La democracia y el bien | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Febrero de 2019

En los artículos anteriores he llamado la atención a la conciencia y la política, con este pretendo concluir con la democracia y el bien.

Tras el hundimiento de los sistemas totalitarios, se ha acudido a la “democracia” como el sistema de gobierno que, en la práctica, es el único sistema de gobierno adecuado. La democracia consigue, en la distribución y el control del poder: la participación de todos en el poder. Nadie debe ser objeto de dominio ni subyugado por otro. Cada cual debe aportar su voluntad al conjunto de la acción política. Porque sólo como cogestores podemos ser ciudadanos libres.

Pero, así, la verdad -la verdad sobre el bien, no parece como algo que se pueda conocer comunitariamente- es dudosa. El intento de imponer a todos lo que parezca verdad no es tan fácil, una parte de los ciudadanos consideraría esto como avasallamiento de la conciencia. Y que el concepto de verdad es arrinconado en la región de la intolerancia y lo antidemocrático. La verdad no sería un bien público, sino un bien exclusivamente privado, de ciertos grupos: no de todos. Mientras que el concepto moderno de democracia parece estar indisolublemente unido con el relativismo. Y la verdadera garantía de libertad, especialmente la libertad esencial –la  religiosa y de conciencia– pierde sentido.

 De aquí la pregunta ¿No son los derechos del hombre la razón y garantía, más profunda de la democracia?: los derechos humanos -nunca deben estar sujetos al pluralismo y la tolerancia- son el contenido de la tolerancia y la libertad. Y los valores derivan su inviolabilidad del hecho de ser verdaderos y corresponder a exigencias verdaderas de la naturaleza humana. ¿Cómo se podría justificar los valores fundamentales si estos están sujetos a las mayorías o minorías? ¿Cómo llegar a la verdadera democracia cuando los órganos competentes resuelven qué es lo justo, y la democracia no se define atendiendo el contenido, sino de manera formal: como un entramado de reglas que hace posible la formación de mayorías o minorías con poder?

La tesis contraria es cuando la verdad no es producto de la política (“mayorías”), sino que la precede e ilumina. Porque no es la praxis la que crea la verdad, sino la verdad la que hace posible la praxis correcta. La política es justa y promueve la libertad cuando un sistema de verdades y derechos muestran al hombre: como la razón que es capaz de mostrar la verdad.

 Ahora es imperativo destacar que el Estado, en cuanto tal, establece un orden relativo de vida en común: pero no puede dar respuesta por si solo al problema de la existencia humana. El Estado tiene que recibir de fuera la verdad sobre lo justo, pues la verdad no es patrimonio suyo: solo pueden gobernar sabiamente quienes conocen y han experimentado el bien. La Iglesia respeta el Estado terrenal pero reclama la convivencia con el Estado divino y educa en las virtudes que hacen bueno al Estado terrenal.  

Este escrito sintetiza, de alguna forma, el discurso de Joseph Ratzinger al ingresar, como membre associé éxtranger en la Académie des Sciences et Politiques, París, 1992.