Un grande del periodismo | El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Enero de 2020

ALGUIEN decía, y con sobrada razón, que la mejor manera para uno rejuvenecer es recordar las viejas amistades y muy especialmente las de juventud. Eso es lo que intentaremos hacer en esta nostálgica nota sobre mejores tiempos, al tratar de aproximarnos a la entrañable figura de Alfonso Castellanos, en verdad inolvidable.

Con su gran calor humano, "el flaco", como cariñosamente lo apodamos sus amigos, es un gran conversador y goza de lo lindo "tertuliando" hasta las madrugada... Eso era lo que hacíamos en el Cisne y muy seguramente seguirá haciéndolo a orillas del mar Caribe. Por esas calendas le gustaba vestir con elegancia, quizás un poco folclórica, pero a la que no le podía faltar el clásico corbatín. Como era devorador de cuanto libro caía en sus manos, así como de revistas y diarios de todas partes, sus conocimientos eran y siguen siendo enciclopédicos.

Verdaderos maestros como Álvaro Gómez Hurtado lo tuvieron en alta estima por sus calidades profesionales y personales. Conocía como pocos los intrincados vericuetos de la noticia, siendo ávido y sagaz para capturarla y desentrañarla. Sus legendarios "Orden del día”, que pacientemente diseñaba al principio de cada jornada, eran formidables derroteros para la cacería cotidiana de la información. Nada ni se le podía escapar a su fino olfato de sabueso.

Otra de las grandes cualidades de Alfonso era que, habiendo penetrado en las profundidades de la política, en su tarea reporteril jamás se dejó contagiar. Detestaba, con pocas excepciones, a los políticos. Pero con gran criterio sabía identificar y justipreciar personajes y acontecimientos y, lo que era más importante, conocía la forma de comunicarlos de la mejor manera. Alfonso es un formidable autodidacta y se enorgullece de serlo. Con su poder de concentración y síntesis sacaba lo mejor de cada experiencia y que con su magia compartía con sus lectores, oyentes o televidentes.

Escaneando sus hazañas, tres de ellas nos vienen a la memoria. Cuando vino a Colombia Paulo VI, orientando a un multifuncional equipo de Noticias Todelar, cubrió, paso a paso, rincón en rincón, todo el periplo pontificio. Era un verdadero espectáculo verlo como un brillante y enajenado director de orquesta cubrir todos los singulares eventos.  Fue calurosamente felicitado por Posta Vaticana. Otra ocasión, igualmente brillante, fue cuando la toma de la embajada dominicana en Bogotá por parte del naciente M-19 y de su comandante Uno. Muy de cerca, porque formábamos parte de la Comisión de la OEA que facilitó el acuerdo, pudimos ver como Alfonso monitoreaba todos nuestros movimientos con una certeza impresionante. La tercera e igualmente importante fue su contribución al primer rediseño de las leídas páginas de El Tiempo, en un primer gran empeño por modernizarlo.

En los últimos años Alfonso, por motivos de salud, se ha retirado a vivir en Santa Marta. Su hijo Juan Jacobo, en la televisión, sigue sus pasos y muestra como "hijo de tigre sale pintado”. Entre tanto sus amigos y admiradores tratamos de evocar una "edad de oro" irrepetible, por el mercantilismo que devorado actualmente nuestro bello oficio, como lo calificó el gran Camus.