Arango, Salcedo y Hoyos: excelsa tríada del arte nacional | El Nuevo Siglo
Foto montaje El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Enero de 2020

Con pinceladas irreverentes y esculturas desafiantes de Débora Arango, Doris Salcedo y Ana Mercedes Hoyos trasformaron la escena artística del país desafiando la censura, el machismo y el olvido.

Y a pesar de que en la memoria nacional encabece la lista los nombres de maestros como Fernando Botero, Alejandro Obregón, Luis Caballero y Edgar Negret, entre otros, estas mujeres con sus creaciones irrumpieron con fuerza en esas grandes ligas, dejando huella indeleble en el arte colombiano.

De irreverencias y excomuniones – Débora Arango

La pintora, acuarelista y ceramista, Débora Arango, nació en la conservadora capital antioqueña de 1907. En sus comienzos como artista fue alumna del maestro Eladio Vélez y del muralista Pedro Nel Gómez, de quien heredó su pasión por la pintura en gran formato, una práctica que nunca llegaría a realizar debido a las limitaciones impuestas a las mujeres de su época.

Su revolución al arte nacional comenzó con pinturas contestatarias en las que reflexionaba y criticaba las difíciles condiciones sociales que azotaban al país como la miseria de los campesinos desplazados, la explotación obrera, la vida de las prostitutas y los destrozos del Bogotazo.

Las costumbres de los arraigados sectores conservadores y religiosos tampoco quedaron excluidos de la sátira del pincel de Arango, quien por su desinhibida forma de pintar desnudos –una práctica que sin problemas podían realizar los hombres- fue amenazada por el clero con la excomunión.

A esto también se sumó su crítica a los sectores políticos de la segunda mitad del siglo XX que tenían sumidos a su amada patria en sangre y miseria. Fue así como a través de colores vivaces y animales hambrientos representó a los protagonistas del poder y la violencia. Aves de rapiña, sapos, lobos y reptiles contaron los hechos del 9 de abril, la dictadura de Rojas Pinilla y el Frente Nacional.

La censura trató de silenciar su arte, pero Arango nunca se dejó intimidar, plasmando en sus obras lo que quería, enfrentándose contra el tiempo y sus opositores, a quienes les expresó las frases que se inmortalizaron en la nueva familia de billetes nacionales: “Repito: no espero que todos estén de acuerdo conmigo; pero yo tengo la convicción de que el arte, como manifestación de cultura, nada tiene que ver con los códigos de moral. El arte no es amoral, sencillamente su órbita no intercepta ningún postulado ético.”

Esculpiendo la violencia – Doris Salcedo

Poner el arte al servicio de las victimas ha sido el objetivo de Doris Salcedo, la bogotana nacida en 1958 que, sin convertir los crudos momentos de la historia nacional en un espectáculo, transformó este factor en materia prima de sus obras para restituir la dignidad de aquellos que la violencia les arrebató todo.

Salcedo se formó inicialmente como pintora, durante un tiempo se interesó por el teatro, pero fue la escultura la corriente que la conquistó en la década de 1980, época en la que descubrió en Nueva York el concepto de escultura social, el cual decidió usar para mostrarle al mundo –y a los propios colombianos- lo que sucedía en su país.

De esa forma la artista empezó a adentrarse en las zonas de conflicto, con las familias descompuestas y aquellos que aun buscan a sus seres queridos desaparecidos, de quienes registró en su memoria el dolor y el terror que nunca los ha abandonado.

La artista se vale de elementos cotidianos para representar el duelo que no cesa y los convierte en narradores de su arte. En ocasiones recupera muebles de casas destruidas, ropas de los que nunca volvieron u otros objetos personales que hace pasar por un proceso de catarsis en el que recupera la memoria de las víctimas.

Así creo ‘Plegaria muda’, en honor a la memoria de los jóvenes hallados en fosas comunes; ‘Quebrantos’, más de 165 nombres de los líderes sociales asesinados plasmados en la Plaza de Bolívar; ‘Masacre de Honduras y La Negra’, recordando cómo campesinos bananeros fueron sacados de sus camas y asesinados frente a sus familias; ‘Fragmentos’, el contra-monumento hecho con las armas de las Farc en homenaje a las víctimas del conflicto armado, y otras tantas obras que han dejado en evidencia el dolor que la violencia sembró.

Afrocolombianidad a todo color – Ana Mercedes Hoyos

La capital colombiana vio nacer en 1942 a Ana Mercedes Hoyos, la pintora y escultora cuyas obras constituyeron uno de los logros más sobresalientes del arte latinoamericano de finales del siglo XX y comienzos del XXI.

De sus viajes a Europa y el aprendizaje otorgado por su maestra, la crítica y teórica Marta Traba, conoció el arte pop que influenció los comienzos de su carrera artística. De allí pasó a incorporar en sus obras la arquitectura, la geometría y el constructivismo para dedicarse posteriormente a la pintura figurativa y en la década de los años 80 al bodegón.

Pero fue en las playas turísticas de Cartagena y el mercado de Bazurto donde halló su inspiración: San Basilio de Palenque, el pueblo que la introdujo en el tema de la afrocolombianidad y la esclavitud, temas a los que se dedicó a investigar sus últimos años tanto en obra como en vida.

Las técnicas ampliamente desarrolladas en años anteriores las concentró en las palanganas de frutas en las que usó una cuidadosa disposición de la luz, además de una fundamental geometría que revela la agudeza visual de la pintora, expresada en trozos de patilla pintados a partir de círculos, las piñas desde poliedros, los segmentos de papaya o de melón en triángulos, y así sucesivamente.

Aquellos bodegones fueron solo el inicio del deseo de Hoyos por plasmar en lienzos, y también en esculturas, las costumbres y características de los pobladores de Palenque. La artista dejó en evidencia la afición de la comunidad por el boxeo y el futbol, los desfiles religiosos y las fiestas donde resaltaban los atuendos coloridos de las mujeres.

Con estas obras, Hoyos mostró al mundo la raza y la cultura negra de una manera diferente que pocas veces había sido explorada, dando una voz a estas comunidades que aun siendo escasas de recursos y olvidadas por el Estado, poseían un inmenso despliegue de tradiciones que debían quedar inmortalizadas en el arte.