos pierde vigor y vigencia.