Amiga muerte (II) | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Febrero de 2021

Creo en la reencarnación, creencia que me permite el hecho de no profesar ninguna religión sino vivir una espiritualidad en la que por supuesto cuento el apoyo de compañeros de camino. El proceso es en colectivo.

He estado alimentado de tradiciones espirituales de sabiduría y de prácticas conscientes y constantes, que me permiten relacionarme con Dios desde mi individualidad y sin intermediarios, un básico derecho humano, como también lo es el profesar una religión y ser respetado plenamente por ello. Entre más he ahondado en esas tradiciones, que pasan por el cristianismo, el budismo, el sintoísmo, la kabaláh y tradiciones americanas ancestrales, más comprendo que en lo profundo hablan de lo mismo. Aparentemente nada nuevo, muy revelador para mí. Tal vez sea este turismo espiritual, hecho con toda consciencia, lo que hoy me permita relacionarme con la muerte como una amiga, pues me he dado a la tarea de integrar los aprendizajes realizados en tan diversos caminos. La clave de la evolución está en la síntesis, no en el análisis; lo siento, Darwin.

Evidentemente, no soy ejemplo para nadie, pues cada quien encuentra sus propios caminos, los sigue, se pierde en ellos o los abandona; en este proceso experimental todo vale. Por fortuna, cada vez más personas nos reconocemos en estas comprensiones, aunque las trampas del lenguaje estén siempre presentes.  Ese viaje espiritual que he elegido -siempre aprendemos cosas maravillosas en los viajes y regresamos transformados- me permite comprender cada vez más profundamente que morir es finalizar un curso en la escuela de la existencia. Solo tendría sentido quedarnos aquí, encarnados, si lográsemos en vida llegar al gozo profundo que trasciende cualquier noción fragmentada de felicidad, trampa en la que nos enredamos sin saber que hay mucho más. Mientras no seamos capaces de traer los Cielos a la tierra, habremos de volver a ellos para continuar el eterno y maravilloso camino de la Luz, el Amor y la Consciencia. 

Eso de traer los Cielos a este mundo imperfecto en que aún hay volcanes en erupción, terremotos y tsunamis, huracanes y tornados, inundaciones e incendios, no es una frase retórica. Es algo bastante real que podemos hacer aquí y ahora, en la medida en que integramos las sombras de nuestro ego. No es matarlo, ¡no! Es abrazarlo desde esa Luz, ese Amor y esa Consciencia, para que nos revele lo que podemos aprender con y de él.

También bajamos los Cielos cuando dejamos de juzgarnos, cuando nos amamos incondicionalmente y desde ese aprendizaje podemos dejar de juzgar al otro y amarle incondicionalmente. El gozo de los Cielos, no las efímeras felicidades, lo hacemos posible cada vez que crece nuestra consciencia. Con todo ello estamos preparando nuestra propia muerte…